¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Solía ​​preguntarme por qué tantos matrimonios terminaban en divorcio; por qué tantos de mis amigos de la escuela primaria, secundaria y de la universidad eran hijos de padres divorciados. En los años posteriores a la universidad, me preguntaba por qué tantos de mis compañeros ya se habían divorciado.

Después, me casé. Como cualquier otra persona casada, de repente sentí lo dolorosamente difícil que puede ser la comunicación entre un hombre y una mujer. Gemía por lo agotador que a veces se volvía el proceso de toma de decisiones. Veía cómo el matrimonio sacaba más pecado de mí que cualquier otra relación. Fui confrontado con lo orgulloso, defensivo y sensible que puedo ser cuando pecan contra mí. Tropecé con todas las típicas (y explosivas) minas maritales: el presupuesto, los horarios, la limpieza, los conflictos, los suegros. Comencé a notar lo mucho que nuestros antecedentes familiares estaban moldeando (y a menudo ejerciendo presión) a nuestra nueva familia.

El noviazgo había acentuado gratamente nuestras similitudes; el matrimonio acentuaba profundamente nuestras diferencias. Lo que se había sentido tan compatible, tan seguro, tan bueno, tan fácil en el altar, de repente se sentía a veces imposible. En otras palabras, descubrimos por qué muchas personas se divorcian.

Aunque el número de divorcios ha aumentado en los últimos años (al menos en Estados Unidos), la tentación de rendirnos y abandonar nuestros votos es casi tan antigua como el matrimonio mismo. Desde que el primer esposo y la primera esposa probaron el terrible fruto del pecado, Satanás ha sembrado la idea de que el divorcio podría ser realmente mejor que el matrimonio; que, independientemente de lo que Dios haya dicho sobre el matrimonio, Él seguramente entenderá por qué nuestro caso es diferente.

Dios confronta las tentaciones del divorcio directamente con una palabra dura, pero llena de esperanza a través del profeta Malaquías: un lugar en el que tal vez no se nos ocurriría buscar consejo y claridad matrimonial. No pretendo dirigirme aquí a esposos que han sufrido adulterio o abandono. Los hombres de la época de Malaquías, y los hombres que tengo en mente, eran esposos cuyo amor se había enfriado. Se fueron porque pensaron que otra mujer, otro matrimonio, otra vida, podría finalmente satisfacerlos.

Cinco llamados de atención de parte de Dios

El profeta Malaquías nos da una visión sorprendentemente clara y profunda (y a menudo pasada por alto) del matrimonio.

La pecaminosidad en el matrimonio comienza con la pecaminosidad en nuestra relación con Dios

En los días de Malaquías, los esposos en Israel se estaban divorciando de sus esposas porque sus corazones se habían enfriado (Mal 2:16) y porque muchos de ellos querían casarse con mujeres extranjeras (Mal 2:11). ¿Por qué mujeres extranjeras? “Después del regreso del exilio en Babilonia, Judá era una región pequeña y desfavorecida del Imperio ersa, rodeada de vecinos mucho más poderosos. En tal situación, las conexiones matrimoniales eran un medio útil para obtener ventajas políticas y económicas” (Zephaniah, Haggai, Malachi, pág. 133). Básicamente, muchos de los hombres habían abandonado a sus esposas en busca de una mejor vida. Decidieron buscar provisión para sí mismos, aun si eso significaba sacrificar a su esposa e hijos.

Era un tiempo desolador cuando el pueblo regresaba del exilio. La carta comienza: “‘Yo los he amado’, dice el Señor. Pero ustedes dicen: ‘¿En qué nos has amado?’” (Mal 1:2). El pueblo se sentía abandonado por Dios. El sufrimiento los llevaba a la desesperación, algunos de ellos tan desesperados como para abandonar sus pactos y desertar a sus familias. Detrás de la infidelidad conyugal había un miedo y una lucha más profunda, no con un cónyuge, sino con Dios. La pecaminosidad en el matrimonio comienza con la pecaminosidad en nuestra relación con Dios.

Entonces, sabiendo algo de lo que estos hombres estaban enfrentando y cuán terriblemente respondieron, ¿cómo los confronta Dios y los llama al arrepentimiento y a la fidelidad en el matrimonio? Él los reprende recordándoles qué es el matrimonio y por qué vale la pena protegerlo y mantenerlo con todas nuestras fuerzas. Al hacerlo, nos da cinco grandes exhortaciones para los esposos cristianos que se sienten tentados a tirar la toalla.

1. Hiciste una promesa

“El Señor ha sido testigo entre tú y la mujer de tu juventud, contra la cual has obrado deslealmente, aunque ella es tu compañera y la mujer de tu pacto” (Malaquías 2:14).

Aunque ella es la mujer de tu pacto. Cuando Dios confronta a estos hombres que se han ido tras otras mujeres más deseables, ¿qué es lo primero que les recuerda? Hiciste una promesa. Desde el principio, Dios dijo: “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn 2:24). Unirse no significa acercarse en un cálido y afectuoso abrazo, sino una devoción exclusiva y firme: un pacto (Dt 10:20; Pr 2:16-17).

Cuando dijiste tus votos ante Dios y ante los testigos: “Te recibo a ti, para tenerte y protegerte de hoy en adelante, para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en salud y enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe”, ¿qué quisiste decir? ¿Fue tu voto una simple ambición (“Bueno, lo intentamos…”) o fue una promesa?

Una boda no es una celebración debido a que una pareja ha encontrado el amor, sino porque se han manifestado una declaración de amor, se han prometido amor. Hacemos promesas precisamente porque, a pesar de lo comprometidos que nos sentimos con nuestro vestido blanco y nuestro esmoquin alquilado, es posible que queramos abandonarlo algún día. Porque el matrimonio es realmente difícil. Si abandonamos nuestra promesa cuando ya no nos sirve, demostramos que el voto no era realmente una promesa, sino solo una manera formal de obtener lo que queríamos.

2. El divorcio destruye lo que Dios hizo

“ ¿Acaso no hizo el Señor un solo ser, que es cuerpo y espíritu?” (Malaquías 2:15, NVI)

Mientras un hombre considera la idea del divorcio, debe recordar que el matrimonio es mucho más que “la unión legal o formalmente reconocida de dos personas como compañeros en una relación personal”. Un matrimonio es la unión de un hombre y una mujer por Dios. No solo por Dios, sino que en su unión tienen algo que le pertenece a Él, el espíritu. Esta no es meramente una unión social o física, sino espiritual. Como muchos oficiantes de bodas han señalado, “un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente” (Ec 4:12): esposo, esposa y el Señor.

Una boda no es una celebración debido a que una pareja ha encontrado el amor, sino porque se han manifestado una declaración de amor, se han prometido amor

La imagen que pinta el profeta se asemeja a una que Jesús mismo describe mientras cita a Génesis 2:24: “¿No han leído… ‘Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne’? Así que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe” (Mt 19:4-6). El divorcio destruye una obra maestra divina. Independientemente de cómo se conocieron, cómo fue su noviazgo y de cómo decidieron casarse, Dios los casó. Dios los hizo uno. ¿Destruirías lo que Él ha hecho?

3. El divorcio miente a los hijos acerca de Dios

“Y ¿por qué es uno solo? Porque busca descendencia dada por Dios” (Malaquías 2:15, NVI).

Dios hizo que el matrimonio fuera un pacto abundante, multiplicador y fructífero. “Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra…’”(Gn 1: 27-28). Cuando los hizo marido y mujer, estaba buscando una descendencia.

No cualquier descendencia, sino una descendencia que lo amara, honrara y obedezca: “El Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Dt 30:6). Dios quiere hijos que vivan para Él de nuestros matrimonios.

Estos descendientes no siempre son biológicos: “No tengo mayor gozo que este: oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Jn 1:4). De modo que no tenemos que tener hijos o hijas para cumplir el mandato de Dios de ser fructíferos y multiplicarnos. De hecho, las dimensiones más importantes y duraderas son espirituales (hacer discípulos), no biológicas (tener bebés).

Entonces, ¿cómo podría tu divorcio afectar espiritualmente a tus hijos? ¿Qué daño, por décadas, podría hacerle? Si los matrimonios fieles despliegan la historia del evangelio (Ef 5:25), invitando a nuestros hijos al indescriptible amor de Dios en Cristo, ¿qué les muestra el divorcio? Imagina las barreras que podrías poner entre ellos y Dios. Imagina cómo el dolor y la traición podrían hacerlos cuestionar el amor y la fidelidad de Dios. Imagina cómo tu divorcio podría confundir y perturbar su fe (y la fe de otros jóvenes que te ven con admiración).

4. El divorcio hunde el alma en iniquidad

“‘Porque Yo detesto el divorcio’, dice el Señor, Dios de Israel, ‘y al que cubre de iniquidad su vestidura’, dice el Señor de los ejércitos. ‘Presten atención, pues, a su espíritu y no sean desleales’” (Malaquías 2:16).

La palabra más fuerte para estos maridos llega al final: si un hombre se divorcia de su esposa por falta de amor, “cubre de iniquidad su vestidura”. Suena bastante terrible, aun para los oídos modernos, pero ¿qué significa?

La vestidura es una metáfora común en las Escrituras que revela la calidad del carácter de una persona. El salmista dice de los impíos: “Por tanto, el orgullo es su collar; el manto de la violencia los cubre” (Sal 73:6). De manera similar, en el Nuevo Testamento, Jesús le dice a una de las siete iglesias: “Pero tienes unos pocos en Sardis que no han manchado sus vestiduras, y andarán conmigo vestidos de blanco, porque son dignos (Ap 3:4). Dios quiere decir que habían mantenido sus almas sin las manchas del pecado no arrepentido.

La iniquidad es una imagen no solo de la crueldad del divorcio. Es un acto malvado, especialmente en esa época, cuando una mujer dependía mucho más de su marido para provisión y protección. Aún hoy, abandonar a tu esposa es un acto de maldad en su contra (por muy civilizado que haya sido el proceso). Un hombre que se divorcia de su esposa daña a la persona que Dios le dio para proteger.

Sin embargo, la iniquidad es más que brutalidad relacional, porque este hombre usa la iniquidad como una vestidura. La iniquidad no es solo lo que este hombre hace, sino quién él es. Él no solo ha terminado su matrimonio con iniquidad, sino que ha hundido su alma en ella. Este tipo de corrupción es lo que Dios vio cuando miró hacia su mundo caído: “Pero la tierra se había corrompido delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia” (Gn 6:11). ¿Y cómo respondió Dios? Con un justo y devastador juicio contra ellos (Gn 6:13).

Entonces esta violencia, esta pecaminosidad impregnada de alma, no es solo iniquidad contra una esposa, sino contra Dios, contra su voluntad y sus mandamientos. La iniquidad no es simplemente dureza conyugal, sino agresión hacia Dios. Es el tipo de rebelión que dio una invitación a la inundación del mundo entero.

5. Dios escucha a los hombres que permanecen

La forma en que manejamos las luchas matrimoniales es tan crucial, en parte, porque Dios ha atado nuestra fidelidad en el matrimonio a nuestra experiencia de Dios. Ningún hombre puede abandonar a su esposa y seguir prosperando espiritualmente. “Ustedes, maridos, igualmente, convivan de manera comprensiva con sus mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor por ser heredera como ustedes de la gracia de la vida, para que sus oraciones no sean estorbadas” (1 P 3:7). Aun si un hombre piensa que puede prosperar espiritualmente mientras descuida o abandona a su esposa (o si engaña a quienes lo rodean para que piensen así), es solo un espejismo que terminará en destrucción. Esa destrucción dañará mucho más que a él mismo.

Malaquías da la misma advertencia cuando confronta a los hombres: “Y esta otra cosa hacen: cubren el altar del Señor de lágrimas, llantos y gemidos, porque Él ya no mira la ofrenda ni la acepta con agrado de su mano”; en otras palabras, lloras porque tus oraciones están siendo estorbadas. “Y ustedes dicen: ‘¿Por qué?’. Porque el Señor ha sido testigo entre tú y la mujer de tu juventud, contra la cual has obrado deslealmente” (Mal 2:13-14). Dios se negó a recibir sus ofrendas o a responder sus oraciones porque se habían negado a amar a sus esposas.

Un hombre que se divorcia de su esposa daña a la persona que Dios le dio para proteger

La forma en que trates a tu esposa afectará la forma en que Dios te trate a ti. No porque los maridos nos ganemos el amor de Dios por nuestras obras, sino porque nuestras obras revelan nuestra fe. Si somos fieles en el matrimonio solo cuando es agradable o conveniente, delatamos cuán pequeño son a nuestros ojos Dios y sus mandamientos. Mostramos si somos verdaderamente hombres de fe o hombres infieles. Aquellos que son infieles no son escuchados en el cielo.

Presten atención a su espíritu

Cuando Dios confronta a estos hombres y los llama a permanecer fieles a sus esposas, les manda, más de una vez: “Presten atención, pues, a su espíritu” (Mal 2:15, 16). A su espíritu. ¿Cómo luce eso para los hombres cristianos que luchan en sus matrimonios?

Más que nada, significa una comunión profunda, significativa y regular con el Novio fiel de nuestras almas. El Novio que se entregó a sí mismo por su esposa sucia e infiel, la iglesia, para santificarla y limpiarla (Ef 5:25-26). El Esposo que, a pesar de lo lejos que había corrido su esposa, del número de amantes que había conocido, de las veces que había mentido y se había ido, todavía le dice, nos dice:

“‘Sucederá en aquel día’, declara el Señor, ‘Que me llamarás Ishí (esposo mio)’… Te desposaré conmigo para siempre; sí, te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en misericordia y en compasión; te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Oseas 2:16,19-20). 

Los hombres que quieren abandonar sus matrimonios harían bien en dedicar más tiempo a preguntarse por qué Dios aún no los abandona. Dedicar más tiempo considerando el fundamento que compró su perdón y su vida y más tiempo meditando en el día venidero de las bodas, cuando cantaremos:

“Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y Su esposa se ha preparado. Y a ella le fue concedido vestirse de lino fino, resplandeciente y limpio” (Apocalipsis 19:7-8).

Si nos faltan la fuerza, la paciencia y los recursos para permanecer en nuestro matrimonio y amar, no es porque Dios no los haya provisto. Es solo porque no hemos amado a la novia de nuestra juventud con la infinita ayuda divina.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando