Nota del autor: A continuación una carta dirigida a los creyentes que padecen una enfermedad y todavía esperan su sanidad. Es mi oración que pueda servirte si estás en una situación similar, o que puedas pasarlo a alguien que le pueda servir.
Estimado creyente:
Quiero tomar estas próximas líneas para ofrecerte una perspectiva bíblica con respecto a las enfermedades y a la sanidad, confiando que será de mucha ayuda. Creo que es importante que Dios ilumine nuestro entendimiento en cada esfera de la vida, sobre todo cuando se trata del sufrimiento relacionado a alguna enfermedad.
Entiendo que debes estar pasando un momento difícil, y más si llevas mucho tiempo con la enfermedad que te aflige. Asimismo, creo que la frustración aumenta cuando ves que las oraciones no han surtido el efecto que esperas, añadiendo una sensación de condenación y desilusión. La condenación golpea cuando ves a otros creyentes ser sanados, pensando que Dios no te quiere sanar por algún pecado oculto o alguna razón que desconoces. Por otro lado, la desilusión viene cuando sientes que no tienes suficiente fe para recibir sanidad.
Primero quiero recordarte que la enfermedad y la corrupción de nuestros cuerpos es un resultado directo e inevitable de la caída del hombre (Gn. 3:19), y por lo tanto no debes sentirte culpable por estar enfermo. Con el correr del tiempo todos vamos sufrir el desgaste del cuerpo producto del pecado de Adán. Desde que nacemos empezamos un proceso inevitable de envejecimiento, y las enfermedades son evidencia de ello. El apóstol Pablo animaba a los cristianos de una iglesia diciéndoles: Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día (2 Co. 4:16). Dicho de otra manera, Pablo reconocía el inevitable desgaste de los cuerpos como resultado del pecado de Adán, que fue pasado a todos los hombres (Ro. 5:12).
Pero la buena noticia es que Cristo murió en la cruz, llevando nuestras enfermedades y dolencias, pagando el precio de nuestra sanidad:
“Pero El fue herido por nuestras transgresiones,
Molido por nuestras iniquidades.
El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El,
Y por Sus heridas hemos sido sanados”, Isaías 53:5.
Por eso, toda sanidad que recibe un creyente se debe únicamente al sacrificio de Cristo, y no a los méritos ni a la bondad ni a la fe del creyente. Mejor dicho, a causa del sacrificio de Cristo, Dios puede permitirnos experimentar temporalmente –en cierta medida– el beneficio de la sanidad. Pero mientras estemos en este mundo seguiremos sujetos a la corrupción de nuestro cuerpo. La extensión total y real de la sanidad que Jesús obtuvo en el Calvario la recibiremos en la resurrección, cuando seamos glorificados y recibamos cuerpos que no estarán sujetos a corrupción (1 Co. 15:42).
Mientras estemos en esta tierra, el beneficio de la sanidad será solo temporal. Los Evangelios, el libro de los Hechos y las Epístolas nos ofrecen muchos ejemplos de esta verdad. Por ejemplo, Lázaro fue resucitado por el Señor, sin embargo –con toda seguridad– más adelante él murió como cualquiera de sus contemporáneos. Asimismo, todos los ciegos, los paralíticos, sordos y mudos que fueron sanados por Jesús y posteriormente por los apóstoles también debieron morir como cualquier otro ser humano. Igual podían haber caído en otras enfermedades posteriormente. El mismo Pablo menciona de manera natural las enfermedades que sufrían sus colaboradores Timoteo y Epafrodito (1 Ti. 5:23; Fi. 2:27) porque el apóstol entendía que ese efecto del pecado estaba vigente, pero sería destruido de una vez por todas en un futuro (1 Co. 15:12).
Sin embargo, en medio de la enfermedad el Señor nos anima a llamar a los líderes de la iglesia y orar con fe por nuestra sanidad (Stg. 5:14). En observación a este mandato, miles de creyentes han recibido sanidad en sus cuerpos como evidencia del poder y de la misericordia de Dios. Pero nuestra oración debe descansar en el hecho de que Dios es soberano y por eso puede obrar de maneras que muchas veces no comprendemos. El Señor puede permitir una enfermedad y a veces no nos sanará en el tiempo o en la forma que deseamos. Más aún, en ocasiones Dios no sanará a una persona, y a partir de ahí debemos reconocer y confiar que la voluntad de Dios se está haciendo y que Él obrará sus propósitos eternos a pesar de nuestra enfermedad o a través de la misma. En este sentido, las Escrituras nos dicen que “los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 P. 4:19) y que “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Ro. 8:28). Además, aun cuando Dios no sane la enfermedad, tenemos la seguridad de que Él nos otorgará su gracia para sostenernos en medio del sufrimiento (2 Co. 9:12).
Para terminar, quiero exhortarte a mantener una expectativa legítima como creyente, en vista que, como ya dije, Dios no solo obra a través del sufrimiento y nos otorga la gracia necesaria para soportarlo, sino también porque el sacrifico en la cruz compró nuestra justificación y por ello estaremos con el Señor eternamente en los cielos. Nuestro gozo se deriva de que sabemos que hemos sido rescatados del poder de las tinieblas y justificados delante de Dios. Ya no sufriremos el castigo de nuestros pecados porque Cristo pagó completamente por ellos. Por eso, el día que dejemos esta “morada terrenal” experimentaremos la plenitud de la vida eterna, donde “… ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap. 21:4). Para un cristiano, esto es muy superior a cualquier sanidad temporal.