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Recientemente encuesté a un grupo de mujeres que participaban activamente en la enseñanza de las Escrituras dentro de sus iglesias locales, principalmente como voluntarias, para preguntarles sobre los desafíos importantes que enfrentan en este rol. Cinco de ellos se enumeran a continuación. ¿Puedes relacionarte con alguno de estos?

1. No me siento digna

Tenemos este tesoro en tinajas de barro, y el desafío más persistente que enfrentamos es con nosotras mismas. Al igual que Moisés antes de la zarza ardiente, tememos a nuestra propia insuficiencia más de lo que confiamos en Su suficiencia, por lo que somos absorbidas por el vórtice del yo. Nos topamos con la autosuficiencia, la autopromoción o el odio hacia nosotras mismas. En este vórtice perdemos de vista a nuestras hermanas cuyos pies podemos lavar y a Aquel cuya cabeza podemos ungir mediante una exposición de adoración.

2. No tengo tiempo para prepararme adecuadamente

Nada sustituye detenernos en un texto y extraer sabiduría a través del encuentro personal con Cristo. Pero muchas de nosotras nos sentimos aplastadas con el poco tiempo y espacio que tenemos para meditar en las Escrituras y estudiar para una lección. Además, muchas de nosotras no hemos recibido capacitación teológica formal. Llevamos vidas llenas. Sin embargo, queremos proporcionar una instrucción sustantiva y fiel. ¿Cómo podemos suministrar lo que se necesita en medio de nuestras responsabilidades a tiempo completo que pueden implicar nuestros trabajos, nuestros otros compromisos, nuestros hijos, nuestros esposos, y nuestros padres ancianos?

3. No tengo el apoyo de los líderes de mi iglesia

Algunas sienten que están atrapadas dentro de su iglesia en el área de ministerio a mujeres. Muchas iglesias no tienen un personal dedicado a organizar, dirigir, o enseñar grupos de discipulado de mujeres. Si bien esto permite un ministerio dinámico entre los voluntarios, la ausencia de una administradora y maestra remunerada también presenta ciertos desafíos. A veces, un solo voluntario lleva todo el peso de la organización, la selección del plan de estudios, el ser anfitriones, y la enseñanza.

4. Sería aún más hipócrita si enseñara las Escrituras

Siendo que exponemos las Escrituras regularmente, debemos tener en cuenta los peligros que John Piper retrata en su conferencia “Predicando como adoración”:

“Con los años, las palabras comienzan a ser fáciles para los predicadores, y descubrimos que podemos hablar de misterios sin asombrarnos; podemos hablar de pureza sin sentirnos puros; podemos hablar de celo sin pasión espiritual; de la santidad de Dios sin temblar; de pecado sin pena; del cielo sin entusiasmo. Y el resultado es una terrible amortiguación de la vida espiritual y el agotamiento del poder de la predicación”.

5. No sé cómo aplicar un pasaje a tantas mujeres diferentes

A menudo, aquellas de nosotras que enseñamos dentro de la iglesia local disfrutamos del privilegio de enseñar entre varias generaciones, etapas de la vida, y situaciones sociales. ¿Cómo aplicamos un pasaje conmovedor a la madre de tres hijos recientemente divorciada, a la mujer soltera que acaba de perder su trabajo, y a la anciana que vive en un asilo? 

A la luz de desafíos tan importantes, ¿qué motiva a las mujeres a perseverar en este esfuerzo costoso? Su hermoso e inigualable Salvador ha cautivado sus corazones, y anhelan ver a las mujeres alabar su nombre y conocer su amor.


Artículo original publicado por The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.
Imagen: Lightstock.
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