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No hay muchos llamados en este mundo caído que superen el privilegio de la predicación. Dios ha ordenado que la predicación haga brillar la luz de Su gloria sobre los corazones oscurecidos por el pecado. Él usa regularmente la predicación para someter a los pies de Cristo las mentiras que durante tanto tiempo han esclavizado los corazones y las mentes de Su pueblo. Desea que la predicación haga avanzar el conocimiento de lo santo a través de la iglesia. En resumen, la predicación es un llamado elevado.

Los predicadores debemos crecer en el hábito de responder a nuestros propios sermones con fe y arrepentimiento antes y después de bajar de nuestros púlpitos

Sin embargo, dentro y alrededor de las sombras del púlpito, acechan peligros que dañan el alma. Hombres mejores que nosotros han caído presa de las trampas del púlpito. En este artículo, quiero mencionar tres peligros que amenazan mi propia alma como predicador deseoso de cumplir con su ministerio. Oro por mí y por quienes me leen para que el Dios que es capaz de guardarnos de tropezar nos preserve en este elevado y santo llamado.

1. Podemos confundir el conocer la verdad con confiar en la verdad.

Como predicadores expositivos, es nuestro deber conocer la Palabra de Dios. La ignorancia no tiene cabida en el púlpito. Nuestra tarea es extraer las verdades de las Escrituras y proclamarlas a nuestra gente con precisión, persuasión y pasión. En un mundo donde la verdad en el púlpito tristemente es poco común, muchos de los que nos escuchan vienen con el deseo mínimo de que se les enseñe la verdad con claridad.

El peligro, por supuesto, es que habrá predicadores teológicamente sólidos en el infierno. Después de todo, «también los demonios creen, y tiemblan» (Stg 2:19). Es fácil enseñar sobre la soberanía de Dios mientras nos aferramos al ídolo del control. Es fácil predicar sobre la gloria de Dios mientras buscamos nuestra propia gloria. Es fácil presentar la justificación por la fe sola mientras encontramos nuestra justificación en nuestra predicación de la justificación por la fe sola. De hecho, «cuando quiero hacer lo que es bueno, el mal está conmigo» (cp. Ro 7:18-19).

No debemos engañarnos: nadie se ha curado nunca vendiendo medicinas. Para nosotros el insulto «médico, cúrate a ti mismo» debe hacernos humildes y llamarnos constantemente a ser partícipes del mismo remedio que recetamos. Nuestro primer llamado no debe ser a la predicación expositiva, sino a creer en Jesús. Nuestro trabajo semanal debe apuntar a algo más que a subir a nuestros púlpitos con manuscritos que expliquen la verdad de Dios; debemos apuntar a tener conciencias purificadas por la sangre de Cristo, corazones que canten Su amor incomparable y mentes cautivadas por la grandeza de nuestro Dios.

Predicadores, teman preparar un festín para la iglesia mientras ustedes se van a casa hambrientos

Debemos crecer en el hábito de responder a nuestros propios sermones con fe y arrepentimiento antes y después de bajar de nuestros púlpitos. El mejor ejemplo que he visto de esto es el de un pastor fiel del otro lado de la ciudad que a menudo, mientras interactuaba con su gente después de su predicación, compartía con sus miembros la parte del sermón que más le había impactado. Él fue un buen modelo para mí a la hora de mantener mi lugar bajo la regla de la Palabra de Dios como predicador.

Hermanos, no teman fracasar en impresionar a sus oyentes. Teman preparar un festín para sus miembros mientras ustedes se van a casa hambrientos, semana tras semana. Oren por la humildad y la fe que necesitan como predicadores para ser primero partícipes del fruto de su estudio.

2. Podemos confundir el fruto del ministerio de la predicación con el fruto del Espíritu en nosotros.

Me di cuenta de este peligro gracias a un sermón de Tim Keller. Lo predicó en la graduación de 2016 de la Beeson Divinity School desde un extraño púlpito en miniatura. Estaré eternamente agradecido por la exposición de esta sutil mentira, porque dudo que el enemigo tenga una forma más engañosa con la que atraer a los ministros de la Palabra a un lugar de complacencia con el pecado. ¿Cuántos predicadores, cegados por el éxito de sus ministerios, han ignorado las señales de advertencia del Espíritu y han continuado, a todo vapor, haciendo naufragar su fe? Mientras tanto, son aclamados por «sus seguidores» y orgullosamente creen que el fruto de su ministerio significa que son especiales y que las reglas que se aplican a los cristianos comunes de alguna manera no pueden aplicarse a ellos. Qué rápido olvidamos que el mismo Judas que traicionó a Jesús también expulsaba demonios.

Qué rápido olvidamos que el mismo Judas que traicionó a Jesús también expulsaba demonios

Ministramos en un ambiente en el que el talento en el púlpito se valora más que la piedad. Hay pocas iglesias que elijan al predicador piadoso pero promedio en lugar del predicador dotado pero algo inmaduro. Las iglesias de hoy son más propensas a racionalizar la falta de piedad evidente que a pasar por alto la falta de habilidades ejemplares para predicar.

Hermanos, esto significa que estamos llamados a librar la batalla en dos frentes. Por dentro, debemos temer a Dios, sabiendo que no hace acepción de personas. Por fuera, debemos huir de la tentación de encontrar consuelo en el juicio de nuestros oyentes. Que las palabras de Pablo a Timoteo sean nuestra norma: «En la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por Su manifestación y por Su reino te encargo solemnemente: Predica la palabra» (2 Ti 4:1-2).

Si nos vemos a nosotros mismos como los hombres nos ven en nuestros púlpitos, entonces estaremos más tentados a confundir nuestro rendimiento con el fruto del Espíritu. Pero si mantenemos nuestros ojos en aquel día, entonces podremos ser salvados de una mentira mortal y por lo tanto calificados para llevar una vida y un ministerio que salve nuestras almas y las almas de aquellos que nos escuchan.

3. Podemos olvidar que el fin de todas las cosas, incluyendo la predicación, es la adoración.

Cuando estoy trabajando en un pasaje difícil que no está dando una idea principal o un flujo claro de pensamiento, mis oraciones tienen más que ver con pedir a Dios que impida que sus hijos se vayan de la iglesia sin comer. En esos momentos, mi principal objetivo puede reducirse a terminar el mensaje sin decir nada herético. Son objetivos nobles, pero no son de máxima importancia.

Necesito un corazón quebrantado que se arrepienta de mis intentos de robar la gloria que solo pertenece a Dios

A menudo, mi ansiedad en la preparación revela que mi esfuerzo no es para la gloria de Dios. Mi temor revela mi preocupación no de que Dios se vea mal, sino de que yo me vea mal si no lo hago bien. Mi corazón abatido en la primera fila después de un fracaso ocasional no se lamenta de que Dios no haya sido exaltado; se lamenta de que yo no haya sido asombroso. Lo que más necesito en ese momento no son las palabras convincentes de los santos para asegurarme de que realmente estuve lo suficientemente asombroso, y así sentirme alentado en mi identidad como predicador. Lo que más necesito es un corazón quebrantado que se arrepienta de mis intentos de robar la gloria que solo pertenece a Dios.

B. B. Warfield dijo que «toda verdadera teología debe conducir a la doxología». El apóstol Pablo, al exponer un argumento a favor de la predicación centrada en Cristo, termina la sección con la amonestación: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor» (1 Co 1:30). Si mi «predicación cristocéntrica» se centra realmente en mi propia gloria, se manifestará en la naturaleza de mis ansiedades y alegrías. Aunque haya guardado la letra de la «ley» —predicar a Cristo crucificado— me he perdido su espíritu: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor». Cuando los predicadores pervierten el propósito del evangelio, el cual es solo para la gloria de Dios, no son diferentes de los predicadores del evangelio de la prosperidad que pervierten el contenido del evangelio y alejan a los hombres de la gloria de Dios.

Alegrémonos y alabemos a Jesús, quien murió para salvar a todo tipo de personas, incluidos los predicadores

Hermanos, no fuimos hechos para nuestra gloria. Sabemos que el Dios que conoce todas nuestras debilidades ha hecho una provisión perfecta para nosotros en el evangelio que predicamos. Así que llevemos a la cruz nuestro orgullo que busca la gloria, porque allí hay misericordia. Sí, incluso para un pecado tan vil como este. Que el evangelio que predicamos sea la mejor arma contra la predicación llena de orgullo. Prediquemos a nuestras almas y a los santos que nada de lo que estemos tentados a jactarnos —ni siquiera nuestra predicación centrada en Cristo— está exento de pecado. Pero alabado sea Dios, que a través de la preciosa sangre de Jesús, tanto nosotros como las ofrendas que traemos han sido hechas aceptables a Él. Así que alegrémonos y alabemos a Jesús, quien murió para salvar a todo tipo de personas, incluidos los predicadores.

Por Su misericordia, que nunca se diga de nosotros que después de predicar a otros hemos sido hallados descalificados.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition Africa. Traducido por Eduardo Fergusson.
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