La esclavitud de la voluntad es una de las obras más importantes de Martín Lutero, el teólogo y pastor nacido en Alemania que detonó el movimiento protestante. En ella encontramos algunas de las doctrinas que impactaron en gran manera la Reforma. Lutero, quien escribió este libro en contra de Erasmo de Rotterdam (un importante humanista católico romano), nos da varias de sus convicciones más importantes.
Veamos algunas de ellas.
1. La verdad es más importante que la paz.
La primera gran convicción que caracteriza el tratado del profesor Lutero es la idea de que la verdad importa. Erasmo había pulido ciertos aspectos de la revelación divina tocantes a la soberanía de Dios y la voluntad del ser humano para promover más unidad dentro del campo cristiano. Pero Lutero entendió que una paz eclesiástica que no estuviera fundamentada en el evangelio cristiano no podría ser una paz verdadera. Así que, donde Erasmo quiso unidad por amor a la unidad, Lutero buscó unidad con base en la verdad de Cristo.
2. Las definiciones importan.
Relacionada con la pasión de Lutero por la verdad divina está su defensa de la precisión teológica. Ataca a Erasmo repetidas veces por las formulaciones teológicas tan ambiguas del holandés. De manera experta, demostró cómo el sistema teológico de Erasmo fue contradictorio e inconsistente con sus propios postulados.
Erasmo, similar a muchos hoy en día, defendió su indefinición apelando a la supuesta “oscuridad” de las Escrituras; pero Lutero enseñó la doctrina protestante de la perspicuidad (claridad) de la Biblia, demostrando que el mensaje de la Biblia en cuanto a la soberanía divina y la depravación del ser humano es más que claro.
3. Sola Scriptura es fundamental.
Lutero critica a Erasmo por depender demasiado de autores extrabíblicos. Esto no quiere decir que Lutero esté en contra de la tradición ni de la razón, pero sí procura someter las otras voces al testimonio de la Palabra del Señor.
A lo largo del libro, el alemán critica varias ideas de Platón, Aristóteles, Jerónimo, y Crisóstomo, entre otros, que Erasmo había utilizado con el fin de sustanciar sus argumentos. El reformador da a conocer el principio evangélico de la sola Scriptura, esto es, que la Palabra de Dios es nuestra suprema norma de fe y conducta. Por esta razón, Lutero habla favorablemente acerca de Agustín, Wycliffe, y Huss, puesto que compartían la misma pasión por la autoridad de las Escrituras.
4. Dios es soberano.
El gran principio doctrinal del libro es la soberanía de Dios. Es el eje de todo. Cuando Lutero alude a la soberanía del Señor, no se refiere únicamente al dominio de Dios sobre la creación, las cosas animadas, y los animales. La soberanía divina también se extiende sobre la esfera de lo humano. No hay nada en el ser humano —ni siquiera su voluntad— que exista fuera del señorío de Dios.
Ya que Dios es soberano en el sentido absoluto del término, todo lo que sucede en el universo se da con base en su decreto divino. Dios sabe lo que pasará mañana. Pero no lo sabe por su poder de presciencia (es decir, su capacidad de prever el futuro); sino que lo sabe porque Él ha decretado que sea así. La presciencia del Padre, entonces, está fundamentada en su decreto eterno (y no al revés).
A fin de cuentas, la idea de que Dios se echa para atrás para estudiar lo que ha de pasar mañana da a entender que hay cosas que están fuera del control de la providencia de Dios. Pero en realidad, todo lo que sucederá mañana está totalmente bajo la voluntad del omnipotente Padre.
En este sentido Lutero critica a Erasmo porque su visión de Dios era demasiado humana. El alemán quiso redescubrir los atributos del único Soberano mencionados en las Escrituras.
5. No hay autonomía humana.
Ligado al concepto de la soberanía de Dios sobre todo —el Dios que decreta y predestina— está el asunto de la libertad humana. En realidad, el libro se trata de una refutación al concepto erasmiano del libre albedrío.
Como acabamos de comentar, el Dios de las Escrituras no pone límites a su reino. El Dios del cosmos, de las plantas y de los animales es el Señor de lo humano también. El ser humano no es independiente ni autónomo (ni siquiera en el ámbito de su voluntad). En cada momento, vive en Dios y se mueve en Dios. Este punto es clave para entender el argumento central del libro.
Erasmo dio a entender que hay tres esferas diferentes en la vida. Está la esfera divina, la esfera del diablo, y la esfera del libre albedrío. El hombre tenía cierta autonomía en el ámbito del libre albedrío con la capacidad de escoger a Dios o al diablo. Dependiendo de la decisión del hombre podría ser o siervo de Dios o siervo de Satanás.
Lutero, sin embargo, rechazó esta división tripartita acusando a Erasmo de haber negado la Palabra de Dios. Según el reformador, no hay tres esferas sino dos. No hay tal cosa como un ser humano autónomo. La noción de un hombre independiente es un mito filosófico. O está bajo el poderío de Dios o el yugo del diablo. ¡Así de sencillo!
Consiguientemente, Lutero prosigue a negar el concepto del libre albedrío, ya que ningún ser humano es “libre”. O es esclavo de Dios o esclavo de Satanás. Su voluntad está condicionada por su amo. El que es del Señor desea hacer las cosas que agradan a Dios; mientras que los que son del diablo se deleitan en seguir sus deseos vergonzosos. Así que el pecador, de acuerdo al análisis de Lutero, tiene una voluntad; pero está totalmente caída, esclavizada, dominada por el pecado, y está bajo el señorío de las tinieblas. La autonomía humana, por lo tanto, es una no-entidad, una invención de los humanistas.
6. El libre albedrío atenta contra la gracia, Cristo, y el Espíritu.
En primera instancia, Lutero se levanta contra la doctrina del libre albedrío porque atenta contra el concepto bíblico de la soberanía de Dios. Si hay una esfera donde el hombre existe independientemente de Dios, el Señor deja de ser soberano. Sin embargo, Lutero lanza tres bombas más contra el campo del libre albedrío.
En repetidas ocasiones asevera que el libre albedrío es una negación de la gracia de Dios, de Cristo, y del Espíritu Santo. ¿Por qué?
Antes que nada, niega la gracia de Dios porque Erasmo enseñó, conforme a la doctrina del Vaticano, que los que cooperan con el llamamiento de Dios serán salvos. Es decir, la salvación es una mezcla de la gracia divina y el mérito humano. No obstante, Lutero responde destacando que la salvación expuesta en el Nuevo Testamento es cien por cien por la gracia de Dios. El impío no tiene mérito alguno en su salvación eterna. No puede ni quiere cooperar con la luz de Dios ya que ama las tinieblas. Es Dios mismo quien resucita al pecador de su estado de mortandad espiritual, concediendo vida a los incapacitados.
En segundo lugar, el libre albedrío es una negación de la obra expiatoria de Cristo porque descarta la suficiencia del mérito del amado Hijo de Dios para justificar a los pecadores ante el Padre. La justicia de Cristo imputada a la cuenta del pecador es suficiente para rescatarle de la ira venidera. Si la justificación se pudiese dar sin la obra de Cristo, ¿entonces para qué murió el Hijo? ¡O Cristo lo es todo o Cristo es nada! O somos justificados ante Dios en base al perfecto mérito de Jesús, o ella depende de Cristo más también un poco de nosotros. Pero de nuevo, ¿cómo puede un cadáver espiritual escoger hacer lo bueno si todo lo que hay en él detesta la gloria de Dios?
Finalmente, la doctrina del libre albedrío menosprecia al Espíritu Santo porque da a entender que el ser humano puede hacer lo que solamente el Espíritu puede efectuar, esto es, producir vida espiritual y regenerar al pecador. Es imposible que el hombre se salve a sí mismo. El hombre natural no puede realizar nada que agrade a Dios porque está en enemistad contra el Señor. El Espíritu no simplemente convence al impío de pecado, sino que lo levanta de la muerte y hace de él una nueva criatura.
Por estas razones Lutero estaba convencido de que la enseñanza del libre albedrío es una transgresión abierta contra el hermoso evangelio de Cristo.
7. Por la ley es el conocimiento del pecado.
Una diferencia fundamental entre Lutero y Erasmo fue cómo ambos pensadores entendieron la función de la ley.
En su defensa del libre albedrío, Erasmo no hace exégesis de ningún pasaje bíblico que hable sobre lo mismo; simplemente deduce que el ser humano puede escoger obedecer a Dios con base en los textos que llaman al hombre a la obediencia. Si Dios llama al hombre a escoger, a obedecer, a volverse a Él, ¿cómo no podrá hacerlo?
Lutero, sin embargo, ruge contra esta filosofía del holandés porque no hace caso a la interpretación neo-testamentaria de la ley, a saber, que por la ley es el conocimiento del pecado. El propósito de la ley no es mostrar la capacidad del pecador ante el mandato divino, sino de poner en manifiesto su incapacidad total. Ya que Erasmo no se aferra a la hermenéutica paulina, su teología y antropología están radicalmente distorsionadas.
Así que, cuando Erasmo le cita a Lutero textos que digan: “Haz esto, no hagas lo otro, sigue al Señor”, el alemán responde diciendo: “No puedo, no puedo, no puedo”. La ley revela nuestra corrupción, no nuestro potencial.
8. Hay dos voluntades divinas.
Un punto teológico final es la división que traza Lutero entre la voluntad secreta y la voluntad revelada de Dios. Lutero evoca esta distinción a la hora de explicar la razón por la que la Palabra puede decir que Dios quiere que todos sean salvos, sin embargo, no ordena que todos reciban vida eterna. Dios podría salvar a todo el mundo si así lo desease.
El alemán aplica este principio al conocido pasaje de Ezequiel 33:11 donde el Señor proclama: “No me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva”. Por un lado, el Señor no se goza en la perdición del impío. No obstante, por el otro lado, permite que muchos pecadores pasen al infierno. ¿Por qué Dios escoge a algunos y no a otros? Porque así le plació. ¿Por qué le plació hacer las cosas así? Lutero contesta diciendo que no nos toca a nosotros meternos en asuntos tan elevados.
El cristiano es llamado a ser fiel a la voluntad revelada del Señor, tal cual se da a conocer en las Escrituras, y permitir que el Señor cumpla con su voluntad secreta. Y si alguien se atreve a poner en tela de juicio la voluntad secreta de Dios, las palabras apostólicos pueden ser usadas en su contra: “¿Quién eres tú, oh hombre, que le contestas a Dios?” (Ro. 9:20).
Conclusión
La esclavitud de la voluntad es un auténtico banquete teológico y espiritual. Si Lutero estuviera entre nosotros, creo que estaría bien sorprendido al toparse con tanta influencia del pensamiento erasmiano en el mundo evangélico actual. Extraordinariamente, el protestantismo que nació protestando contra la existencia del libre albedrío hace quinientos años ahora corona la doctrina que una vez tachó de herética.
Pero gracias al Señor, hay una brisa fresca del Señor soplando en los países hispanoparlantes. Millares están volviendo a las doctrinas de la gracia. ¿Quién sabe? A lo mejor el Padre tiene preparados a otros Luteros, Calvinos, y Zuinglios para nuestra generación.