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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de El significado del amor: Las relaciones interpersonales en un mundo complejo (Publicaciones Andamio, 2016), por Ajith Fernando.

Como sucede con otros muchos pecados, nuestra falta de amor se refleja a menudo en nuestra forma de hablar. Pablo expone al respecto en Colosenses 4:6: “Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona”. Quienes viven en la gracia la expresan en su forma de hablar. En nuestro tiempo vemos mucha rudeza porque las personas viven con un sentido de agitación. Veo esta actitud en comentarios como: “La vida no vale la pena”, “la gente es desconsiderada”, “a nadie le importa realmente mi bienestar”, “no puedes esperar que nadie haga nada por ti”. Estas actitudes pueden llevar a acciones que expresan enfado, como hacer sonar el claxon en la carretera o hablar groseramente por teléfono.

Quienes viven en la gracia también se encuentran con esta falta de consideración, pero su emoción dominante es una alegría que procede de la gratitud al Señor, que tanto ha hecho por ellos derramando su abundante gracia sobre sus vidas. La gracia nos da la fuerza para enaltecer a las personas en lugar de destruirlas. Con nuestra forma de hablar podemos fortalecer a nuestros oyentes. Esta clase de conducta nace de considerar con respeto a las personas. Se dice que durante la presidencia de Nelson Mandela en Sudáfrica, la gente estaba impresionada por su forma tan respetuosa de tratar a todo el mundo. Sus ayudantes le reprochaban que se levantase de la silla para saludar a todo el que se le acercaba.

Como cristianos, ser nosotros mismos significa ser amables con nuestros seres queridos. El amor ágape es decisivo, y lo es porque decide hacer lo que no es natural para nosotros. Por ello, hemos de tomar la determinación de detener las palabras que brotan de manera casi natural y usar la fuerza de Dios para hablar bondadosamente a nuestros seres queridos. Dios honrará este tipo de decisiones. Si nos esforzamos al máximo en nuestros trabajos y ministerios también tenemos que hacerlo en nuestra vida familiar.

No te preocupes; este esfuerzo no te dejará exhausto. Mostrar amor a los miembros de tu familia tiene recompensas muy gratificantes. Aunque, superficialmente, pueda haber tensiones en nuestra relación con ellos, en lo profundo de nuestro ser deseamos amarles. Cuando hacemos el esfuerzo de mostrarles cariño y amabilidad, nos sentimos bien interiormente y experimentamos la paz, o shalom, de Dios. Nos hemos convertido en lo que hemos de ser según nuestro diseño. Hay una profunda satisfacción en esta coherencia.

Cuando estamos cerca de Dios, la seguridad de su eternidad nos inunda y desarrollamos nuestra propia seguridad interior.

Si en algún momento nos sentimos bajo mucha presión y a punto de explotar, podemos explicar a nuestra familia que estamos afrontando una difícil situación y pedirles que nos perdonen si hablamos con brusquedad. En lo profundo de su ser quieren ser comprensivos con nosotros. Nuestra familia apreciará nuestra disposición a ser vulnerables y puede que acaben haciendo todo lo posible por ayudarnos a reducir nuestra presión. Aquellos hogares donde sus miembros no tienen miedo de compartir sus debilidades y problemas experimentan una asombrosa libertad.

Otra clave para ayudarnos a vencer la irritabilidad que acompaña a la presión es pasar tiempo con Dios. Cuando estamos cerca de Dios, la seguridad de su eternidad nos inunda y desarrollamos nuestra propia seguridad interior, cosa que reduce cualquier presión. El salmo 46:10 dice: “Estén quietos, y sepan que Yo soy Dios; exaltado seré entre las naciones, exaltado seré en la tierra”; e Isaías 26:3-4: “Al de firme propósito guardarás en perfecta paz, porque en ti confía. Confíen en el Señor para siempre, porque en Dios el Señor, tenemos una roca eterna”. Cuando pasamos tiempo con Dios, la seguridad inherente que nos da nuestra roca eterna y todopoderosa fluye también a nuestro interior. Nos arraigamos en la eternidad y eso tranquiliza la apresurada actitud que oprime nuestras vidas. Esto, a su vez, elimina la irritabilidad que puede llegar a controlar nuestra conducta.

El amor es sencilla, pero significativamente sensible, con los demás. Puesto que quienes aman desean lo mejor para el otro, se preocupan de encontrar formas edificantes de hablar y actuar. Aprenden a ser sensibles a factores culturales y personales que afectan a las personas y siempre buscan lo mejor para ellas. Esto puede significar que a menudo sufriremos las inconveniencias de otras personas, pero para los cristianos esto no es un gran problema porque el amor “no busca lo suyo” (1 Co. 13:5).


Imagen: Lightstock.
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