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“Sabemos, hermanos amados de Dios, de la elección de ustedes, porque nuestro evangelio no vino a ustedes solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción; como saben qué clase de personas demostramos ser entre ustedes por el amor que les tenemos”, 1 Tesalonicenses 1:4-5.

Podemos ver la obra del evangelio en las personas (y en nosotros mismos) dice el pasaje, a través de dos cosas: la obra poderosa del Espíritu Santo y una profunda convicción.

El Espíritu Santo es el que convence al mundo de “pecado, justicia y juicio” (Juan 16:8). En otras palabras, nos muestra nuestra condición pecaminosa y abre nuestros ojos para ver a Dios como un juez justo y supremo a quien un día tendremos que dar cuentas. Nos damos cuenta de que no tenemos escapatoria y reconocemos nuestra necesidad de un Salvador. Es entonces cuando entendemos funcionalmente lo que significa la obra de Jesús en la cruz del Calvario en nuestro favor al pagar por el precio de nuestra culpa y justificarnos en el proceso.

Esta obra es evidente en nosotros al observar cómo el evangelio pasa de ser palabras a una experiencia de profundo impacto y transformación en nuestra vida y por la poderosa obra del Espíritu Santo en nosotros.

La segunda cosa que el evangelio produce, como dice el pasaje, es una “profunda convicción”. Pensaba que además del regalo de la salvación, es una evidencia de Su gracia, el regalo de una creciente convicción de nuestra condición pecaminosa. Es algo doloroso, pero nos ayuda a mantenernos dependientes de Él.

Esta continua convicción nos hace vivir una vida caracterizada por el arrepentimiento, algo que también es evidente a los demás a través de un espíritu de gracia que extendemos a otros sabiendo cuánto nosotros mismos continuamos siendo objetos de ella.

Por supuesto también nos gozamos de la convicción de ser suyos y seguros en Él.

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.

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