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Hay un mantra que estamos supuestos a tomar en estos días. Mientras nos miramos en un espejo, o vemos nuestro Instagram, o comparamos los bocadillos que compramos en el supermercado para el equipo con aquellos traídos por otra familia y hechos en casa, se nos dice que debemos decirnos a nosotros mismos, hasta que lo creamos: Eres suficiente.

Es una proposición atractiva, ya que la insuficiencia y el vacío de nuestras vidas es doloroso. Si tan solo se pudiera llenar la brecha entre la vida como nosotros pensamos que sería y la vida como es en realidad, simplemente ajustando nuestro diálogo interno.

Pero estoy convencida de que cuando buscamos en las Escrituras, descubrimos que no tenemos nada por lo que amedrentarnos, estar avergonzados, o perder la esperanza debido al vacío en nuestras vidas. En cambio, podemos enfrentar el vacío con la confianza de que Dios puede y obrará en nuestra insuficiencia como solo Él puede hacerlo, llenándola con su propia plenitud divina.

La plenitud de Dios

La historia de la Biblia comienza con un Dios que es pleno. Fue de su plenitud que Él creó todo de la nada: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra. La tierra estaba sin orden y vacía” (Gn. 1:1-2). Vacía. Sin nada. Pero cuando leemos el resto de Génesis 1 vemos que Dios hizo su mejor trabajo con el “vacío”, llenándolo todo con hermosura y abundancia, propósito y significado.

Pero luego vino la serpiente quien empezó a susurrarle a Eva que quién ella era, como portadora de la imagen de Dios, no era suficiente, y que lo que ella sabía y había experimentado no era suficiente. En vez de confiar en Dios para llenar su vida con todo lo que la satisfaría, ella buscó lo que pensó llenaría su vida de placer y conocimiento. Pero en vez de llenarla, quitó de ella.

Desde ese entonces, el vacío ha sido inherente a la vida en este mundo bajo maldición. Sin embargo, el resto de la historia de la Biblia nos asegura que Dios no nos ha abandonado para siempre en este vacío.

El vacío del pueblo de Dios

A medida que la historia continúa, repetidamente somos testigos de la obra de Dios en el vacío de su pueblo. Él obró en la aparente desesperanza de la matriz de Sara, llenándola con un hijo. Él obró en los estómagos vacíos de su pueblo en el desierto, para enseñarles y entrenarlos a depender de Él para su provisión.

Dios obra de manera única en el vacío de nuestras vidas para enseñarnos y entrenarnos a confiar en Él

Moisés advirtió al pueblo que cuando llegara a la tierra “y comas y te sacies; entonces ten cuidado, no sea que te olvides del Señor que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre” (Dt. 6:11-12). Evidentemente, la plenitud puede conducir al olvido. Fue cierto para ellos. Y es cierto para nosotros.

Dios obra de manera única en el vacío de nuestras vidas para enseñarnos y entrenarnos a confiar en Él. Cuando nuestras vidas están llenas, llenas de salud, llenas de comodidad, llenas de todo lo que estimamos bueno y satisfactorio, nos puede llevar a olvidar nuestra dependencia de Él. Nos puede adormecer al pensar que debemos tener estas otras cosas paras ser feliz, en vez de vivir como si Cristo es lo único que tenemos que tener en esta vida.

Con toda seguridad, su plenitud los llevó al olvido. Jeremías habló por Dios: “se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se hicieron vanos” (Jer. 2:5, RVR60). Ezequiel prometió, sin embargo, que Dios iba a trabajar en la vanidad de ellos. Él iba a trabajar en la desolación para hacer de sus vidas como un campo lleno de frutos. Él iba a llenar sus vidas con Su propio Espíritu (Ez. 36:24-36).

La plenitud de Jesús

Finalmente, Jesús, en quién habitó con agrado toda la plenitud de Dios, entró a este mundo (Col. 1:19). “Aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).

Para que podamos recibir esta plenitud, Jesús tuvo que ser vaciado

Él vino para llenar el vacío de todo el que estuviera dispuesto a recibir su plenitud de Él. Juan escribe que “de Su plenitud todos hemos recibido, y gracia sobre gracia” (Jn 1:16). Pero para que podamos recibir esta plenitud, Jesús tuvo que ser vaciado. Aunque Él era rico, por causa nuestra Él se hizo pobre, para que a través de su pobreza podamos ser ricos (2 Co. 8:9).

La generosidad de su gracia nos convence de que: “El que no negó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas?” (Ro. 8:32).

La llenura del Espíritu Santo

La llenura comenzó en Pentecostés, cuando los creyentes en el aposento alto fueron llenos con el Espíritu Santo. Y continúa hoy mientras permanecemos en Cristo y el Espíritu genera su fruto en nuestra vida interior. Aún ahora Dios está respondiendo la oración que Pablo oró en Efesios 3:19 que nosotros seamos “llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”.

Convencernos de que somos suficientes no es responder a nuestro vacío. No necesitamos más de nosotros mismos. La respuesta final a nuestra insuficiencia, a nuestro vacío, es “la plenitud de Dios” llenando nuestro ser interior.

La respuesta final a nuestra insuficiencia, a nuestro vacío, es “la plenitud de Dios” llenando nuestro ser interior

Así que en vez de decirnos “eres suficiente”, le decimos a Él “¡Tú eres suficiente!” mientras Él llena nuestras vidas con su gracia y bondad, su gozo y amor, su propósito y significado. Y anticipamos el día cuando la Plenitud Divina traerá a su final el vacío humano.

El Dios que no necesita nada llenará cada necesidad. Seremos capaces de mirar atrás sobre nuestras vidas y decir que era realmente cierto: Dios hizo su mejor trabajo con el vacío mientras nos llenó con Él mismo.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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