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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Darwin no mató a Dios (VIDA, 2004), por Antonio Cruz.

Desde que se publicó El origen de las especies, a mediados del siglo XIX, las ideas de Darwin han “matado” a Dios en la conciencia de muchas personas con la afirmación de que la evolución es un hecho científico comprobado. Con el concepto de que el ser humano es uno de los últimos eslabones de la larga cadena que empezó sin necesidad de un Creador, no es difícil que el alumno se cuestione y pierda la fe que una vez le inculcaron sus mayores.

Es cierto, como enseña la Biblia, que el corazón se entenebrece cuando se deja guiar por razonamientos contrarios a Dios (Ro. 1:21; Col. 2:8). Si en los días de Darwin muchos creyeron que su teoría hacía innecesario a Dios, hoy ya no es posible mantener esta postura. Veamos algunas razones históricas y modernas.

Darwinismo, las tres premisas de un mito

La teoría de Darwin propuso tres premisas y una conclusión: la primera se refiere a la variación existente en los seres vivos. La segunda premisa afirma que todas las especies eran capaces de engendrar más descendientes de los que el medio podía sustentar. Su tercera premisa es un misterioso mecanismo que Darwin llamó la selección natural”.

En este proceso siempre perdurarían los más aptos, no por ser superiores, sino por estar mejor adaptados a su ambiente. Cuando las condiciones de este cambiaran, entonces serían otros con diferentes características los herederos del futuro. Por tanto, la conclusión a la que llegó Darwin era que la selección natural constituía la causa que originaba nuevas especies.

Las reacciones en el mundo científico y religioso

Hubo científicos y teólogos relevantes que asumieron el evolucionismo, contribuyendo a su difusión por medio de escritos o a través de sus clases en la universidad. Algunos de ellos son: el zoólogo Thomas Huxley, el botánico Joseph Hooker, y el geólogo Charles Lyell, todos ellos ingleses. También el sociólogo Herbert Spencer y el teólogo Charles Kingsley, novelista y clérigo de la Broad Church. En Alemania, el biólogo Ernst H. Haeckel, también estuvo a favor. Y así la teoría de la selección natural se fue difundiendo en los países occidentales.

No todos los pensadores y hombres de ciencia de la época estuvieron de acuerdo con las ideas de Darwin

La concepción de las sociedades humanas adquirió una dimensión completamente diferente desde el momento en que las ciencias sociales asumieron el evolucionismo. Si el hombre descendía de los primates, ¿cómo había podido liberarse de la animalidad, socializarse, y llegar a crear una verdadera cultura? Los modelos propuestos hasta el siglo XVIII se tornaron obsoletos y empezó la búsqueda de otros nuevos.

Sin embargo, no todos los pensadores y hombres de ciencia de la época estuvieron de acuerdo con las ideas de Darwin. No solo se le opusieron la mayoría de los líderes religiosos sino también prestigiosos hombres de ciencia, como el zoólogo Philip Gosse, que se mantuvo en el creacionismo; el profesor de geología Adam Sedgwick; el paleontólogo Richard Owen, discípulo del científico francés Georges Cuvier. También se levantaron voces contra la teoría de la evolución, como el acreditado zoólogo y geólogo suizo Louis Agassiz.

Los problemas del Darwinismo

La selección natural, que es el corazón del Darwinismo, pretende explicar casi todo lo que ocurre en la naturaleza, pero lo cierto es que solo explica unas pocas cosas. Pero para que una teoría pueda ser considerada como científica tiene que ser susceptible de verificación, y el darwinismo no lo es.

¿Qué es entonces? Pues un mito naturalista y transformista que se opone frontalmente a la creencia en un Dios Creador inteligente que intervino activamente en el universo. Aunque se presente como ciencia y se le arrope con datos y cifras, en realidad es la antigua filosofía del naturalismo.

Los problemas que la teoría de la evolución planteó en su tiempo continúan actualmente sin resolver. Hoy la ciencia sigue sin saber cuál podría ser el mecanismo evolutivo capaz de producir la diversidad del mundo natural. Sería lógico suponer que, ante esta enorme laguna de conocimiento, se publicaran continuamente trabajos sobre biología evolutiva y se diseñaran experimentos para descubrir cómo funciona la evolución, pero no es así.

El Darwinismo en el mundo moderno

Cuando se analiza la bibliografía sobre la teoría de la evolución, esta brilla por su ausencia. Casi nadie escribe artículos sobre el darwinismo o sobre la influencia de las ideas de Darwin en la biología actual. El profesor honorario de la Universidad de la Sorbona, Rémy Chauvin, dice:

“¿Qué piensan muchos biólogos de Darwin? Nada. Hablamos muy poco de este tema porque no nos resulta necesario. Es posible estudiar la fisiología animal o vegetal sin que jamás venga al caso Darwin. E incluso en el campo de la ecología, el gran bastión darwinista, existen miles de mecanismos reguladores de la población que pueden ser analizados empíricamente sin necesidad de recurrir a Darwin”.[1]

Es como si el darwinismo hubiera paralizado la investigación acerca del origen de los seres vivos o sus posibles cambios y, a la vez, resultara irrelevante para las demás disciplinas de la biología. Como si se tratara de una pseudociencia incapaz de generar resultados susceptibles de verificación o refutación.

Dios continúa siendo la explicación final al enigma del universo y la vida, como confirma la ciencia actual libre de prejuicios

No obstante, a pesar de la esterilidad de esta teoría, resulta curioso comprobar el grado de fanatismo existente en ciertos sectores del mundo científico contemporáneo. Cuando en alguna conferencia para especialistas sale a relucir el tema del darwinismo, es posible pasar de los argumentos a los insultos con la velocidad del rayo. Las pasiones se encienden y las descalificaciones aparecen pronto.

Darwin ha muerto, Dios sigue vivo

Cada persona tiene su propia versión del mundo y su propia filosofía de la vida, aunque a veces no sea consciente de ello. El ser humano, desde los días de Job, siempre se ha preocupado por descubrir la verdad y vivir de acuerdo a ella. Las distintas visiones que existen del mundo se pueden analizar y criticar según cómo respondan a las preguntas básicas del ser humano.

Para algunos, Darwin, había matado a Dios. Es posible que hoy muchos estén convencidos de tal afirmación. Sin embargo, en nuestra opinión y según acabamos de ver, eso no fue así. Dios continúa siendo la explicación final al enigma del universo y la vida, como confirma la ciencia actual libre de prejuicios. Dios no ha muerto, el que murió fue Darwin, y aunque sus teorías han llegado hasta nuestros días, lo cierto es que pronto asistiremos también al funeral de las mismas.


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 [1] Rémy Chauvin, Darwinismo, el fin de un mito, trad. Elena Cisneros (Madrid: Espasa Calpe, 2000) 38. 

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