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Rut   y   Colosenses 1 – 2

“Rut espigó en el campo hasta el anochecer, y desgranó lo que había espigado, y fue como 22 litros de cebada. Ella lo tomó y fue a la ciudad, y su suegra vio lo que había recogido. Rut sacó también lo que le había sobrado después de haberse saciado  y se lo dio a Noemí 2”, Rut 2:17-18.

Cada quinientos años esta ave legendaria se consumía por el fuego para luego renacer de las cenizas. Para los egipcios esta ave representaba el sol y hasta para los cristianos antiguos representaba la inmortalidad. El ansia humana por reflotar la vida desde las cenizas también puede ser para muchos algo realmente legendario y mitológico. Ya muy poco se ve en el cine o en la literatura esos héroes épicos que venciendo a la adversidad se coronaban como vencedores del infortunio. Hoy prima la maña y la fuerza como herramientas supuestamente redentoras y no tanto la virtud y el denuedo.

Rut y Noemí son dos personajes bíblicos que salen de entre la bruma de la desgracia personal al sol del mediodía de la victoria. Noemí era una matriarca hebrea que tuvo que emigrar con su esposo y sus dos hijos hacia lejanas tierras en busca del huidizo bienestar. En Moab se estableció su familia, fructificó y sus hijos se casaron. Lamentablemente, su esposo y sus dos hijos murieron tempranamente, dejando a Noemí y a sus nueras en completo abandono. A ella sólo le quedó volver sobre sus pasos a la lejana Belén y ahora como una viuda indigente. Ella no puede llevar consigo a tan incierto destino a sus dos jóvenes nueras por lo que las obliga a volver: “…Vayan, regrese cada una a la casa de su madre. Que el SEÑOR tenga misericordia de ustedes como ustedes la han tenido con los que murieron y conmigo. Que el SEÑOR les conceda que hallen descanso, cada una en la casa de su marido. Entonces las besó, y ellas alzaron sus voces y lloraron…”, Rut 1:8-9.

El dolor era inmenso pero nada se podía hacer para revertir la situación. Prolongar la convivencia ponía cada vez en más peligro la integridad de estas mujeres. Orfa decide partir, pero algo detiene a Rut. No quiere abandonar a la anciana Noemí, y toma la amorosa decisión de acompañarla hasta las últimas consecuencias. Sus palabras son memorables: “Pero Rut le respondió: “No insistas en que te deje o que deje de seguirte; porque adonde tú vayas, yo iré, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré sepultada. Así haga el SEÑOR conmigo, y aún peor, si algo, excepto la muerte, nos separa”, Rut 1:16-17. ¡Vaya mujer! Rehúsa la comodidad y la seguridad de su casa paterna por la solidaridad con una mujer anciana que ya sólo se vinculaba con ella por los recuerdos y el cariño.

Llegadas a Belén, Noemí era reconocida por todos y ella pidió que se le cambie el nombre de Noemí (Placentera) a Mara (Amargura) porque venía con el corazón destrozado y sin esperanzas. Rut no se amilana y empieza a trabajar recogiendo de las sobras de las cosechas, caminando detrás de los segadores. Había una situación que revertir y no había nada que perder. León Tolstoi decía que “El secreto de la felicidad no está en hacer lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace”, y así lo entendió Rut. Con el paso del tiempo, sus sacrificios, su carácter y sus virtudes no pasaron desapercibidas. Booz, el dueño de las tierras donde trabajaba, le dijo en una oportunidad: “…“Todo lo que has hecho por tu suegra después de la muerte de tu esposo me ha sido informado en detalle, y cómo dejaste a tu padre, a tu madre y tu tierra natal, y viniste a un pueblo que antes no conocías. Que el S EÑOR recompense tu obra a y que tu pago sea completo de parte del S EÑOR, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte”, Rut 2:11-12. Al parecer las cenizas empezaron a levantar un débil humito.

El mismo Booz, quién más tarde se convertiría en su esposo, estaba gratamente sorprendido por esta joven extranjera y su inconmensurable ternura y compasión para con Noemí. Y esto no sólo era notorio para él, porque llega a decir: “…toda la gente de mi pueblo sabe que eres mujer virtuosa”, Rut 2:11b. Los carbones estaban al rojo y el calor del fuego todos lo están sintiendo.

La presión, la necesidad y el amor estaban trabajando como un buen combustible para levantar a Rut y Noemí de entre sus propias cenizas. No hubo remilgos, golpes de pecho, quejas ni culposidades ajenas ni divinas. Rut y Noemí enfocaron su restauración y trabajaron sin descanso por conseguirla. Hasta podemos ver que la mismísima Rut, aunque de manera muy oriental (son costumbres que nos parecen muy extrañas a nuestra mente occidental), le propuso, si podemos llamarlo de esa manera, matrimonio a Booz.

Rut y Noemí habían tocado fondo pero sólo para impulsarse hacia la superficie.  Rut nos enseña que para salir de los problemas no basta con mirarnos a nosotros mismos y encontrar la puerta más cercana a la salida, sino que tenemos que ver a nuestro alrededor y descubrir a quién podemos llevar en los hombros para que pueda salir también con nosotros. Nos costará más, podrá ser más peligroso, veremos cómo otros salen más rápido y menean la cabeza ante nuestra supuesta tontera heroica, pero, ¿quién dijo que lo más fácil es lo mejor? Nadie. Rut fue para Noemí el combustible que la levantó de las cenizas. Así lo testificaron las mujeres de Belén: “…pues tu nuera, que te ama… es de más valor para ti que siete hijos”, Rut 3:15. ¿Por quién arderías tú?

El apóstol Pablo tenía este mismo sentimiento combustionante en su relación con la iglesia. Él decía: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por su cuerpo, que es la iglesia”, Colosenses 1:24. Cualquier obstáculo era para él una oportunidad de colaborar en restaurar de las cenizas un corazón oprimido en el nombre de Jesús.

Tanto Rut como Pablo entendieron que sólo podían levantarse de sus cenizas llevando a otros consigo. Y lo más importante, es que lo hicieron voluntariamente, sólo por un sencillo y genuino amor. Podríamos decir que alcanzar esos niveles de entrega y solidaridad son sólo para algunas almas extraordinarias como Francisco de Asís o la Madre teresa, sin embargo, el apóstol nos da el secreto: “Y con este fin también trabajo, esforzándome según su poder que obra poderosamente en mí”, Colosenses 1:29. En los libros antiguos no hay fórmulas ni procedimientos para entender cómo el Ave Fénix podía resurgir de las cenizas. La historia es linda pero legendariamente imposible. Pero para los cristianos esta posibilidad no está en el los terrenos de la fantasía, sino en los del reino de Jesucristo. En el Evangelio se devela el misterio de la renovación… “que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”, Colosenses 1:27b. Si Él no está en tu vida… olvídate de todo lo que haya dicho hasta ahora… sin Cristo, toda resurrección es pura mitología.

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