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“Tenemos como ancla del alma, una esperanza segura y firme, y que penetra hasta detrás del velo”, Hebreos  6:19.

Es una realidad que parte de la experiencia humana es el sufrimiento inesperado. Por más que creamos que podemos prepararnos y anticipar cualquier imprevisto, siempre habrá tormentas de la vida que no podrán ser mitigadas del todo.  Nuestra alma sufre en esos momentos en los que es sacudida por los vaivenes y las circunstancias que la abaten pues es especialmente vulnerable en relación a esa área de nuestra seguridad.

Sin embargo hay algo para los hijos de Dios que es un “fortísimo consuelo” como dice otra versión de este versículo.

Es un pasaje que habla acerca de nosotros, quienes en comparación a aquellos que no pueden perder algo que nunca tuvieron, es de gran aliento el saber que ninguna cosa inesperada frustrará los propósitos divinos para nosotros (v.17) y que Su juramento o pacto eterno en nuestro favor es también inmutable (v.18). Podemos aferrarnos a esta esperanza no importando lo que esté ocurriendo a nuestro alrededor, momentos de tormentas externas o aun internas.

Esta esperanza es en una ancla del alma firme y segura (v.19) que llega hasta la misma presencia del Señor, corroborada por Dios a través del sacrificio completo, efectivo y suficiente de Cristo en la cruz del calvario en nuestro favor. Es ahora una garantía de que Sus propósitos para nuestra vida se cumplirán de acuerdo a “la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).

Las Buenas Noticias para ti y para mí es que Aquel que repitió más que cualquier otro mandamiento a Sus discípulos el “no temáis”, “El también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de El se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos” (7:25).

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.

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