“Él estableció la tierra sobre sus cimientos,
Para que jamás sea sacudida.
La cubriste con el abismo como con un vestido;
Las aguas estaban sobre los montes.
A Tu reprensión huyeron,
Al sonido de Tu trueno se precipitaron.
Se levantaron los montes, se hundieron los valles,
Al lugar que Tú estableciste para ellos.
Pusiste un límite que no pueden cruzar,
Para que no vuelvan a cubrir la tierra”, Salmo 104:5-9.
Mi esposa me contó que tenía un sueño recurrente cuando era niña. En el sueño, ella caminaba hacia el mar y la marea seguía avanzando. El mar no se detenía, sino que avanzaba sobre la orilla, tragando a la gente y todo lo demás. Ella se asustaba mucho. Supongo que tenía sueños así porque creció en Lima, Perú, al lado del Océano Pacífico.
Yo nunca pensaba en el peligro de la marea porque crecí en Minnesota (Estados Unidos), a más de mil millas de cualquier costa. Nunca hubiera imaginado que debo temer el avance del mar. No creo que la mayoría de la gente piense mucho sobre la marea porque típicamente no pensamos en las cosas que funcionan como esperamos. La marea por lo general se detiene donde debe. Entonces, ¿para qué voy a pensar eso?
Pero la marea no funciona así por casualidad. Funciona así porque está diseñada gloriosamente por el Creador que usa todo para Sus propósitos. ¿Puedes creer que el funcionamiento de la marea tiene que ver con la gravedad de luna? Dios diseñó el mar para que tuviese límites, y Él utiliza (entre varias cosas) algo distante, fuera de nuestro alcance, para controlarlo. Con este entendimiento, pesan más las palabras del Salmo 104:9: “Pusiste un límite que no pueden cruzar, para que no vuelvan a cubrir la tierra”.
No tengo que temer el avance de la marea, a pesar de dónde me pudiera encontrar. Mi Padre Celestial le ha puesto límites y puedo descansar en eso
El Creador está en control. Ya sea durante una simple marea alta, o un tsunami repentino, el mar se detiene cuando Dios lo manda. Cuando Él dice “¡Silencio! ¡Cálmate!”, el viento y el mar obedecen (Mr. 4:39-41). Entonces, no tengo que temer el avance de la marea, a pesar de dónde me pudiera encontrar. Mi Padre le ha puesto límites y puedo descansar en eso.
El temor a ahogarnos funciona como una metáfora de la aflicción. “Cubrieron las aguas mi cabeza, dije: ¡Estoy perdido!” (Lm. 3:54). Muchos de nosotros nos sentimos así frente al coronavirus que causa una ansiedad global. Empezó como un tema simple para conversar en la mesa; un problema extraño de un país lejano. Pero avanzó y se acercó como una marea, hasta tocar a nuestros conocidos y familiares. Parece que las noticias de hoy siempre superan en tristeza a las noticias de ayer. El temor avanza, y preguntamos: ¿Me cubrirán estas aguas? ¿Estoy perdido? ¿Cuándo acabará esto?
En momentos difíciles como estos, necesitamos recordar que hay un Rey sobre todo
En momentos como estos, necesitamos recordar que hay un Rey sobre todo. Las aguas que siguen avanzando tienen límites invisibles, decretados por su Creador. Aun si no ves cuándo van a terminar estas olas de malas noticias, hay fuerzas gobernadas por Dios empujando y jalando para determinar hasta dónde llegarán. Esta pandemia va a terminar. En última instancia, no será por causa de una vacuna nueva o nuestra habilidad para cumplir con reglas sabias de higiene y distanciamiento. El avance de este virus terminará cuando Dios diga: “Hasta aquí, no más”.
No sabemos por qué Dios permite el coronavirus. Pero podemos decir que la marea, al golpear la orilla, transforma la tierra, creando nuevas formas. De igual manera, Dios cambiará muchas cosas en este mundo por medio de lo que pasamos en el 2020. Él producirá cosas que no podemos imaginar ahora. Entonces, nuestra pregunta debe ser cómo vamos a reaccionar en medio del misterio ante nosotros.
Es normal temer a las olas o las enfermedades o las guerras, porque están fuera de nuestro control. Pero vencemos nuestro miedos cuando recordamos que nuestro Dios parará esta crisis cuando termine de servir para Sus propósitos. Cada tribulación tiene un fin. Alabemos a Dios por esta realidad.