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Hace algunos meses, estaba en la cocina preparando el almuerzo cuando escuché una melodía conocida que provenía de la sala. Mi hijo estaba cantando “Oíd un son en alta esfera”, siguiendo un libro navideño interactivo. Fue particularmente encantador que cambiara “mañana” por “gloria” y que cantara entre dientes la sección “paz en la tierra” de forma incoherente. Mi pequeño de tres años no tuvo problema alguno con la frase que sigue, y cantó a voz en cuello: “Dios y los pecadores reconciliados”. Mientras yo me reía a mis adentros y exprimía mostaza en un trozo de pan de trigo, mi esposa, siempre preparada para aprovechar oportunidades de enseñanza, se dirigió a la sala. “Colton, ¿sabes lo que significa reconcialición?”. Después de que él indicó que no comprendía la importancia de lo que acaba de gritar, ella procedió a explicarle, con palabras sencillas, la naturaleza de nuestra relación con Dios y nuestra necesidad de un Salvador.

Pero espera, ¿no había escuchado Colton todo esto antes? ¿No conocía el concepto de pecado y santidad y la necesidad de estar a cuentas con Dios? Desde que lo trajimos de Etiopía a nuestra casa hace dos años y medio, el devocional familiar había sido parte de su rutina cada noche. Habíamos leído la Biblia de Historias de Jesús varias veces y habíamos hablado bastante acerca de Dios, Cristo y la cruz durante nuestros viajes nocturnos por las Escrituras. ¿No era eso suficiente?

Discipulado seccionado

A pesar del notable don de mi esposa para capturar momentos de valor educativo, aquella tarde yo no supe aprovechar el canto de Colton. Me es fácil discipular a mi hijo de la misma manera en que organizo mi oficina. Protejo cada objeto en, sobre y alrededor de mi escritorio de objetos extraños con un sistema creado cuidadosamente y actualizado con regularidad. ¿Por qué tanto cuidado? Porque la esencia del orden yace en tener un lugar para cada cosa, y la productividad diaria depende mucho del acceso rápido y confiable a los elementos adecuados en el momento preciso.

Pero, si dejo que esta pasión por el orden domine mi estrategia para nutrir a nuestro hijo, podría acabar en el temible fango del cristianismo seccionado. Siempre y cuando complete el tiempo formal de lectura bíblica, oración y cantos, todos los demás aspectos del discipulado caerán en su lugar, ¿cierto? No dejemos que las actividades de diversión interfieran con la lectura seria de la Biblia, ni que las discusiones espirituales se pasen al tiempo del baño. Recuerda: cada cosa en su lugar.

Es obvio el peligro que conlleva pensar así. Si les hablamos a nuestros hijos de lo espiritual solo durante nuestras rutinas nocturnas o los domingos después de la Iglesia, les estamos enseñando de forma gradual a limitar su fe a unas cuantas secciones pequeñas durante el día y la semana. Las realidades espirituales que deberían permear la vida como azúcar en una taza de té acaban relegadas a pequeñas porciones del día y nos preguntamos por qué nuestros hijos no pueden pensar ni actuar de forma cristiana, con algún grado de autenticidad, excepto en ciertos momentos formales de vez en cuando. A medida que crecen y se convierten en jóvenes adultos, cada vez les parecerá más inadecuado hablar de la santidad de Dios mientras disfrutan de un juego de béisbol, o discutir las Escrituras mientras juegan baloncesto.

Si les hablamos a nuestros hijos de lo espiritual solo durante nuestras rutinas nocturnas o los domingos después de la Iglesia, les estamos enseñando de forma gradual a limitar su fe a unas cuantas secciones pequeñas durante el día y la semana

El problema aquí no radica en la práctica regular de un tiempo devocional en familia. Más bien, se encuentra en confiar en una instrucción formal tal que cumpla nuestra responsabilidad de entrenar a nuestros hijos en el temor del Señor. ¿Es sabio apartar tiempo cada día para adorar, orar y leer la Biblia en familia? Absolutamente. Sin embargo, esa misma diligencia que usamos para encontrar la mejor literatura devocional, debemos aplicarla para encontrar todos los días esas oportunidades de enseñanza inesperadas. El llamado que Dios me hace a discipular a mi hijo es mucho más amplio que lo que se puede lograr con unos cuantos minutos de adoración en familia. La Escritura presenta un enfoque para discipular que lo abarca todo y se resiste al seccionamiento.

Moisés y los Proverbios: el discipulado de todo el día

Moisés, por ejemplo, instruyó a los padres de Israel que hablaran del Señor a sus hijos continuamente, entretejiendo cuidadosamente discusiones espirituales en medio de las actividades diarias: “y las repetirás [estas palabras] a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deut. 6:7). Los padres no podían separar la instrucción bíblica del ritmo natural del día ni aislarla a un pequeño tiempo devocional antes de dormir. Moisés tenía la visión de un discipulado de andar y enseñar en medio de los eventos diarios de la vida.

El libro de Proverbios da a conocer este tipo de discipulado de padre a hijo en al menos dos formas:

En primer lugar, la estructura de los Proverbios despierta a los padres y los saca de esa mentalidad seccionada. Por ejemplo, se nota que los Proverbios recorren una amplia gama de temas sin seguir lineamientos evidentes. Un versículo puede hablar acerca de obtener sabiduría escuchando la instrucción (10:8), mientras el siguiente menciona el valor de la integridad (10:9), solo para regresar unos cuantos versos más adelante a la sabiduría (10:17). Hay versículos que alaban al hombre diligente y reprenden al perezoso (12:11), rodeados por declaraciones sobre el cuidado de los animales (12:10) y el peligro de la codicia (12:12). ¿Por qué utilizar un método de enseñanza tan tortuoso? Porque Salomón sabía que la vida rara vez se nos presenta en pedazos cuidadosamente organizados. Es un ejemplo de paciencia justo después de que tu hijo derrama un vaso de leche en el piso que acabas de limpiar; es un recordatorio para tu hija de cuán desesperadamente necesita de Jesús justo después de lanzarle enojada una muñeca a su hermano.

En segundo lugar, los Proverbios presentan a un padre que camina y habla con sus hijos, usando de forma creativa los ejemplos de la vida diaria para instruirles en el camino de la sabiduría. “Mira”, dice el padre perspicaz, “ve cuán duro trabaja la hormiga sin que nadie la motive” (Prov. 6:6-8). O al pasar cerca de un soldado el padre podría decir: “He aquí a un hombre fuerte y valiente, pero el que guarda su lengua es incluso más poderoso” (16:32). Este padre no espera que lleguen los quince minutos antes de ir a la cama para empezar sus conversaciones espirituales; sino que aprovecha oportunidades durante el día para inculcar en su hijo una visión de Dios como Señor de todo, incluso de la hormiga y del soldado.

Por lo tanto, estoy seguro de que en la medida en que nos llenamos de la Escritura y permitimos que Dios amplíe nuestra visión del discipulado para que abarque el día completo, nuestra capacidad de percibir y apoyarnos en esas oportunidades se convertirá en el curso natural de nuestras vidas. Como resultado, nuestros hijos hallarán una fe que lo penetra todo y a un Salvador que realmente lo cambia todo, y no solamente a la hora de dormir.

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