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Nota del editor: Este breve artículo forma parte de una serie regular sobre eventos y personas relevantes en la historia de la Iglesia universal antes, durante, y después de la Reforma protestante. Para conocer más sobre la historia de la Iglesia desde tus redes sociales, puedes seguir los perfiles de Credo en Twitter e Instagram.

“¡Fuego, fuego, fuego!” —se oyó un grito que interrumpió abruptamente al predicador.

En un abrir y cerrar de ojos, las más de doce mil personas que escuchaban el sermón comenzaron a correr en estado de pánico. El predicador, sin suerte alguna, trataba de apaciguar a la multitud que huía desesperada como gacela que ve a un león hambriento.

Siete personas murieron el 19 de octubre de 1856, la primera vez que el joven de veintidós años, Charles Haddon Spurgeon (1834-1892), predicó en Surrey Gardens Music Hall, en la ciudad de Londres.[1]

El aviso de fuego había sido una broma, pero las consecuencias no. Aparte de las personas que fueron a escuchar la Palabra predicada y murieron ese día, veintiocho quedaron severamente lesionadas, y varias otras salieron heridas, incluyendo Spurgeon mismo. La lesión de Spurgeon no fue física, pero a partir de este día la depresión sería parte de su vida.

Los primeros días luego del incidente, Spurgeon se sumergió tan profundamente en su dolor que algunos creían que podía haber perdido la razón. Spurgeon pasaba horas en “lágrimas de día y pesadillas de terror por la noche”.[2] Durante este tiempo, sus amigos trataban de guardarle de las venenosas palabras de la prensa londinense contra él. Uno de los diáconos de la iglesia reportó:

“Con referencia al origen de la alarma, no hay duda de que fue originada por hombres malvados. ¡Oh, qué penosa escena! Tú estás ansioso de escuchar de nuestro pobre pastor: él está muy mal. Muy mal, digo, no por ninguna herida o moretón que recibiera, sino por la extrema tensión en sus nervios, y su gran ansiedad. Tan mal, que estábamos temerosos por su mente esta mañana”.[3]

Sin embargo, Dios estaba en control absoluto de la situación.

“Un día, caminando abandonadamente en el jardín de un amigo con su esposa Susannah, llorando sobre el rocío, de repente, el Espíritu de Dios, lleno de gracia, trajo un pasaje de la Biblia al triste y deprimido corazón de Charles: ‘Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre’ (Fil. 2:9-11, RV60)”.[4]

Spurgeon concluyó: “Si Cristo es exaltado, haga Él lo que le plazca conmigo; mi sola oración será que pueda yo morir a mí mismo y pueda vivir enteramente para Él y su honor”.[5]

La Palabra de Dios iluminó su atribulado corazón. Mirando a su esposa con los mismos ojos de antes, le dijo: “Querida, ¡qué necio he sido! ¿Por qué? ¿Acaso importa qué sea de mí si el Señor ha de ser glorificado?”.[6]

Spurgeon escribe:

“En alas de paloma, mi espíritu voló a las estrellas —sí, más allá de ellas—. El jardín en el que estaba se convirtió en Edén para mí, y el lugar donde parado estaba se convirtió en el lugar más solemnemente consagrado en mi conciencia restaurada. ¡Hora feliz! […] Nunca más después de mi conversión había visto yo tanto de su infinita excelencia, nunca más había mi espíritu saltado en un deleite tan indescriptible […] Comencé a exclamar sus glorias, mi alma estaba absorbida en la idea única de su gloriosa exaltación y su compasión divina”.[7]

Isaías 43:2 dice: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (RV60). Cinco años después del incidente, Spurgeon predicó sobre este texto y su conclusión fue esta:

“Desde una cama o desde las puertas del paraíso, tú mirarás atrás, al oscuro trecho en el camino y dirás: ‘Fue bueno, fue bueno que cargase esa cruz, y que ahora se me permita ponerme esta corona’. ¿Quién está al lado del Señor esta mañana? […] Tú que estás a su lado, [recuerda sus palabras]: ‘Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti’”.[8]

La depresión de Spurgeon no desapareció repentinamente. Su tristeza, sus dudas, y su confusión no fueron efímeras. Él continuó luchando contra la depresión hasta su muerte, pero en su alma había un fuego más poderoso que el fuego imaginario que trajo sus tristezas. Su esperanza estaba arraigada en un fuego que no mata, sino que da vida. Un fuego que no quema, sino que sana. Un fuego que no nos consume, sino que nos purifica.

Spurgeon creyó a Dios como el fuego que no nos aleja, sino que nos llama a sí mismo, y nos promete estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28:20).


[1] Spurgeon arrendó el Surrey Music Hall en los Royal Surrey Gardens para los servicios dominicales, pues este era el más grande, más cómodo, y más bello edificio hecho para actividades públicas de todo Londres. Muchos criticaron la decisión de arrendar un local comúnmente utilizado para “el asombro del hombre”, pero el lugar permitía entre diez y doce mil personas. El 19 de octubre, siendo el primer servicio allí, el salón estaba repleto. Doce mil personas adentro, y otras diez mil afuera, tratando de entrar.

[2] Ibid, 49. (traducido por el autor).

[3] The British Banner, Periódico: Octubre 21, 1856.

[4] Lewis A. Drummond, Spurgeon: Prince of Preachers, 243 (traducido por el autor).

[5] Charles Ray, The Life of Charles Haddon Spurgeon, 219-220 (traducido por el autor).

[6] Lewis A. Drummond, Spurgeon: Prince of Preachers, 243 (traducido por el autor).

[7] C.H. Spurgeon, The Saint and His Saviour, 373-375 (traducido por el autor).

[8] C.H. Spurgeon, Fire! Fire! Fire! (Is. 43:2), Sermón: 22 de Junio, 1861 (traducido por el autor).

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