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Es difícil exponerse a un ciclo de noticias de 24 horas sin sentir una profunda sensación de pérdida. Vemos pérdida de vidas, pérdida de justicia, pérdida de dignidad y pérdida de esperanza a nuestro alrededor. El más breve de los análisis de nuestras propias vidas y las de nuestro círculo de relacionados confirma que esta pérdida no está simplemente “allá afuera” siendo afrontada por otros, sino que está continuamente presente en nuestro contexto personal. La tragedia, la enfermedad, el trauma y la muerte misma afligen a quienes nos rodean. A veces se siente como si nos tambaleáramos de un dolor a otro.

Este sentimiento de pérdida era algo que los discípulos de Jesús sintieron con mucha intensidad en las horas previas a la traición y arresto de su maestro. En lo que resultaría ser su última noche juntos, Jesús soltó la bomba de que los dejaría y que ellos no podrían ir con Él. Fue una noticia aplastante. Durante los últimos tres años, habían vivido, comido y viajado con Él. Algunos hasta habían dejado a sus familias y sus trabajos para convertirse en sus discípulos. Lo habían invertido todo en Él.

Esto fue mucho más significativo de lo que podríamos sentir ante la noticia de que un querido CEO se irá de la empresa. “No los dejaré huérfanos”, promete Jesús (Jn 14:18). Esta no era la tristeza que produce despedirse de un colega; era más parecido a perder un padre. Ese era el nivel de abandono que los discípulos temían y sentían. Esa fue la profundidad de la separación que comenzó a engullirlos. No es de extrañar que sus corazones estuvieran tan atribulados. 

Nuestros corazones atribulados 

Nuestros corazones también se atribulan con frecuencia. No estamos exactamente en la misma situación que los discípulos; no hemos estado con Jesús durante tres años solo para enfrentar la posibilidad de que se vaya. Pero tenemos que lidiar con la ausencia física de Jesús. Hay momentos en los que nos sentimos algo abandonados espiritualmente aquí en la tierra. Aun si no dudamos de que Dios está allí, nos preguntamos si realmente está aquí. Hay momentos en que las dificultades de esta vida se sienten más grandes de lo que podemos soportar sin que Dios esté a nuestro lado.

Por eso necesitamos escuchar estas preciosas palabras de Jesús: “No los dejaré huérfanos”.

Hay momentos en que las dificultades de esta vida se sienten más grandes de lo que podemos soportar sin que Dios esté a nuestro lado

No está diciendo que no se irá. Lo hará. Está diciendo que no nos abandonará. Estaremos físicamente sin Él. Pero no estaremos solos.

La razón de esto es lo que dijo anteriormente: “Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre; es decir, el Espíritu de verdad” (Jn 14:16-17). Jesús promete el Espíritu Santo. La partida del Hijo será seguida por la llegada del Espíritu. Pentecostés no fue solo un momento importante de empoderamiento; fue un tipo de consolación. Pentecostés nos muestra que no hemos sido abandonados en la tierra como huérfanos espirituales.

El Espíritu de Cristo

Lo primero que Jesús enfatiza es cuán personal es este Espíritu. Jesús se refiere al Espíritu como “Él” y “de Él”, no “eso”. No es un producto espiritual impersonal, como lo aclaran de forma abundante otros pasajes del Nuevo Testamento. Así que, si bien podemos decir que el Espíritu se nos da para empoderarnos, no debemos pasar por alto que este poder es en sí mismo personal.

Pero el punto clave es el tipo de persona que Jesús está prometiendo: describe al Espíritu como “otro Consolador” (Jn 4:16). En otras palabras, el Espíritu es otro tipo de lo que Jesús ya ha sido para sus discípulos. Él viene, en cierto modo, para ocupar el lugar de Jesús, para tomar su lugar. Realmente es un Espíritu de Jesús. Pablo se refiere a Él como “el Espíritu de Cristo” (Ro 8:9).

Pentecostés no fue solo un momento importante de empoderamiento; fue un tipo de consolación

Así que el Espíritu no es como un maestro sustituto, alguien que aparece pero con un enfoque, estilo, prioridades y complejos completamente diferentes. El Espíritu es el Espíritu de Cristo. Esto explica lo que Jesús dice a continuación: “No los dejaré huérfanos; vendré a ustedes” (Jn 4:8). El regalo del Espíritu es el medio por el cual Cristo mismo viene a estar con nosotros, aun cuando está físicamente separado de nosotros.

Lo que lleva al segundo punto que Jesús enfatiza.

La presencia de Cristo a través de su Espíritu

El Espíritu es la forma en que disfrutamos de la presencia de Jesús. Jesús enfatiza cuán presente estará este Espíritu en nuestras vidas: “ustedes sí lo conocen porque mora con ustedes y estará en ustedes” (Jn 4:17).

El Espíritu estará “con ustedes”. Nunca experimentaremos un solo momento de la vida cristiana verdaderamente solos. Como Jesús dijo en otra ocasión: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Así es cómo: a través de su Espíritu, Él está con nosotros.

Nunca experimentaremos un solo momento de la vida cristiana verdaderamente solos

Esto, en sí mismo, es asombroso. Pero Jesús nos dice más. No solo tendremos al Espíritu cerca, como un fiel guardaespaldas, lo tendremos en nosotros. Por este Espíritu, Dios mismo viene a morar en mi interior: “Si alguien me ama, guardará Mi palabra; y Mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada” (Jn 14:23). Todo cristiano es la morada de Dios (cp. 1 Co 6:19).

El templo de Dios y nuestro consuelo

Hace un par de años tuve la oportunidad de visitar el Muro Occidental en Jerusalén. Esto es parte de la estructura sobreviviente del templo que había sido construido por Herodes el Grande y que habría sido contemporánea a Cristo. Es uno de los lugares más sagrados donde los judíos pueden orar hoy. Vienen a llorar la pérdida del templo junto con todo lo que representa y a orar por su restauración (de ahí el nombre más antiguo, “el Muro de los Lamentos”). Me paré allí y vi a muchos judíos orando con fervor y con evidente dolor.

Estando parado cerca, consideré que Jesús les ofrece algo que podría parecer desconocido a estos judíos que vienen a orar: no solo tener un templo (por más precioso que sea), sino ser un templo. Un creyente cristiano hoy, por la pura virtud del don del Espíritu Santo, es más un templo de lo que lo había sido ese lugar en Jerusalén. 

La venida del Espíritu Santo se interpone entre nosotros y la orfandad espiritual. No hemos sido abandonados

La Biblia nunca niega la realidad de la pérdida profunda y el trauma en este mundo. Tampoco nos promete inmunidad de tal pérdida en el momento en que nos convertimos en cristianos. En cambio, nos promete algo en medio de esta pérdida, algo más precioso que cualquier otra cosa en este mundo y que nunca se puede perder: la presencia y el amor de Dios dentro de nosotros por medio del Espíritu Santo. 

La venida del Espíritu Santo se interpone entre nosotros y la orfandad espiritual. No hemos sido abandonados. Se nos ha dado el Espíritu mismo de Jesús, puesto para siempre en nosotros.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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