El pastor John Piper recibe preguntas de algunos oyentes de su podcast Ask Pastor John. A continuación está una de esas preguntas y su respuesta.
¿Conoces esa tensión de la que Pablo habla en 1 Corintios? «El conocimiento envanece, pero el amor edifica» (1 Co 8:1). Es todo un dilema, ¿verdad? ¿Cómo podemos crecer en conocimiento sin alimentar el orgullo?
Crecer en conocimiento sin que crezca el orgullo es algo de lo que hemos hablado en otras oportunidades. Esta vez, un oyente llamado Moisés (¡qué gran nombre!) está lidiando precisamente con esto mientras se prepara para ir al instituto bíblico:
«Hola, pastor John. Quiero agradecerle por cómo su programa ha fortalecido mi alma en los momentos más oscuros de la vida, me ha ayudado a volver mi mirada a la gloria de Cristo. Tengo una pregunta relacionada con la preparación para el ministerio. Pronto comenzaré mis estudios en un instituto bíblico y deseo que el Señor use esta formación para que dé mucho fruto para Él. Sin embargo, me preocupa que esta etapa me lleve a volverme orgulloso, arrogante y dependiente del conocimiento, en lugar de depender del Espíritu Santo. Mi pregunta es: ¿cómo puedo lograr que todo lo que aprenda transforme realmente mi corazón, y no se quede simplemente como conocimiento que alimenta el orgullo?».
El orgullo y sus artimañas
Permíteme comenzar con una ilustración personal sobre la lucha contra el orgullo. Cuando terminé mis estudios de posgrado —es decir, después de completar veintidós años de educación formal, desde los seis hasta los veintiocho años, sin pausa— acepté un puesto como profesor universitario, enseñando griego y estudios bíblicos. Al mismo tiempo, publiqué mi disertación y comencé a escribir artículos para las principales revistas académicas especializadas en estudios del Nuevo Testamento. Deseaba tener un impacto por el bien de la fidelidad bíblica. Quería presentar observaciones y argumentos basados en la Biblia para defender interpretaciones correctas de la Escritura, todo para la gloria de Cristo. Así que oré.
Pero con el paso de los años, en esa vida de enseñanza y escritura, surgió un temor. El mismo temor que Moisés expresa en su pregunta: un problema real. ¿Estaba volviéndome orgulloso en mi deseo de publicar? Específicamente, ¿estaba buscando la aprobación de los hombres en lugar de amar al pueblo de Dios? ¿Estaba tratando de exaltarme a mí mismo en vez de ser un siervo que considera a los demás como superiores a sí mismo? Esta pregunta —y la incertidumbre respecto a mis propias motivaciones— llegó a inquietarme tanto que decidí cambiar de enfoque, al menos por un tiempo. Dejé de priorizar la publicación y comencé a enfocar la mayor parte de mi energía en enseñar a mis estudiantes, dedicándome principalmente a mis clases en la universidad.
Esto fue lo que descubrí: no pasó mucho tiempo después de comenzar a dedicar la mayor parte de mi energía a ser un maestro eficaz y atento en el aula, cuando empecé a tener las mismas sospechas sobre mis motivaciones. ¿Estaba recibiendo un placer indebido al recibir elogios de los estudiantes por mis clases o devocionales? ¿Deseaba obtener buenas evaluaciones al final del semestre más de lo que deseaba su bienestar espiritual?
El verdadero campo de batalla
Esta fue la lección que aprendí: el orgullo es un enemigo del alma tan insidioso que te perseguirá a todas partes sin importar cuántas estrategias externas trates de crear para evitarlo. La batalla contra el orgullo debe librarse principalmente en el nivel interior, invisible y espiritual del corazón, no en las circunstancias externas, es decir, ya sea que estés publicando o enseñando.
El orgullo es un enemigo del alma tan insidioso que te perseguirá a todas partes sin importar cuántas estrategias externas trates de crear para evitarlo
Así que sí, Moisés, asistir a un instituto bíblico y profundizar en el conocimiento de la Biblia, la teología y de Dios mismo puede dar lugar al orgullo. Probablemente los fariseos eran quienes mejor conocían las Escrituras en toda Palestina; aun así, fueron los más orgullosos. El corazón humano es desesperadamente corrupto y engañoso, capaz incluso de tomar las doctrinas más humillantes y usarlas para alimentar el orgullo de quienes las afirman. No hay duda: una formación avanzada en estudios bíblicos puede coexistir con un espíritu altivo y arrogante. Sí, puede suceder.
Pero aquí está el punto clave: evitar una formación avanzada en estudios bíblicos también puede ir de la mano con un espíritu orgulloso y arrogante. Hay tantas personas orgullosas sin educación formal como las hay con ella. Ningún grupo, ya sea por nivel educativo, cultura, riqueza o vocación, tiene el monopolio del orgullo. Si piensas que apartarte a solas con el Espíritu Santo, formular tus propias interpretaciones y luego decirle a otros lo que crees que Dios te mostró es una forma segura de evitar el orgullo, estás profundamente equivocado. Es mucho más probable que sentarte en un aula con otros estudiantes, escuchando a un profesor sabio, sea una experiencia profundamente humillante, en lugar de suponer que puedes obtener todo lo que necesitas por tu cuenta, sin la contribución del cuerpo de Cristo.
Entonces, ¿cómo puedes luchar esta batalla interior, una que no se gana simplemente cambiando tus circunstancias externas? Solo puede ganarse mediante una guerra espiritual interna. Aquí van mis sugerencias. Así es como yo he intentado combatir el orgullo.
Armas de la humildad
En primer lugar, procura vivir siempre asombrado de haber sido salvado del infierno, rescatado por una gracia soberana, inmerecida e indescriptiblemente preciosa. No pierdas nunca la capacidad de maravillarte por el hecho de que Dios te haya salvado: que Él te eligió, que Cristo murió por ti, que el Espíritu te atrajo, y que cada día te muestra una paciencia incansable a pesar de tus fallas. No dejes que por obra del enemigo eso se convierta en motivo de orgullo, sino que siempre sea una fuente de profunda humildad. «¡Soy salvo! Yo, completamente indigno… ¡soy salvo!». Que ese sea tu mayor asombro. Que esa sea tu canción.
En segundo lugar, mantén siempre presente que absolutamente todo lo que eres y tienes es un regalo inmerecido. Pablo escribe: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?» (1 Co 4:7). Dile a Dios cada día: «Reconozco que no soy Dios. No me pertenezco. Te pertenezco por completo. No soy dueño de nada; soy un siervo. Estoy totalmente a tu disposición. Puedes quitarme la vida cuando quieras. No podrías hacerme ningún mal que no merezca». Todo es gracia: cada aliento, cada latido. Que esta verdad siempre esté presente en tu mente.
En tercer lugar, ora continuamente para que Dios actúe en tu vida y te libre del engaño de pensar que eres algo cuando en realidad no eres nada. Pablo dijo: «Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento» (1 Co 3:6-7). Ora para que Dios obre en ti el milagro de una humildad que hace que te olvides de ti mismo, y te guarde de la autosuficiencia y la autoexaltación. Ora, ora y vuelve a orar por esto.
En cuarto lugar, en todo lo que hagas, proponte ser siervo de los demás en el nombre de Jesús. No te exaltes sobre otros; vive para el bien de los demás. Mide todo por el amor. Incluso si se te confía algún rol de liderazgo, considéralo siempre un llamado a servir a otros. Vive empapado de Filipenses 2:1-11, hasta que la mente de Cristo sea formada en ti. Sé un siervo. Sé un siervo.
Finalmente, en quinto lugar, como dice Pablo en Romanos 8:13, da muerte por el Espíritu a toda insinuación de exaltación a ti mismo. Mantente alerta ante las sutilezas del orgullo y toma la espada del Espíritu, la Palabra de Dios, para hacer morir toda tentación que brote en tu corazón de querer engrandecerte.
Así que, Moisés, la cuestión no es si vas o no al instituto bíblico. La verdadera batalla está en tu interior. Oro para que Dios te conceda una gran victoria.