“La corrupción se define como la ‘alteración de la integridad, de una virtud o de un principio moral’”.
Tristemente, en América Latina la corrupción es cosa de todos los días. A donde sea que volteemos podemos ver las consecuencias de este pecado. Somos pronto para criticarlo en los demás, desde en el gobierno hasta en los empresarios de alto rango.
¿Pero qué hay de nuestra propia corrupción? ¿Es nuestra integridad sólida y nuestros principios morales firmes?
Como cristianos, tenemos un compromiso con la verdad, un llamado a la integridad.
Más que acciones
“Para Dios las motivaciones de nuestro corazón son tan importantes como nuestras acciones”.
Cuando meditamos un momento en 1 Samuel 16:7 nos damos cuenta de lo desesperadamente que necesitamos el evangelio. La integridad no solo se trata de lo que haces o dejas de hacer, sino lo que hay en tu corazón detrás de cada acción.
¿Cuántas veces hemos hecho lo bueno por las razones equivocadas? ¡Incontables veces! Incontables para nosotros, pero Dios conoce cada una de ellas.
¡Cuán grande es su misericordia! Que el Señor siga abriendo nuestros ojos a nuestra necesidad de ser transformados por su Palabra.
La integridad cambia las cosas
En el capítulo tres, Miguel Núñez nos confronta con el ejemplo de vida de Daniel. En el relato bíblico de Daniel 6 podemos ver cómo Dios usa la integridad de sus hijos para ganar la confianza y cariño de otros, levantarnos sobre nuestros enemigos, hablar a las personas de quien Él es, y hasta para cambiar leyes.
“Quizás América Latina no ha visto mayores cambios porque el testimonio de muchos de Sus hijos y sobre todo de aquellos que han servido en la vida pública no ha sido el mejor”.
¿Caminamos en integridad para la gloria de Dios y el bien de los demás? ¿Somos un reflejo del carácter de nuestro Señor o simplemente nos quejamos de la corrupción de todo el mundo mientras somos ciegos a la nuestra?
