¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Jeremías 49-50, 1 Tesalonicenses 5, y 2 Tesalonicenses 1

“Porque, ¿quién como yo? ¿Quién me puede desafiar?”
(Jeremías 50:44b NVI)

En mi mente quedó grabada hace años la imagen de un hombre que apareció en la televisión esposado y dirigido por una pareja de policías hacia un juzgado de Nueva York. Aunque esas imágenes son frecuentes en los noticiarios, este hombre bien vestido y con apariencia de banquero elegante más que la de un delincuente común, fue acusado de haber robado más dinero que el que un buen porcentaje de presos que cumplen condena en varias prisiones norteamericanas han robado en todas sus vidas. No era un ladrón de esos que fuerzan cajas fuertes o asaltan a mano armada una tienda comercial. Más bien, se trata de un alto funcionario de una de las tantas organizaciones financieras que habían caído por malversación de fondos y delito fiscal en Estados Unidos.

Imagino que este hombre se codeaba con la crema y nata de la sociedad de su país, que sus contactos eran numerosos y poderosos, y que su vida estaba llena de los lujos que uno ni siquiera llega a suponer que existen. Sin querer hacer un juicio sin conocimiento, me lo imagino sentado en su tremenda oficina de un lujoso rascacielos, mirando una imponente vista de la ciudad debajo de sus pies y pensando que él estaba sobre todo y sobre todos, que era más inteligente que muchos, que merecía el lugar que tenía, y que nunca nadie le quitaría todo lo que había conseguido con sagacidad, arrogancia, ambición y mucho atrevimiento. Sus delirios de poder, seguridad, y grandeza, y todo lo que parecía inconmovible, de la noche a la mañana vinieron al suelo como un castillo de naipes que sucumbe con una suave brisa de aire. Al parecer, la mano de la justicia estuvo hurgando por aquí y por allá, hasta que encontró ese punto débil e inconsistente sobre el que sostenía su imperio. Así actúa la justicia. Lo hace de repente, cuando nadie lo espera, sin despertar sospechas, pero atrapa al delincuente “con las manos en la masa”, como se dice comúnmente.

El actuar justo de Dios a menudo es así de sorpresivo. Él no descuida ninguno de los acontecimientos que ocurren en nuestro pequeño planeta azul. Desde su mismísima creación, el Señor no ha dejado de estar atento a cada uno de los movimientos de nuestra esférica morada. Aunque para muchos el gobierno de Dios es solo una utopía o sueño religioso, con todo, para los que nos consideramos cristianos sigue siendo una firme esperanza el creer que el Señor, más temprano que tarde, devolverá el orden a esta humanidad tan venida a menos. El testimonio bíblico declara con particular énfasis los juicios de Dios no solo sobre Israel, sino también sobre todos los pueblos de la antigüedad que se desenvolvían alrededor del mundo conocido de ese entonces.

Nuestro Dios no está realizando ninguna investigación tratando de desenmascarar una banda de rufianes o delincuentes porque la realidad es que lo sabe todo. Sin embargo, así como la justicia se hace notar tan repentinamente como cuando vamos a velocidad excesiva y de la nada empezamos escuchamos la sirena de la policía (lo que nos atrapa in fraganti), así también el Señor sacará a la luz la justicia o la injusticia en el momento en que menos se espera. El apóstol Pablo lo escribió así: “Ahora bien, hermanos, ustedes no necesitan que se les escriba acerca de tiempos y fechas, porque ya saben que el día del Señor llegará como ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: ‘Paz y seguridad’, vendrá de improviso sobre ellos la destrucción, como le llegan a la mujer encinta los dolores de parto. De ninguna manera podrán escapar” (1 Ts. 5:1-3 NVI).

Cualquier sentimiento de omnipotencia y orgullo humano se deshará como castillo de naipes en el mismísimo momento en que Dios haga resonar su veredicto.

Ahora bien, de seguro que nuestra mayor preocupación es no poder entender los juicios de Dios porque se mueven en un horario y un tiempo que nos es desconocido, o muchas veces nos desconcierta al no poder entender sus propósitos. Sin embargo, en la Escritura podemos encontrar pistas que nos dan luz acerca de sus procedimientos y las razones de sus juicios. Por ejemplo, cuando habla de los edomitas, se refiere a ellos con las siguientes palabras: “Tú, que habitas en las hendiduras de las rocas; tú, que ocupas las alturas de los montes: fuiste engañado por el terror que infundías y por el orgullo de tu corazón. Aunque pongas tu nido tan alto como el del águila, desde allí te haré caer – afirma el SEÑOR-” (Jer. 49:16 NVI).

¿Qué nos dice este pasaje? Pues, simplemente que no habrá nada ni nadie que se le pueda oponer al Señor y que pueda oponerse a sus juicios cuando llegue el tiempo que Él mismo ha determinado en su soberana voluntad. Por otro lado, cualquier sentimiento de omnipotencia y orgullo humano se deshará como castillo de naipes en el mismísimo momento en que Dios haga resonar su veredicto. No es que Dios salte como león para atrapar el animal desprevenido y luego devorarlo. Más bien, es la aparición repentina de Dios que nos encuentra en medio de nuestra naturalidad y sin más maquillaje que nuestra propia y sincera realidad. De allí que no se trate de esperar una fecha determinada, sino de vivir de manera correcta todos los días de nuestra vida. Usando el mismo ejemplo del patrullero, no se trata de ir viendo si hay patrulleros en el camino para bajar la velocidad, sino de respetar la velocidad como un principio vital así haya o no haya policías en el camino.

Cuando al apóstol Pablo le pidieron fecha exacta de la venida del Señor para estar preparados, él respondió: “Ustedes, en cambio, hermanos, no están en la oscuridad para que ese día los sorprenda como ladrón. Todos ustedes son hijos de la luz y del día. No somos de la noche ni de la oscuridad. No debemos, pues, dormirnos como los demás, sino mantenernos alerta y en nuestro sano juicio” (1 Ts. 5:4-6 NVI).

Nuestro Dios es un gran cumplidor de los plazos que Él ha establecido. Su misericordia nunca se deja esperar, y también cuando es necesario aplicar el rigor de la justicia, no entra en contemplaciones porque ninguna situación le es ajena, desconocida, o le genera algo de incertidumbre. Por lo mismo, su juicio recorre la tierra hasta sus más profundos rincones, reconociendo jurisdicción y soberanía sobre todo asunto y persona, aún en los que parecen más chicos y sin importancia, como también en las grandes decisiones del mundo moderno. ¿Hay asuntos de tu vida cotidiana, en los que piensas que el Señor no tiene jurisdicción? Desiste de pensar así, porque no los hay. El pensar en un Dios que se excluye de algunos temas, es simple y llanamente  incredulidad ingenua. El Señor no dejó de hacer justicia con el mundo antiguo; tampoco la dejará de hacer ahora. Su tardanza es gracia para el arrepentimiento, como lo dijo el apóstol Pedro, y no olvido, ignorancia o debilidad.

El Señor no dejó de hacer justicia con el mundo antiguo; tampoco la dejará de hacer ahora.

La invitación en este día es que podamos poner todo de nuestra parte para que nosotros, junto con muchos otros, podamos tener una vida comprometida con Él porque el Señor está comprometido con nosotros. Pero cuidado: el Señor nunca alterará su justicia, ni tampoco pondrá en oposición su rectitud con su misericordia. Por eso Jesucristo tuvo que ir a la cruz, para que a través de su obra gratuita para nosotros los que la recibimos, pero altamente costosa para Él, obtengamos justicia de Dios a través de lo que hizo por nosotros al pagar el precio establecido por la justicia y la santidad de Dios.

Comuniquemos el Evangelio recordándole a la gente que su problema tiene solución en Jesús; y recordemos que el Señor, tarde o temprano, nos hará justicia (por lo tanto, deja de refunfuñar o deprimirte, alaba al Dios que hará justicia). Seamos miembros de equipo de la justicia y hagámosle la vida imposible a la injusticia: “Nosotros que somos del día, por el contrario, estemos siempre en nuestro sano juicio, protegidos con la coraza de la fe y del amor, y por el casco de la esperanza de salvación” (1 Ts. 5:8 NVI). Estar en nuestro “sano juicio” no es solo estar cuerdos o psicológicamente estables, sino también lúcidos y buscando la justicia que glorifica a Dios en cada uno de nuestros actos.

¿Estamos viviendo en mundo injusto? Definitivamente. ¿Estamos marcando la diferencia? Esa es la parte que nos toca en el poder de Jesucristo, nuestro justo Señor. Te invito a terminar esta reflexión con la oración del apóstol Pablo: “Por eso oramos constantemente por ustedes, para que nuestro Dios los considere dignos del llamamiento que les ha hecho, y por su poder perfeccione toda disposición al bien y a toda obra que realicen por la fe. Oramos así, de modo que el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado por medio de ustedes, y ustedes por él, conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo” (1 Ts. 1:11-12 NVI).


Imagen: Lightstock.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando