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Todos nosotros estamos familiarizados con el término evolución. Cuando estudié ciencias en la universidad, todas las asignaturas que estudié (biología, botánica, ecología, microbiología) se enseñaron desde el punto de vista de la evolución. En este caso, la evolución es la “teoría de que toda vida se originó a partir de material no viviente y se ha desarrollado de acuerdo con la selección natural y la especiación, ya que las mutaciones aleatorias producen cambios sin propósito o diseño durante miles de millones de años”.[1]

Piensa en elementos como el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno, y el carbono, que se unen para formar sustancias inertes como el aire, el agua, y los metales, así como seres vivos como la madera, el pasto, los insectos, las aves, los elefantes, y los seres humanos. A un nivel imperceptible, ocurrieron cambios accidentalmente (es decir, mutaciones aleatorias en el ADN) que favorecieron la supervivencia de esas cosas con ligeras innovaciones. A medida que esos tipos distintos (especies) de plantas y animales se desarrollaron con ventajas de supervivencia, eventualmente produjeron toda la diversidad de seres no vivos y vivos que ahora existen. Es importante destacar que todo este proceso no fue dirigido ni intencional; fue un proceso sin Dios.

¿Qué es la evolución teísta?

La evolución teísta es un subconjunto de la evolución que tiene, como mínimo, dos versiones. De acuerdo con una versión, la evolución teísta se define como “la teoría de que toda la vida se ha desarrollado de acuerdo con los procesos evolutivos en los que Dios a veces intervino para cumplir su propósito. Afirma tanto la acción divina (‘teísta’) como la evolución”.[2] De acuerdo con esta versión, la diferencia más significativa entre la evolución y la evolución teísta es que la primera niega cualquier rol de Dios en los procesos de desarrollo que produjeron todos los seres no vivos y vivos que existen hoy, mientras que la última sostiene un rol para Dios en esos procesos.

Por ejemplo, la evolución teísta es “la perspectiva de que Dios creó la materia y después de eso no guió ni intervino para causar ningún cambio empíricamente detectable en el comportamiento natural de la materia hasta que todos los seres vivos evolucionaron por procesos puramente naturales”.[3] Así, después del acto creativo inicial de Dios para traer a la existencia un mundo aparte de sí mismo, Él no desempeñó un papel continuo en los procesos evolutivos que había implementado.

De acuerdo con una segunda versión, representada por la organización BioLogos, la evolución teísta se define como la perspectiva de que “Dios crea todos los seres vivos a través de Cristo, incluyendo a los seres humanos a su imagen, al hacer uso de procesos naturales intencionadamente diseñados y sostenidos que los científicos hoy en día estudian como evolución”.[4] Por lo tanto, Dios no solo actuó inicialmente para crear el mundo, sino que continúa participando activamente a lo largo del desarrollo de todo lo que existe. Él supervisa los procesos evolutivos, como la selección natural, la especiación, y las mutaciones aleatorias para garantizar que engendren seres vivos y no vivos de acuerdo con el diseño divino.

¿Encaja alguna versión de la evolución teísta con las Escrituras? Para responder, necesitamos mirar la historia de la Iglesia y la doctrina cristiana histórica.

La evolución y la Iglesia

Durante la mayor parte de su historia, la Iglesia ha creído que Dios creó todo lo que existe de la nada.

Durante la mayor parte de su historia, la Iglesia ha creído que Dios creó todo lo que existe ex nihilo (de la nada). La Iglesia afirmó esta doctrina basada principalmente en el versículo con el que comienza la Escritura: “En el principio, Dios creó los cielos y la tierra” (Gn. 1:1). Dios, que existe eternamente como Padre, Hijo, y Espíritu Santo, se lo propuso y creó un universo distinto de sí mismo.

Otros pasajes se añaden a la base de esta creencia. Por ejemplo, el salmista atribuye la creación a la palabra y al aliento de Dios: “Por la palabra del SEÑOR fueron hechos los cielos, y todo su ejército por el aliento de Su boca. Porque Él habló, y fue hecho; Él mandó, y todo se confirmó” (Sal. 33:6, 9). De acuerdo con un entendimiento tradicional de este pasaje, Dios el Padre dio vida al universo a través de la Palabra (Dios el Hijo) y por su Aliento (Dios el Espíritu Santo). La creación fue un acto poderoso del Dios trino.

Además, la Escritura misma niega que Dios usara materiales preexistentes cuando creó: “Por la fe entendemos que el universo fue preparado por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve no fue hecho de cosas visibles” (Hch. 11:3). Por ejemplo, Dios no tomó dos átomos de hidrógeno (H) preexistentes y un átomo de oxígeno (O) y los fusionó en agua (H2O). Más bien, creó átomos de hidrógeno, de oxígeno, y también creó el agua. ¡La creación divina fue de la nada!

En acuerdo con el resto del relato de la creación en Génesis 1, la Iglesia también ha creído que Dios creó todo tipo de cosas que existen: luz, agua, aire, suelo, vegetación, el sol, la luna, las estrellas, criaturas marinas, pájaros alados, criaturas terrestres, y en última instancia, seres humanos en la imagen divina.

Es importante destacar que la Iglesia nunca admitió la posibilidad de que todos los seres no vivos y vivos nacieran y se desarrollaran de acuerdo con procesos como selección natural, especiación, y mutaciones aleatorias. De hecho, la Iglesia primitiva denunció por completo la teoría “atómica” de que todo lo que existe comenzó por la colisión accidental de pequeños elementos (“átomos”) y luego se desarrolló fortuitamente por casualidad. En lugar de aceptar la aleatoriedad, la Iglesia alabó al Creador, como lo hizo Orígenes: “Sin embargo, los cristianos que estamos dedicados a la adoración del único Dios que creó estas cosas, nos sentimos agradecidos por Aquel que creó”.[5]

No fue hasta el siglo XIX cuando la Iglesia comenzó a vacilar sobre su doctrina de la creación.

No fue hasta el siglo XIX cuando la Iglesia, enfrentada a muchos ataques contra la autoridad y la veracidad de las Escrituras, comenzó a vacilar sobre su doctrina de la creación. Con la publicación del Origen de las especies de Charles Darwin (en 1859), surgió una visión del mundo nueva e integral que negaba la creación ex nihilo, el diseño y desarrollo divinos de los muchos tipos de seres no vivos y vivos, y la creación especial de seres humanos en el mundo a la imagen divina. Esta cosmovisión evolutiva ahora domina la mayoría de los sectores de nuestra sociedad occidental contemporánea. Trágicamente, presenta uno de los desafíos más feroces al cristianismo bíblico e histórico de hoy.

¿Creación por selección natural?

En pocas palabras, la Iglesia siempre ha afirmado la doctrina de la creación como se presentó anteriormente. Una de las primeras declaraciones de fe, el Credo Niceno-Constantinopolitano (381 d. C.), afirmó: “Creemos en un solo Dios, el Padre todopoderoso, creador del cielo y la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles”. En un desarrollo teológico posterior, Tomás de Aquino “rechazó la idea de que la creación misma posea la capacidad de crear o desarrollar otras realidades vivientes”. Él razonó que solo Dios, “como ser absoluto, posee el poder de crear, el cual es imposible para las cosas creadas. Su posición se opone a los puntos de vista de la evolución teísta que atribuyen el poder creativo a la materia y su desarrollo mediante procesos puramente naturales”.[6] De manera similar, la teología protestante continuó afirmando la doctrina tradicional de la creación.

En consecuencia, los cristianos que abrazan la evolución teísta, además de estar en desacuerdo con el relato bíblico de la creación, se ubican fuera de la posición histórica de la Iglesia. Aunque creen que Dios creó la materia, no llegan a afirmar que Dios creó no solo la materia no viviente, sino también todas las cosas visibles (por ejemplo, árboles y caballos) y las cosas invisibles (por ejemplo, los ángeles). “La creación de Dios, por lo tanto, no fue una creación de material genérico, sino de clases y variedades específicas de criaturas”.[7]

Aplicando esta discusión a la segunda versión de la evolución teísta, los evolucionistas teístas de BioLogos —o “creacionistas evolutivos”, según prefieren llamarse— afirman el axioma de la ascendencia común. Para tomar como ejemplo los seres humanos y los chimpancés (nuestros parientes más cercanos, como dice la teoría), la ascendencia común significa que si retrocedemos unas 300,000 generaciones, encontraremos una “población antigua (que no era ni humana ni chimpancé) [que] se dividió en dos grupos, y estos grupos se aislaron reproductivamente. […] Finalmente, las características de cada grupo fueron lo suficientemente diferentes para que los científicos las reconocieran como especies diferentes”. De manera importante para los creacionistas evolutivos, “se podría contar una historia similar con respecto al linaje ancestral de cualquier especie que haya existido”.[8]

Esta visión del origen y desarrollo de las especies en general, y de los seres humanos en particular, está en conflicto con el relato bíblico, incluso cuando se haga apelando a la dirección y propósito divinos. Los creacionistas evolutivos niegan el relato de Génesis 1 de la creación específica e inmediata de Dios (no mediada por procesos naturales) de peces, aves, animales terrestres y, finalmente, seres humanos, y optan por decir que Dios creó a cada uno de estos seres vivos a través de mecanismos naturales durante mucho tiempo. Implícita en su posición hay también una negación del relato bíblico de la Caída, ya que tal proceso evolutivo no tiene espacio para un Adán y Eva históricos.

Por estas razones (y otras), la Iglesia debe permanecer firme en su lectura permanente del relato de las Escrituras sobre la creación divina, y permanecer fiel a su posición histórica, alabando a Dios el Creador por su creación intencionada ex nihilo de todo tipo específico de seres vivientes y no vivientes.


[1] Baker Compact Dictionary of Theological Terms, p. 76.

[2] Baker Compact Dictionary of Theological Terms, p. 77.

[3] Theistic evolution, p. 946.

[4] “A Flawed Mirror”.

[5] Contra Celso, 4.75.

[6] Theistic Evolution, p. 935–936.

[7] Ibid., p. 946.

[8] ¿What is evolution?”.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Juan116.
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