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Hace años me preguntaron: “Si pudieras criar a tus hijas de nuevo, ¿qué harías diferente?”. Errores y fallas llenaron mis pensamientos, pero en un momento tuve mi respuesta.

Cómo desearía haber confiado más en Dios.

Uno de mis versículos favoritos es el Salmo 37:3, “Confía en el Señor, y haz el bien”. Sin embargo, en el día a día en mi rol como madre, este versículo lo pongo en práctica al revés. Pongo el “haz el bien” primero, y luego el “confía en el Señor”.

No es que no confíe en Dios. Pero a veces, el hacer el bien toma la cabecera, y el confiar en Dios queda relegado en la parte de atrás. Me enfoqué en lo que estaba haciendo (o no haciendo) por mis hijos, y a penas me daba cuenta de lo que Dios estaba haciendo en la vida de mis hijos. El confiar en Dios surgía como algo para después, y criaba a mis hijos como si todo dependiera de mí.

La culpa me hostigaba

Cuando ponía el hacer el bien antes del confiar en Dios, la culpa acosaba mi rol como madre. Si mi hijo pequeño hacía un berrinche, pensaba: “Mi disciplina no es lo suficientemente consistente”. Si mi hijo adolescente estaba espiritualmente adormecido, era porque mi discipulado no era lo suficientemente irresistible. Si mi hijo caía, cometía un error, o pecaba de alguna forma, yo me regañaba a mi misma: “No les ayudo lo suficiente”.

No dormía en la noche, pensando en mis deficiencias. Revisaba mis planes para ser una mejor mamá al siguiente día. Me obsesionaba con mis errores y no veía la fidelidad de Dios. Cuando ponía el hacer el bien primero, nada bueno que hacía era lo suficientemente bueno.

El miedo me acosaba

Cuando ponía el hacer el bien antes del confiar en Dios, el miedo acosaba mi rol como madre. Me preocupaba que mis esfuerzos terminarían en fracasos. Me preocupaba que mis limitaciones no me dejarían avanzar. Me preocupaba que mis pecados los herirían de por vida. Me preocupaba que mis esperanzas y deseos para mis hijos terminarían en amargas decepciones.

Cuando mi hacer el bien era alentado por puro miedo, me daba pánico pensar que mis hijos romperían las reglas, y luego persistía en regañarlos si ellos no mostraban señales de arrepentimiento. Yo trataba de ser el Espíritu Santo para mis hijos, y todos sabemos muy bien cómo termina eso.

¿Qué hace una mamá fatigada?

“Cargado de culpa y lleno de miedos, corro hacia ti, mi Señor”. —Isaac Watts

¿Qué debe hacer una mamá fatigada, llena de culpa, perseguida por miedos? Debemos hacer lo que Isaac Watts hizo: correr hacia Dios. Debemos confiar en el obrar de Dios. Confiar que Dios no anula el hacer el bien; más bien, nos da poder para hacer cada buena obra. El confiar en Dios aplaca nuestros temores y apaga el botón de autoesfuerzo en nuestras cabezas. El confiar en Dios infunde nuestro bien hacer con paz, gozo, y una esperanza que da energía. Es más, confiar en Dios y hacer el bien van de la mano. No podemos tener uno sin el otro. Solo cuando confiamos en Dios, podemos hacer el bien a nuestros hijos.

Cargado de culpa y lleno de miedos, corro hacia ti, mi Señor.

Debemos confiar en Dios: a pesar de estar lejos de ser perfectos, somos los perfectos padres para nuestros hijos. Debemos confiar en Dios: a pesar que nuestro hacer el bien queda corto, Él está haciendo el bien que no podemos ni imaginar (Ef. 3:20). Debemos confiar en que Dios escucha el clamor de los necesitados, que exalta al humilde, y premia a los fieles (Sal. 34:17; Stg. 4:10; Mt. 25:21). Debemos confiar en Dios, sabiendo que nuestros esfuerzos débiles por hacer el bien son solo el fruto, pues Él activa y agresivamente está haciendo el bien en nosotros (Sal. 23:6).

¿Qué les digo a mis hijas hoy?

Así que, cuando mis hijas se lamentan de las fallas y errores en sus roles de madres, diciendo cosas como: “No puedo disciplinar consistentemente a mi hijo”, o “¿Qué pasa si no estoy llegando al corazón de mi adolescente?”, les digo: “¡Eres igualita a tu madre! Yo también a veces me sentía un fracaso, pero lo bueno para las dos es que la gracia de nuestro Dios siempre hace el bien para con nosotros. Así que confía en Él y continúa haciendo el bien”.

Debemos confiar en Dios: a pesar de estar lejos de ser perfectos, somos los perfectos padres para nuestros hijos.

Uno de los beneficios de envejecer es que, en retrospectiva, puedo ver que Dios hizo lo que yo nunca pude hacer. Y creo que Dios continúa haciendo más allá de lo que yo nunca podré hacer. Veo a mis cuatro hijos adultos y creo que son fructíferos de maneras que nunca imaginé. Ellos sobresalen en cosas que yo nunca pude haberles enseñado. Eso no quiere decir que nunca tuvieron tropiezos y desvíos en el camino. Pero lo que sí sé es que Dios es digno de confianza.

Dieciocho años después de que me preguntaran por primera vez, “¿Qué hubieras hecho diferente?”, mi respuesta sigue siendo la misma, pero podría añadir una cosa más: Me hubiera gustado confiar en Dios más, ya que Él es digno de confianza. Y lo declararé con más seguridad que nunca, porque estoy más segura que nunca de la fidelidad de Dios. Así que les digo a ustedes, queridas mamás, cargadas de culpas y miedos: corran a Cristo hoy, y confíen en Él.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Fanny Stewart-Castro.
Imagen: Lightstock.
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