Este es un fragmento adaptado del libro Renueva tu mente (Vida, 2020), por Miguel Núñez.
Antes de empezar a responder a la pregunta “¿por qué sufrimos?”, es necesario mencionar que el sufrimiento no es un tema que deba tomarse a la ligera porque detrás de cada pregunta hay una persona. No trataré de aclarar la teología ignorando el dolor que produce la maldad en la humanidad. Debemos ser sensibles y no simplistas cuando respondemos la pregunta acerca del sufrimiento. Analicemos, entonces, algunas razones para el sufrimiento humano:
1) Sufrimos porque vivimos en un mundo caído
Es importante recordar que la caída del hombre en pecado no solo afectó a toda la raza humana, sino a toda la creación. Antes de la caída no había enfermedad ni dolor en el mundo. Todo lucía muy distinto. Hoy vivimos en un lugar donde la gente envejece, y también se hacen daño el uno al otro. No es lógico esperar que en este mundo caído las cosas sean como antes de que el pecado entrara al mundo. No es realista pensar de esta manera.
2) En ocasiones, sufrimos por el pecado de nuestros familiares
En general, todo sufrimiento es consecuencia de la condición caída del mundo. Pero eso no significa que también seamos responsables de cada sufrimiento o dolor padecido. Hay ocasiones en las que una persona sufre como consecuencia del pecado cometido por sus padres. Por ejemplo, una madre drogadicta que termina infectada con el virus del SIDA y lo transmite a su bebé. El pequeño no tiene la culpa de la drogadicción de su madre, pero sufre las consecuencias del pecado de ella.
3) Otras veces, sufrimos por el pecado de diversas personas
José fue vendido por sus hermanos. David fue perseguido por Saúl. Abel fue asesinado por Caín. Parte del sufrimiento que experimentamos en este mundo quebrantado por el pecado es provocado por personas que pecan contra nosotros. Y a la vez, tenemos que admitir que nosotros mismos hemos sido causa de sufrimiento para otros.
4) Con frecuencia, sufrimos por nuestro propio pecado
Es fácil mirar hacia afuera y acusar a otros por nuestro sufrimiento. Sin embargo, también debemos mirar hacia adentro y reconocer que con frecuencia la culpa recae sobre nosotros. Si yo me embriago esta noche, salgo en el auto y atropello a alguien dejándolo paralítico, no puedo terminar cuestionando y atacando a Dios por lo que ocurrió.
Admitamos que no todo nuestro sufrimiento personal tiene que ver con los demás, sino con nuestra propia rebeldía y separación de Dios
Es importante que reconozcamos nuestro pecado y admitamos que no todo nuestro sufrimiento personal tiene que ver con los demás, sino con nuestra propia rebeldía y separación de Dios. En la ilustración anterior, yo soy quien ha infringido la ley.
No quisiera perder la oportunidad para exhortarles a que evitemos lo que se conoce como la teología de la retribución. Los que la propugnan sostienen que la adversidad siempre tiene su origen en un pecado cometido. No estamos negando que el pecado tiene consecuencias, pero no toda adversidad es producto de mi pecado. Job es un ejemplo de esto. Sus amigos intentaron explicar que su situación había sido causada por su pecado, cuando no era así. Antes de todo su dolor, Dios declaró a Job como un hombre “intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1).
Tratar de justificar toda adversidad como fruto de algún pecado cometido, es un error que también puede generar mucho sufrimiento y desasosiego espiritual.
5) Sufrimos para la gloria de Dios
Esta realidad es difícil de aceptar para muchos creyentes, especialmente ahora que se ha popularizado un cristianismo espurio que solo ofrece bienestar y prosperidad material.
Debemos tener presente las palabras de Jesús con respecto al ciego de nacimiento: “Ni este pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Jn 9:3, cursiva añadida). La creencia entre los judíos del primer siglo era que si alguien nacía con un defecto físico o alguna enfermedad, era como resultado de algún pecado cometido por los padres o por el feto en el vientre. Seguramente no fue nada fácil para este hombre vivir ciego tanto tiempo, pero si reflexionamos, la ceguera fue lo mejor que pudo haberle ocurrido. Fue a través de su sanidad que llegó a tener un encuentro con Jesús; luego creyó y fue salvo. Solo unas décadas de ceguera física para ser sanado de su ceguera espiritual y pasar toda la eternidad en la gloria.
La agonía de la cruz no tuvo que ver con el pecado de Jesús ni con nada que hubiera hecho María. Tuvo que ver con nuestro pecado y con la gloria del Padre
Cuando vemos a alguien con una enfermedad o atravesando alguna dificultad, nuestro primer instinto suele ser buscar un culpable. ¿Qué hicieron para que su hijo naciera con esa deformidad o condición? ¿Por qué está pasando esa mujer por problemas económicos? A veces la respuesta es que ellos no hicieron nada y que existe la posibilidad de que Dios quiera glorificarse a través de esta carencia.
Si te cuesta afirmar esta verdad, piensa en la cruz. El sufrimiento para la gloria de Dios es lo mejor que nos pudo haber ocurrido. La agonía de la cruz no tuvo que ver con el pecado de Jesús ni con nada que hubiera hecho María. Tuvo que ver con nuestro pecado y con la gloria del Padre. Es solo en esa agonía que encontramos la salvación para nuestras almas.
No olvidemos lo enseñado por el apóstol Pablo: “Porque a ustedes se les ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él” (Fil 1:29). Es un privilegio sufrir por la causa de Cristo y a favor de sus elegidos para la gloria de nuestro Dios.
6) Sufrimos para nuestra santificación
Dios no nos salvó para dejarnos como estábamos ni como estamos. Él desea moldearnos a la imagen de su Hijo Jesucristo. Una de las maneras de hacerlo es a través de las tribulaciones.
El apóstol Pablo conoció muy bien el sufrimiento por causa de Cristo y pudo enseñarnos lo siguiente: “Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza” (Ro 5:3-4). De acuerdo con este pasaje, el carácter es el fruto de pasar por la aflicción. Recordemos que Dios está usando el mal de este mundo para nuestro bien. El Señor no nos deja en medio de la aflicción, sino que está más cerca que nuestro mismo aliento, moldeando nuestros corazones para su gloria y nuestro propio beneficio.
Dios no nos salvó para dejarnos como estamos. Él desea moldearnos a la imagen de su Hijo Jesucristo
El salmista estaba consciente de los beneficios del dolor y el sufrimiento, y por eso escribió: “Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos” (Sal 119:71). El dolor nos lleva con frecuencia a ser obedientes. Y esa es una verdad que Dios declaró muy tempranamente cuando sacó el pueblo al desierto. Al final de los cuarenta años de recorrido, inmediatamente antes de entrar en la Tierra Prometida, estas fueron algunas de sus palabras a través de Moisés:
“Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no Sus mandamientos. Él te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no solo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor” (Dt 8:2-3).