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“Surgió también entre ellos una discusión, sobre cuál de ellos debía ser considerado como el mayor. Y Jesús les dijo: ‘Los reyes de los Gentiles se enseñorean de ellos; y los que tienen autoridad sobre ellos son llamados bienhechores. Pero no es así con ustedes; antes, el mayor entre ustedes hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No lo es el que se sienta a la mesa? Sin embargo, entre ustedes Yo soy como el que sirve. Ustedes son los que han permanecido junto a Mí en Mis pruebas; y así como Mi Padre Me ha otorgado un reino, Yo les otorgo que coman y beban a Mi mesa en Mi reino; y se sentarán en tronos juzgando a las doce tribus de Israel”, Lucas 22:24-30.

Al igual que los discípulos, parece que siempre estamos compitiendo por tener una posición. Somos impulsados a tener éxito, a prosperar, a ganar. Entonces, cuando alguien más obtiene la promoción en el trabajo, alguien más recibe el reconocimiento en la iglesia, alguien más obtiene el trofeo en el juego, luchamos contra el resentimiento. Sucede de un millón de maneras, grandes y pequeñas. Para algunos de nosotros solo se necesita perder un espacio en el estacionamiento o el gran trozo de pollo en la cena para sentirnos menospreciados.

En el trabajo o en la iglesia o en casa podemos sentir que no se nos respeta adecuadamente. Y tal vez así sea. Pero cuando los discípulos están tratando de descubrir cuál de ellos debería ser declarado como el más grande, Jesús no lo permite ni por un segundo. En cambio, Él identifica esa preocupación por lo que realmente es: mundanalidad.

En el reino las bendiciones no vienen sobre quienes confían en las riquezas o el poder o la felicidad terrenal, sino a los pobres, los oprimidos, los afligidos.

“Así es como piensan los que no conocen a Dios”, dice. Jesús contrasta el preocuparse por tener una posición  —por tener respeto, renombre, poder— con el reino de Dios.

Recuerda que fue una lucha por tener una posición lo que trajo el pecado y la muerte al mundo. Adán y Eva querían ser más grandes de lo que Dios ya había declarado que eran. Esto es orgullo, y nos pudrirá desde adentro. Si piensas en el sermón del monte, que es el gran mapa del reino de Dios, recuerda cómo Jesús comienza con esas bienaventuranzas: anunciando que el reino de Dios ha llegado para arreglar las cosas. En el reino, entonces, las bendiciones no vienen sobre quienes confían en las riquezas o el poder o la felicidad terrenal, sino a los pobres, los oprimidos, los afligidos.

Jesús mismo no vino a imponer su deidad sobre los pecadores, sino a habitar junto a ellos, a identificarse como uno de ellos a pesar de no tener pecado, y a servir, sufrir, y morir. Este es el camino del reino. Es lo opuesto al orgullo.

Y sin embargo, hay gloria en ello. ¡Jesús nos manda ser humildes pero no deja al hombre humilde sin nada! Es el manso, recuerda, quien heredará la tierra.

Jesús aquí les dice a sus seguidores que no se preocupen por su posición, su poder, el respeto, o el renombre. Dios se encargará de eso. Si nos humillamos, Dios nos exaltará en el momento apropiado (1 Pe. 5:6, Stg. 4:10). La reivindicación vendrá. Y les promete tronos (v. 30). El camino hacia la verdadera grandeza, mientras tanto, es bajar.


Publicado originalmente en For the Church. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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