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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Verdadera belleza (Poiema Publicaciones, 2017), por Carolyn Mahaney y Nicole Whitacre.

Para encontrar la verdadera belleza, debemos retroceder a través de siglos de modas cambiantes hasta llegar a «el fundamento y la fuente» de todo lo hermoso.1

La Biblia nos muestra la verdadera belleza

Nos revela a Dios como el ser más hermoso. Mucho antes de todas las modas cambiantes, Dios existía en perfecta hermosura. Él es el más alto, inmutable y eterno estándar de belleza. Es el Autor, Creador y Dador de la belleza. Su hermosura trasciende los tiempos y las culturas. Nunca cambia y nunca se marchita. Para poder conocer lo que es la verdadera belleza, debemos mirar a Dios.

Imagina que pudieras crear un montaje de todas las cosas hermosas que hayas visto o hayas deseado en tu vida. Aun así, todavía no has empezado a comprender la belleza de Dios. Él es «la suma de todas las cualidades deseables».2

Más deseable que los mejores manjares que este planeta puede ofrecer, más maravilloso que unas vacaciones de ensueño que nunca terminan. La belleza de Dios es la suma de todo lo deseable que nos podamos imaginar, y va más allá de nuestra imaginación.

La belleza de Dios

Tomemos unos momentos para maravillarnos de la belleza de Dios. La belleza de Dios es eterna. Mientras que la belleza terrenal se marchita, la belleza de Dios dura para siempre. Siempre ha sido y siempre será. La belleza de Dios está fuera y por encima de los tiempos y las tendencias. Con Dios «no hay cambio ni sombra de variación» (Stg 1:17).

La hermosura de Dios es visible en la creación, pero solo es un reflejo empañado de Su gloria deslumbrante. Su atractivo es indescriptible. Su apariencia es como «el sol cuando brilla en todo su esplendor» (Ap 1:16).

Desde el momento en que veamos la belleza de Dios, nuestra visión de la belleza cambiará para siempre. El poder de Dios derriba naciones y se manifiesta en el destello de los relámpagos. Él reina sobre los océanos y las galaxias, y guarda el corazón de cada hombre en Sus manos. No hay principado ni problema que se enfrente a la belleza de Su poder (Job 36:30; Pr 21:1).

La sabiduría de Dios implica que Él sabe todas las cosas, de principio a fin. Nunca descubre o aprende. Todo resultado depende de Él. Él sabe lo que es mejor y más hermoso en cada situación, y hace que todo obre infaliblemente para Su gloria (Job 12:13).

Los ángeles cantan sobre la santidad de Dios mientras contemplan Su hermosura: «Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso» (Ap 4:8). No solo es puro y limpio de pecado, está apartado de nosotros en todos los sentidos. Su belleza es totalmente incorrupta.

La bondad de Dios envía lluvia sobre justos e injustos. Cada momento feliz, cada regalo preciado, cada bendición viene directamente de la hermosa bondad de Dios. La belleza de Su bondad se ve de la manera más clara en Su plan de salvación (Sal 119:68).

La justicia de Dios es hermosamente fuerte e inconmovible. Nunca es quebrantada ni enrevesada. Nunca falla, pues «todos sus caminos son justos» (Dt 32:4).

¡Y esa es la lista corta! Con razón C.S. Lewis escribió: «Lo más dulce en mi vida ha sido el anhelo […] de encontrar el lugar de donde vino toda la belleza».3

Pero, francamente, no siempre estamos tan interesadas en la belleza de Dios, ¿no es cierto? Es bueno contemplarla en nuestro tiempo a solas con Él, pero puede que se sienta como algo remoto y desconectado de los asuntos relacionados con nuestro cuerpo y nuestra falta de «estilo» al vestir, nuestros problemas con el pelo y las imperfecciones de nuestra tez, nuestro acné y nuestro envejecimiento. Muchas veces dejamos de ver cómo la belleza de Dios está relacionada con nuestras compras los fines de semana o con nuestra próxima visita al salón.

La belleza de Dios cambia nuestra percepción de las cosas

Pero poder ver la belleza de Dios cambia cómo nos vestimos, cómo nos ejercitamos y cómo nos alimentamos. La belleza de Dios moldea la forma en que compramos, en que nos cuidamos y cómo queremos lucir ante los demás. Trastorna todas nuestras preferencias en cuanto a lo que consideramos bonito y lo que no. Solo un vistazo de la belleza de Dios cambiará aquello que vemos cuando nos miramos en el espejo.

Desde el momento en que veamos la belleza de Dios, nuestra visión de la belleza cambiará para siempre. La verdadera belleza es contemplar y reflejar la belleza de Dios.

Desde el momento en que veamos la belleza de Dios, nuestra visión de la belleza cambiará para siempre. La verdadera belleza es contemplar y reflejar la belleza de Dios

Dios pudo haber pasado la eternidad disfrutando Su belleza exclusivamente dentro de la comunión de la Trinidad. Pero Él hizo pública Su belleza y manifestó Su gloria en el acto asombroso de la creación. Él esparció las rugientes aguas y extendió la deslumbrante arena. Pintó los campos de un verde esmeralda y coronó los montes con rebaños de algodón. Colocó estrellas de mar en el oscuro fondo del mar y le ordenó al sol brillar. Hizo que del suelo naciera una elegante flor y empezó el serpenteo de los ríos. Infló las nubes y adornó el cielo de la noche. «Es bueno», dijo al terminar Su obra (Gn 1:31), lo cual también podría significar: «Es hermoso».4 Nuestro hermoso Dios creó un mundo hermoso. Hizo «todo hermoso en su momento».

¡Y «todo (lo) hermoso» nos incluye a nosotros! Nuestro hermoso Creador nos hizo a Su imagen. Hizo al hombre y a la mujer para que sean semejantes a Él y lo representen.5 Todos llevamos el sello inconfundible de Su hermosura. «Según la Biblia, cada ser humano está hecho a la imagen de Dios, y esta sola razón hace que cada uno sea verdaderamente hermoso», declara (en inglés) Albert Mohler.

Nuestra belleza viene de Dios

Muchas luchamos por aceptar esta verdad. Pero hemos sido creadas a la hermosa imagen de Dios, y es por esta sola razón que somos verdaderamente hermosas. No somos hermosas porque encajamos con lo que la mayoría considera que es el ideal de belleza, ni somos feas o poco atractivas porque no damos la talla. Nuestra belleza como seres humanos no proviene de nosotras mismas. Viene de un Dios hermoso.

Nuestra belleza como seres humanos no proviene de nosotras mismas. Viene de un Dios hermoso

Este es el estándar definitivo de belleza en nuestra cultura inconstante. No importa cuál sea nuestro tipo de cuerpo, edad, color de piel, altura o peso; ya sea que tengamos o no una incapacidad o deformidad, que cumplamos o no con el estándar cultural actual, todas somos hermosas porque hemos sido creadas a la imagen de Dios. Esto nivela el campo de juego. Redefine la belleza física de manera radical. Quita nuestra mirada de nosotras mismas y la dirige a nuestro hermoso Dios.

Dios no sólo nos creó a la imagen de Su belleza, sino que puso en cada una de nosotras un deseo por la belleza: «El anhelo por la belleza, junto con la capacidad de reconocerla y experimentarla, existe en cada ser humano» porque viene de Dios.6 Es «algo de inmenso valor en la experiencia humana y espiritual».7

Es por eso que instintivamente embellecemos nuestro espacio y nuestro aspecto. Es la razón por la que colocamos flores en una habitación intentando darle color y frescura, y que nos refrescamos retocándonos el lápiz labial. Nuestra tendencia a embellecer las cosas es buena porque viene de Dios. John Angell James nos dice que: «Este gusto [por la belleza] es por naturaleza una imitación de la ejecución del trabajo de Dios, quien “por Su Espíritu ha adornado los cielos”, y ha cubierto la tierra de Su hermosura».8

Una vez más vemos cómo la belleza de Dios redirige la manera en que perseguimos la belleza. Mejorar nuestra apariencia no es pecaminoso ni vergonzoso. La fealdad no equivale a santidad. Dios, nuestro Creador, es el ser más hermoso. Él nos ha hecho hermosas y nuestro «gusto por la belleza» viene de Él.


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1 Jonathan Edwards, Sermons and Discourses,1720-1723 [Sermones y discursos, 1720-1723], ed. Wilson H. Kimnach, The Works of Jonathan Edwards [Las obras de Jonathan Edwards] (New Haven, CT: Yale University Press, 1992) p. 15.
2 Wayne Grudem, Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine [Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica] (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1994) p. 1236.
3 C.S. Lewis, Till We Have Faces: A Myth Retold [Mientras no tengamos rostro: Retorno a un mito] (Orlando, FL: Harcourt, 1980) p. 75.
4 Steve DeWitt, Eyes Wide Open: Enjoying God in Everything [Ojos bien abiertos: Disfrutando de Dios en todo] (Grand Rapids, MI: Credo House, 2012) p. 60.
5 Grudem, Systematic Theology [Teología sistemática] p. 442.
6 Leland Ryken, James C. Wilhoit, and Tremper Longman III, eds. Dictionary of Biblical Imagery [Diccionario de las imágenes bíblicas] (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1998) p. 85.
7 Ibíd., p. 82.
8 John Angell James, Female Piety [La piedad femenina] (New York: Robert Carter & Brothers, 1854) pp. 305-6.
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