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El ayuno no es para la élite espiritual. Es para los heridos.

El ayuno es el brócoli de las disciplinas espirituales. Sabemos que nos beneficia, pero no lo buscamos dentro del menú.

Hace unos años apliqué el slogan de Nike al ayuno: solo hazlo. Ayuné un día a la semana (nada más que agua) durante tres meses. No les digo esto para presumir; esto es más una confesión. Mi objetivo era enfocarme en el carácter de Dios, acercarme a Él a través de la oración en un tiempo consagrado de sacrificio. Después de tres meses, sin embargo, no sentí que logré algo. No brillaba como Moisés cuando bajaba de la montaña; yo era la peor versión de mí, y todos se dieron cuenta.

Leí un libro que sugería usar la sensación de hambre como un recordatorio para hablar con Dios. Así que, en cada gruñir de mi estómago, oraba para que Dios me hiciera menos miserable. No recibí una claridad única y sobrenatural sobre la dirección de mi vida, cuáles números jugar en la lotería, o cualquier otra cosa. Supuse que si seguía avanzando y hacía de esto una disciplina habitual, entonces echaría raíces y daría frutos. No sucedió así.

Fuera de saber que debía ayunar, me di cuenta que no podía articular el concepto de una manera tangible. Así que decidí que necesitaba comenzar desde cero y escribir una definición. Primero, determiné que necesitaba investigar cuándo ayunar y por qué ayunar.

¿Cuándo ayunar?

Mientras leía de casos de ayuno en la Biblia, noté que Aarón ayuna cuando su hijo muere. David y sus hombres, estando en luto, ayunan después de enterarse de la muerte de Saúl. Daniel se abstiene de comer carne o beber vino en su lamento.

Hay veces que un individuo o una comunidad entera, a través del ayuno, clama a Dios por su perdón, sanación, liberación, o intervención. Israel y Nínive lloran en arrepentimiento y ayunan cuando Dios expone su pecado y amenaza con juzgarlos. Le piden a Dios que se apiade, les guíe, traiga consuelo, intervenga, e incluso que no imponga el castigo prometido. Al ayunar, negamos el placer que se encuentra legítimamente en las cosas buenas que Dios nos da (por ejemplo, comida o bebida), y en lugar de eso corremos hacia Dios mismo para que nos consuele.

Una razón por la cual tuve dificultades con el ayuno es porque escogí hacerlo de manera aleatoria, improvisada, y sin propósito alguno.

En todos los casos, el ayuno fue una respuesta a una circunstancia justificada. No fue espontáneo. No era una disciplina espiritual en el sentido tradicional como la lectura bíblica o la oración. No te levantas el viernes y piensas: “Probablemente debería ayunar hoy”. Una razón por la cual tuve dificultades con el ayuno es porque escogí hacerlo de manera aleatoria, improvisada, y sin propósito alguno.

Bíblicamente, parece que el ayuno nace de las circunstancias. Estas lo provocan. El ayuno hace duelo por la situación que nuestro pecado ha creado (individual o colectivamente). Busca restaurar la intimidad con Dios a través del arrepentimiento. Es un grito desesperado por paciencia y auxilio, dirección y sanación. El ayuno intensifica la claridad de tu clamor. Ayunar es reconocer nuestra debilidad y dependencia del poder de Dios mientras esperamos que Él obre. 

Los humanos somos únicos en el sentido de que somos criaturas psicosomáticas, constituidas de una parte material (cuerpo) y otra inmaterial (alma / espíritu). Tu cuerpo no es simplemente el megáfono o el vehículo de tu alma. Tu alma/mente/espíritu y tu cuerpo están conectados integralmente: lo que le sucede a tu alma afecta a tu cuerpo y viceversa.

Cuando experimentamos un dolor profundo, vergüenza, o encontramos algo desconcertante, a menudo decimos: “Acabo de perder el apetito”. Nadie echa de menos unas costillas de res guisadas en el funeral de un niño de 5 años. El sufrimiento, el dolor, la preocupación, la ansiedad, la depresión, la desesperación, la culpa, la vergüenza, y la tragedia nos colocan en un lugar donde somos especialmente sensibles a nuestra necesidad de Dios. En esos momentos, anhelamos su consolación, misericordia, presencia, e intervención por encima de todo lo demás. Nuestras almas comunican este anhelo a nuestros cuerpos. Es ahí cuando debemos ayunar.

¿Por qué ayunar?

El ayuno no se trata de experimentar el sufrimiento y la pérdida personal para enseñarnos a nosotros mismos que necesitamos a Dios. Ayunar es emplear el dolor que inevitablemente vendrá cuando tratemos de obedecer a Dios en un mundo caído, y aprovechar la oportunidad de escondernos en Cristo, correr hacia Él en busca de fortaleza, y ​​arrojarnos al pie de su trono. 

El ayuno no se trata de experimentar el sufrimiento y la pérdida personal para enseñarnos a nosotros mismos que necesitamos a Dios.

Así que ayunamos debido a nuestro pecado y el daño que causa en otros. Ayunamos porque mientras estemos respirando, nuestra santificación aún no ha sido perfeccionada. Ayunamos porque los desastres naturales hacen estragos en el mundo. Ayunamos porque las personas mueren de hambre y sed, careciendo de las necesidades básicas. Ayunamos cuando el cáncer quebranta nuestro cuerpo o el de nuestros seres queridos. Ayunamos porque toda la creación gime en espera de su redención. Ayunamos porque Cristo aún no ha terminado la obra que comenzó en el pesebre.

Entonces, ¿qué es el ayuno?

Creo que ya estamos listos para redactar una definición: el ayuno es un impulso del alma, nacido de las circunstancias y psicosomático, de buscar dirección, corrección, o consuelo de Dios a través de una abstención empapada de oración, mientras esperamos el regreso de nuestro Rey.   

El ayuno no está reservado para la élite espiritual; es para ti y para mí. Que podamos ponerlo en práctica y experimentar más profundamente al Dios que nos ama.

Como todos los mandamientos de Dios, el ayuno es para nuestro bien y nuestro gozo.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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