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No vi el pecado hasta que noté el efecto que comenzó a tener en mi esposa. La que alguna vez había sido vivaz, ingenua y radiante, ahora comenzaba a bromear con menos espontaneidad y a reír con menos libertad. Se volvió más silenciosa, menos enérgica, menos ella misma. Mi hermoso lirio comenzó a decaer ante mí.

Como lo hubiese querido cualquier esposo, yo quería ayudar. Un día pregunté qué había causado el cambio. Pronto descubrí la fuente que no esperaba: yo. Cual maleza en el césped, mi cinismo generalizado hacia la gente no se quedó conmigo solamente. Mi sospecha se estaba volviendo suya.

Esto lo sé de primera mano: el cinismo y la sospecha se cuelan en nuestras mentes y nos hacen traicionarnos a nosotros mismos, nos convierten en peligros para nuestras familias y toxinas para nuestras iglesias. Nuestras sospechas pueden hacernos atacar a los más queridos. Contienen una profecía autocumplida: cuanto más sospechamos, más razones encontramos para sospechar; cuanto más desconfiamos, más motivos encontramos para desconfiar. Cada pisada que escuchamos se convierte en un ladrón.

Pensar lo peor de nuestros seres queridos o de nuestro prójimo es injusto, a menudo poco confiable y pasa desapercibido con demasiada facilidad. Sin embargo, si nuestros pecados han sido (de una forma que no podemos imaginar) perdonados por Dios (y en Cristo, lo han sido), entonces hemos sido liberados para dejar atrás nuestras sospechas sutiles, nuestra desconfianza predeterminada, y asumir lo mejor de los demás.

El amor en una era de sospecha

Como hombres y mujeres caídos, la inclinación del pecado naturalmente nos tienta a decir en el espíritu del Rey Lear: «Soy un hombre contra quién se peca más de lo que él mismo peca». Sin ser enseñados, con mucha facilidad vemos la mayoría de nuestros problemas «allá afuera» con las otras personas. Lo que más me preocupa es el pecado de ellos contra mí, no mi pecado contra un Dios santo. Cuando este es nuestro enfoque, somos rápidos para hablar y lentos para escuchar, rápidos para descartar y lentos para soportar, rápidos para sospechar y lentos para perdonar.

Sin embargo, contrasta este espíritu con el espíritu de amor, el espíritu de Cristo, el espíritu del cristiano: 

«El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Corintios 13:4-7).

El espíritu de la época asume lo peor del comentario confuso de su prójimo. El espíritu de un cristiano asume lo razonablemente mejor de su prójimo, interpretando su comentario como él quiere ser interpretado.

El espíritu de la carne es agravado por un miembro de la iglesia, los chismes o los comentarios pasivo-agresivos en línea. El espíritu de un cristiano busca la viga en su propio ojo (Mt 7:3-5), consciente de que es alguien «que peca más de lo que pecan contra él». Amorosamente limita sus juicios a lo que puede percibir con claridad y luego procura acercarse a la persona para discutirlo con él directamente como hermano (Mt 18:15).

Cristo nos invita a salir de las sombras de la sospecha, a vivir bajo el sol como hijos del día

En lugar de envidiar la influencia o la riqueza de otra persona, en lugar de ser arrogante y grosero, en lugar de que los maridos insistan de una manera autoritaria o absoluta en sus propios caminos, o que las esposas sean irritables y resentidas, el amor cristiano está empoderado y equipado para ser diferente: en la familia, la iglesia y el mundo. Cuando la sospecha ahoga la risa y la desconfianza destruye las amistades, el pueblo de Dios debe brillar en nuestro mundo cínico, sufriendo todas las cosas, esperando todas las cosas, creyendo todas las cosas (1 Co 13:7).

Esta comunidad de amor, gracia y tolerancia crece de manera lenta pero segura. De manera imperfecta, con sus desvíos y contratiempos a lo largo del camino, pero en verdad y cada vez más. Esta es la herencia del pueblo de Dios que habita en el Espíritu y lo que nos convierte en testigos de un mundo que observa y rasguña: «En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros» (Jn 13:35).

Libres para asumir lo mejor

Entonces, ¿qué ve el mundo? ¿Ven a familias sometidas al mandato de amor y perdón de Cristo, redes sociales libres de juicios rápidos, comunidades imperfectas llenas de esperanza y bondad, iglesias que llevan las cargas de los demás y que dan el beneficio de la duda a sus compañeros por quien Cristo murió? ¿O ven más de la misma división, desconfianza, desunión?

Charles Spurgeon una vez declaró a sus estudiantes: «Sería mejor ser engañado cien veces que vivir una vida de sospecha» (Discurso a mis estudiantes). ¿No te parece cierto? Es mejor que se te escape la posible ofensa en ese correo electrónico, el posible insulto en esas acciones, el posible desaire en ese texto o tuit. La mayoría de las veces, es mejor pasar por alto el posible racismo, el posible sexismo, la posible insensibilidad, rudeza y pecado, aun donde pudiera existir. Las cosas pueden cambiar donde el pecado es aparente, pero la sospecha nos hace confrontar los posibles pecados con la misma convicción y severidad que aquellos que son obvios.

En verdad hemos sido liberados por Cristo para esperar lo mejor de los demás, asumir lo mejor de sus intenciones y dejar los pecados secretos a su Creador. Este es el amor que cubre multitud de pecados, reales o imaginarios; esta es la gloria de una persona piadosa que pasa por alto las afrentas: «La discreción del hombre le hace lento para la ira, y su gloria es pasar por alto una ofensa» (Pr 19:11).

Hijos del día

Como cristianos, hemos sido comprados por precio; ya no somos nuestros; vivimos para Cristo. Spurgeon señala esto a sus estudiantes como el antídoto:

«Hermanos, eviten este vicio (de la sospecha habitual) renunciando al amor a sí mismos. Juzga como un asunto pequeño lo que los hombres piensen o digan de ti, y que te preocupe solo el trato que le dan a tu Señor».

Cómo yo soy tratado, la forma en que soy empoderado, cómo soy entendido, visto y conocido no es asunto de la vida cristiana. La forma en que se nos considera, aunque no es poco importante, no lo es todo. Cómo hablan de nosotros a nuestras espaldas, cómo somos tratados en las cámaras invisibles de la mente de los demás, si les agradamos o no, o lo que alguien realmente pretendía, es algo demasiado denigrante como para consumir a un nacido de nuevo.

Si nuestros pecados han sido (de una forma que no podemos imaginar) perdonados por Dios, entonces hemos sido liberados para asumir lo mejor de los demás

Mientras que los engreídos y, por lo tanto, los que están encerrados en sí mismos, sofocan las hermosas flores que los rodean, Cristo levanta los lirios caídos y nos enseña a esperar todas las cosas, en especial con otros creyentes. Amar a Dios con todo lo que somos y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, da luz de día y bendición a nuestras relaciones, carne fresca y bebida a nuestras propias almas y obediencia y honor al nombre de Cristo.

¿Sospechas de los demás? Hemos pasado suficiente tiempo «viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros» (Tit 3: 3). Cristo nos invita a salir de las sombras de la sospecha, a vivir bajo el sol como hijos del día, sufriendo todas las cosas, creyendo todas las cosas, esperando todas las cosas, soportando todas las cosas (1 Co 13:7). Esto es aire que viene de arriba: aire que nos mantendrá sanos y unidos en esta época contaminada y sospechosa.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
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