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Hace poco leí un artículo (en inglés) que abordaba la caída de valores como la fe, la familia y el civismo; algo que se observa desde hace varios años en la sociedad de Estados Unidos y en el mundo hispano. Esta pérdida de valores se traduce en una falta de entendimiento sobre cuál es el verdadero propósito del individuo y su contribución a las diferentes entidades civiles. Esta falta de propósito ha llevado, en última instancia, a debilitar aspectos importantes de la sociedad, como la unidad y la estabilidad colectiva.

El individualismo materialista y desenfrenado ha conformado una sociedad de personas aisladas. El individualismo actual atenta contra la necesidad humana de encontrar propósito y sentido a la vida, porque mata la aspiración de pertenecer y comprometerse con una institución social, e impide a las personas perseguir un objetivo mayor a sí mismas. El concepto equivocado de que el individuo es autosuficiente y el centro de toda la existencia, y que sus derechos están por encima de sus obligaciones, ha resultado en un desprecio por la vida humana, en familias desintegradas y en la pérdida del sentido de comunidad. El individualismo empuja a las personas a vivir sin sentido y sin propósito.

Cuando desaparece el ideal de formar una familia o contribuir positivamente a la sociedad, el individuo se enfoca excesivamente en sí mismo, volviéndose un ser infructuoso a nivel personal y social. Los problemas emocionales y la desesperanza que se viven en nuestros días tienen una de sus causas en este enfoque desmedido de las personas en sí mismas.

Por la fe en Cristo encontramos el propósito de nuestras vidas, porque deseamos servir a nuestro Señor y Salvador

El impacto de la falta de propósito en el ser humano se expresa en el hombre y en la mujer de maneras diferentes.

Falta de propósito en el hombre

En el relato de la creación, vemos que el llamado de Dios para Adán fue que cuidara del jardín del Edén y subyugara la tierra; estaba llamado a liderar esta misión junto a la mujer, su ayuda idónea. De allí podemos entender que el hombre encuentra su propósito en proveer, proteger y liderar, por ejemplo, a su familia. Pero el individualismo le ha robado su propósito en la vida y lo ha llevado al fracaso y a la frustración. 

El hombre actual vive con la idea de que es inútil e improductivo, y que no tiene nada de malo permanecer de esa manera. Es triste que una gran cantidad de hombres encuentren satisfacción en cosas vanas, como perder el tiempo en videojuegos o tener relaciones sexuales desordenadas. Cuando el hombre pierde el propósito para el cual Dios lo creó, su vida termina en desesperanza y frustración.

Falta de propósito en la mujer

En la creación de Eva, vemos que el propósito de Dios para la mujer es que sea ayuda idónea del hombre en la tarea de subyugar y desarrollar el potencial de la creación (Gn 2:18-23). Le dio la capacidad de nutrir y administrar un hogar, cualidades que la habilitan para la procreación y la crianza de los hijos (1 Ti 2:15; Tit 2; Pr 31). Pero la cultura actual busca que las mujeres crean la mentira de que su verdadero propósito es ser como los hombres, abandonar su instinto natural de ser madres y formar un hogar o vivir solo para el éxito personal y profesional.

La revolución sexual ha llevado a muchas mujeres a vivir en promiscuidad, suprimiendo el precepto de Dios de que las personas asuman su responsabilidad de vivir su sexualidad dentro del matrimonio, buscando formar una familia. El individualismo ha dañado el diseño perfecto de Dios, porque la mujer está enfocada en satisfacer sus deseos personales. Caminar hacia el altar vestida de blanco para unirse a un hombre, o recibir la soltería como don de Dios para servir a la iglesia (y no para vivir de manera egocéntrica), se consideran hoy ideas obsoletas.

Recuperando el propósito en el evangelio

El hombre y la mujer pueden cumplir el propósito de Dios para ellos cuando son redimidos por el evangelio de Cristo, pues entonces pueden respetar y honrar las instituciones constituidas por Dios. En primer lugar, el matrimonio, contexto para la formación de la familia; luego la iglesia, que es la comunidad en el contexto de la fe; y, por último, el Estado, que es la comunidad en el contexto de una entidad nacional. Las instituciones se honran cuando las personas dejan de enfocarse en sí mismas y se enfocan en los demás, siguiendo el ejemplo de Cristo.

Vivir de manera egoísta hace que el individuo no contribuya al bien común y distorsione la función de las instituciones que Dios creó. Cuando las personas no quieren ajustarse al diseño de Dios, transfieren al Estado las responsabilidades que le fueron encomendadas a la familia o a la Iglesia, y es un desacierto peligroso pensar que el Estado debe resolver esas situaciones.

El evangelio nos permite abrazar el diseño perfecto de Dios, donde la vida humana puede ser fructífera

La buena noticia es que el ser humano puede recuperar el propósito por el cual fue creado en el evangelio. El evangelio nos aleja de toda vida de ambición personal, egoísmo y egolatría. Nos impulsa a vivir con nuestra mirada en Cristo, el fundamento de nuestra vida y la solución a nuestro mayor problema: vivir alejados de Dios a causa de nuestro pecado. Por medio de Cristo somos reconciliados con Dios, por medio de la justificación (Ro 5:1). Por la fe en Cristo encontramos el propósito de Dios para nuestras vidas: deseamos servir a nuestro Señor y Salvador, así como cumplir Su voluntad.

El evangelio nos permite abrazar el diseño perfecto de Dios, donde la vida humana puede ser fructífera. Nos permite vivir afirmando las instituciones que Dios ha dictaminado en Su Palabra. El propósito redentor de Dios en Cristo es afirmado cuando los cristianos, hombres y mujeres, se enfocan en la familia, la cual vive como parte nuclear de la iglesia, y la iglesia sirve a su comunidad con las buenas nuevas del evangelio.

Todos juntos debemos abrazar el propósito de Dios y dejar de vivir misiones individuales. Por ejemplo, en el contexto de la familia, no debemos dejar que el desarrollo académico de los hijos o los objetivos personales de los padres sean el propósito central, o acabaremos perdiendo el verdadero propósito que encontramos expresada en la Palabra de Dios (Ef 6:1-4; Col 3:18-21).

Que el evangelio nos lleve a morir al individualismo y que podamos perseguir nuestro verdadero propósito: darnos por amor a otros, como Cristo se dio por nosotros.

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