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¿Recuerdas cuando éramos ingenuos? ¿Recuerdas el día en que nuestra especie experimentaba desastres naturales, ya sean inundaciones o hambrunas, y los atribuía a causas sobrenaturales? Nuestros antepasados fantasiosos, desde África a la India, y desde Atenas a Roma, todos entendieron tales calamidades como enviadas por los dioses. Ya sea infierno o maremoto, sabíamos a quién culpar.

Pero hemos evolucionado. La ciencia moderna ha dejado en descrédito esas interpretaciones fantasiosas y nos ha iluminado sobre cómo son las cosas en realidad. Ahora sí sabemos qué es lo que causa la destrucción. Los incendios forestales y las tormentas, los huracanes y los deslizamientos de tierra, el derretimiento de los casquetes polares y la erosión del ozono, todos tienen una fuente compartida. Sabemos hacia dónde dirigir la culpa. Somos los responsables.

La historia que contamos

No me malinterpretes. Mi intención no es absolver a los humanos de su llamado dado por Dios de ejercer una mayordomía y uso responsable de la buena creación del Creador. Tampoco pretendo disputar (o respaldar) la ciencia que rodea al cambio climático. Mi problema es que nuestra sociedad se ha decidido por una sola forma de contar la historia. Hemos llegado a una sola explicación para los fenómenos físicos y el dolor ecológico. Es como si los desastres naturales estuvieran siendo juzgados en nuestra sociedad y todos los testigos principales hubieran colaborado para asegurarse de que entendieran bien la historia. Todos sus dedos nos apuntan.

Según la Biblia, las enfermedades y los desastres naturales no son efectos ciegos con causas ciegas

Supongo que este testimonio singular le hubiese parecido extrañamente simplista e ingenuamente insuficiente a nuestros ancestros imaginativos. Ahora bien, no es como si ellos no tuvieron idea alguna de las causas naturales. No eran bufones sin ningún rigor científico. Las mismas culturas que atribuían fertilidad (e infertilidad) a los dioses también eran muy conscientes de los ciclos y órganos sexuales humanos. Son las mismas generaciones que descubrieron la agricultura y la cría de animales. Aunque no eran modernos, practicaban la medicina.

Entonces, no es que no pudieron averiguar de dónde viene la cebada o los bebés sin el beneficio de un microscopio. Quizás una mejor explicación de su sobrenaturalismo es que simplemente no podían soportar todo el peso de la responsabilidad cuando esos preciados regalos no llegaban o cuando las cosechas o los niños se enfermaban y morían.

En mi opinión, nuestras mitologías modernas no son solo simplistas y solo cuentan  una historia, sino que también son deprimentes sin necesidad. Hace veinte años, cuando los estadounidenses se recuperaban de la epidemia del SIDA, el huracán Katrina y el 11 de septiembre, los pastores evangélicos y los evangelistas populares de la televisión fueron criticados por sus palabras que sugerían que tales calamidades horribles podrían ser el juicio de Dios. Esos predicadores en realidad estaban culpándonos de las tormentas devastadoras, enfermedades personales y ataques terroristas. De emitirse hoy en día, tal opinión y especulación religiosa con toda probabilidad se ganaría el apodo de «tóxico». Sus palabras se etiquetarían como «abuso espiritual».

Culpa y vergüenza

Sin embargo, debemos preguntarnos si estar constantemente atemorizando y señalando con el dedo sobre el tema del cambio climático en nuestros días no es de alguna manera también tóxico para nuestra cultura. ¿Deberíamos llamarlo abuso material?

Cuando los evangélicos observan enfermedades humanas y desastres naturales y nos responsabilizan, ellos son objeto de burlas. Sin embargo, hoy en día, los científicos, los expertos y los políticos parecen culparnos a nosotros (y a los demás) de todo lo que es malo.

Según la izquierda, los humanos son los culpables de la propagación del racismo, COVID-19, el huracán Ida y el desastre en Afganistán. Según la derecha, esos mismos problemas también se pueden atribuir a los humanos (aunque normalmente diferentes). Ya sea que las decisiones personales o las políticas públicas tengan la culpa, una cosa en la que todos estamos de acuerdo es que nuestros problemas son problemas humanos con causas naturales. Todos los días del ciclo de noticias 24/7, nuestros gurús científicos y predicadores políticos nos entierran a nosotros y a los demás bajo vergüenza y culpa. Luego nos dicen cómo somos responsables de desenterrarnos.

No me parece una muy buena historia.

Pero ¿qué pasaría si decidiéramos vivir una historia diferente? ¿Qué pasaría si exploramos con nuestros antepasados ​​la dicha de la ignorancia o recuperamos la ligereza de la ingenuidad?

Recuperando la historia del evangelio

La cruz de Jesús es el acto divino en el cual Dios levantó las manos para cargar con la culpa del fracaso humano

No estoy siendo un romántico. Tampoco estoy sugiriendo que volvamos a los caminos del pasado sin criticidad alguna. Ciertamente no estoy defendiendo que abandonemos todo lo que se ha ganado a través de la ciencia. (¡Hasta yo me vacuné contra el COVID!). Estoy preguntando qué pudiéramos ganar al dejar ir parte de nuestra certeza científica que parece avergonzar a todos. En cambio, ¿qué pasaría si permitiéramos que algunos testigos sobrenaturales subieran al estrado y compartieran un pequeño misterio? Me pregunto qué beneficio podría haber si escuchamos las voces de aquellos que no arrojan todos los problemas del mundo sobre nuestros hombros.

Según el testimonio cristiano, la mejor noticia es que Dios está dispuesto a asumir la culpa de todos nuestros problemas. Sí, la Biblia es honesta sobre el fracaso humano. De hecho, proporciona un relato antiguo sobre las enfermedades, desastres y muertes que se originan con la elección humana. Pero el evangelio cristiano, nuestra buena historia, es que el Dios que creó todas las cosas buenas y que nos da todo lo bueno que disfrutamos, se convirtió en un ser humano para absorber la tormenta y la enfermedad que creó el pecado humano. La cruz de Jesús es el acto divino en el cual Dios levantó las manos para cargar con la culpa del fracaso humano.

Presta atención a las advertencias anticipadas

Pero hay otra forma en que Dios asume la responsabilidad por todas las calamidades de la tierra. Según la Biblia, las enfermedades y los desastres naturales no son efectos ciegos con causas ciegas. Son ayudas visuales de inspiración divina que nos ayudan a ver la realidad última. Son luces intermitentes diseñadas para salvarnos de una catástrofe mayor. Jesús llama dolores de parto a la guerra, las enfermedades y los desastres naturales. Como tales, en realidad son una muestra de la bondad de Dios. Son como una contracción que te dice que tomes las maletas y corras al hospital. Son como un pico febril y pérdida del sabor que te envía a la sala de emergencias. Son como un sistema de alerta anticipada que te dice que busques un terreno más alto y evites la ola del tsunami.

Según la Biblia, las enfermedades son luces intermitentes de alerta diseñadas para salvarnos de una catástrofe mayor

El Dios cristiano afirma gobernar sobre toda la creación. Los eventos naturales no están fuera de su control. Él aun destina estos desastres horribles para nuestro bien. Esto realmente es un misterio porque los humanos son, sin duda, los culpables de los problemas de este mundo. Sin embargo, la historia cristiana es mucho más compleja y llena de matices que la singularidad de la causalidad naturalista y la salvación humanista. Creo que es una mejor historia.

Creo que el cambio climático no es solo una consecuencia humana o aun un dolor de parto dado de manera divina. La Biblia enseña que la creación misma gime al dar a luz (Ro 8:22). La tierra espera algo mejor después de todos estos problemas. Una nueva vida. Una nueva creación. Un nuevo clima. Un mundo donde no habrá más tristeza, llanto o dolor. Un mundo que solo es posible porque Dios en Cristo estuvo dispuesto a asumir nuestra culpa.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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