Muchos de nosotros experimentamos algún tipo de ansiedad social. Estamos a punto de llegar a un acto social y nos lo pensamos dos veces. Nos preguntamos si realmente nos quieren o si el anfitrión solo nos está invitando para cumplir con su deber. Tememos sentirnos incómodos o no congeniar tan bien con nuestros anfitriones como pensábamos.
Muchos de esos temores pueden disiparse con una bienvenida adecuada. Si nos abren la puerta e inmediatamente nos hacen sentir valorados, sabemos que nos quieren, que estamos entre amigos y a salvo. El alivio puede ser palpable. Si somos los anfitriones, así es exactamente como queremos que se sientan nuestros invitados. Queremos que nuestros hogares sean lugares donde se sientan dignos y deseados, bienvenidos y apreciados.
Lo mismo debería ocurrir con nuestras iglesias. Queremos que sean lugares fáciles para que las personas vengan la primera vez, solas, con la cabeza llena de dudas o con culpas no confesadas. Ese instinto es bíblico. Pablo escribe: «Por tanto, acéptense los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para la gloria de Dios» (Ro 15:7).
Nuevas reglas basadas en el evangelio
Pensemos en esos momentos iniciales del servicio en la iglesia. No podrían ser más importantes. Son la ventana principal de la bienvenida de Cristo a las personas que a menudo entran en la iglesia sintiéndose extraños.
Los momentos iniciales de nuestros servicios son cuando podemos establecer nuevas reglas basadas en el evangelio sobre por qué y cómo nos reunimos como cristianos
En Romanos, Pablo no escribió: «Acéptense los unos a los otros como hace la gente del gimnasio de la calle de al lado». No estamos transmitiendo nuestra bienvenida, sino la bienvenida de Cristo. No se trata de intercambiar una cortesía cultural, sino de declarar una realidad celestial. Debemos invitar a los pecadores con corazones rotos a desplomarse en los brazos abiertos de Jesús.
El inicio de nuestro servicio de adoración es posiblemente el momento más precioso de todo el servicio. Solo tenemos un minuto para convertirlo en un momento del evangelio. Con la ayuda de Dios, queremos reorganizar la realidad espiritual de las personas desde el primer momento. Puede que estén pensando:
No sé por qué vine esta semana. Esto no es para mí.
No soy bueno en el cristianismo. Nadie aquí me entiende.
¿Cuánto tiempo voy a estar atrapado aquí?
Queremos llevarles a pensar en cambio:
¿Quieres decir que Jesús es realmente así? Estoy tan aliviado de haber venido.
Esto es algo que necesito tanto. Tal vez hay esperanza para mí.
No puedo esperar a volver el próximo domingo.
Es difícil exagerar la importancia de la bienvenida al inicio del servicio y cuánto se pierde cuando no se maneja con cuidado, pastoralmente y con la intencionalidad del evangelio.
Los momentos iniciales de nuestros servicios son cuando podemos establecer nuevas reglas basadas en el evangelio sobre por qué y cómo nos reunimos como cristianos. No estamos aquí para hacerle un favor a Dios, para hacerle compañía durante una hora o así, para que se sienta mejor. No estamos aquí para pagar un impuesto religioso semanal para que nos deje en paz durante los próximos seis días. No estamos aquí para que nos sellen la tarjeta de respetabilidad una semana más. Estamos aquí por una sola razón: Cristo nos ha recibido. Necesitamos envolver nuestras mentes alrededor de esa buena noticia.
La bienvenida del evangelio desde el principio
Algunos podrían pensar que no es necesario que el evangelio sea el tema de la bienvenida cuando hay cantos, oraciones, sacramentos y un sermón que declararán el evangelio. Sin duda, podemos confiar en que el resto del servicio nos hará comprender la realidad de la gracia.
Pero hay una razón urgente por la que la bienvenida es consecuente: ¿Cómo podríamos soportar hacer esperar a alguien antes de experimentar la bienvenida de Jesús? No es una formalidad. Su bienvenida llena de gracia es el punto central.
A lo largo de los años me he dado cuenta de que, a veces, las personas tardan casi todo el servicio en llegar al punto en el que empiezan a creer que Dios les ama de verdad. Quizá al final del sermón. Tal vez a tiempo para disfrutar de la canción final. Pero ¿y si, con la ayuda de Dios, introducimos a las personas en la gloria del evangelio desde el principio? ¿Qué pasaría si, en lugar de ir entrando poco a poco en calor a lo largo de una hora o así, comenzaran experimentando la bienvenida de Cristo? Luego, durante el resto del servicio, pueden deleitarse en ello.
Debemos invitar a los pecadores con corazones rotos a desplomarse en los brazos abiertos de Jesús
Estoy escribiendo esto en medio de una ola de calor en Europa, mientras estoy de vacaciones en un edificio viejo y húmedo que nunca ha oído hablar del aire acondicionado. Mi única forma de sobrellevarlo ha sido meterme de vez en cuando en la piscina para refrescarme. El agua fresca y agradable sobre un cuerpo caliente y pegajoso es un auténtico placer. A menudo me quedo allí, maravillado de lo bien que se siente.
Así es como una iglesia refrescada con la bienvenida del evangelio se siente para los pecadores agotados. No están de pie junto a la piscina, mientras se les dice lo fresca que está el agua y solo después de un rato se les invita a entrar. Desde el primer momento del servicio, se les da la bienvenida. El pastor declara suave y sinceramente la gracia refrescante de Jesús. Desde el comienzo, baña con ella las almas cansadas de las personas.
Bienvenidos al Salvador
Esta es un área en la que he cambiado como pastor. Solía pensar que estaba dando la bienvenida a las personas a la iglesia. Romanos 15:7 me ha hecho darme cuenta de que estoy dando la bienvenida a las personas a Cristo. No estoy tratando de romper el hielo cultural; mi objetivo es la renovación espiritual en ese mismo momento. Anhelo que la bienvenida de Jesús sea una realidad que se sienta desde los primeros segundos.
Hay muchas maneras de dar esa bienvenida del evangelio. Cada iglesia tendrá, con razón, sus propias tradiciones, personalidad, responsabilidades confesionales, etcétera. No se trata de ser un poco más bautista aquí o anglicano allá. Se trata de establecer claramente, desde el primer momento en que el pastor se pone delante de la congregación, que esta no es como cualquier otra reunión de la ciudad. Nuestra reunión no gira en torno a un interés compartido, una causa común o una expectativa cultural. Estamos en la iglesia porque Jesús nos ha dado una calurosa bienvenida. ¿Dónde más podríamos estar?
La bienvenida pastoral no es el único momento y lugar en el que queremos que la bienvenida de Jesús sea imperdible, por supuesto. Al fin y al cabo, el mandato de Pablo de «acéptense los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó» se aplica a algo más que al pastor y a algo más que a un servicio de la iglesia. Pero ¿no sería maravilloso que nuestra bienvenida pastoral domingo a domingo se convirtiera en el arranque de nuestra intención de toda la semana de hacer que la bienvenida de Jesús sea menos teórica y más personal? Habiendo recibido la bienvenida de Cristo en la iglesia, resulta mucho más fácil compartir la bienvenida de Cristo durante toda la semana.