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La criatura necesita del Creador, y no queda más opción que admitirlo. Esta es una premisa fundamental cuando hablamos de cualquier tema, incluyendo el tema de la sexualidad. Si aceptamos que tenemos un Creador, tal como las Escrituras lo afirman (Gn 1:27; Sal 100:3), entonces podemos entender que la criatura necesita reconocer y honrar el diseño original del Creador. Cuando la criatura desplaza a Dios como el Creador, no hay límites que eviten el caos y la confusión.

Dios es nuestro punto de referencia en todas las esferas de nuestra existencia y las Escrituras representan la más pura revelación de lo que Él quiere para nosotros. Necesitamos su instrucción para nuestro buen desempeño, protección y seguridad. Necesitamos a Dios, pero Él no necesita de nosotros.

Si es cierto que el ser humano necesita de Dios, es irónico también leer en las Escrituras que ningún ser humano busca realmente a Dios por su propia iniciativa (Ro 3:11). Nuestra tendencia natural es alejarnos de Él. Somos pecadores y, por lo tanto, no debe sorprendernos que la sociedad tienda hacia un ángulo opuesto a lo que Dios quiere para nosotros.

Los seres humanos se han organizado en “sociedades” unidas por muchos denominadores: idioma, cultura, tradiciones, etc. Pero lo que todas las sociedades tienen en común es que están conformadas por seres caídos. Cada individuo es un pecador y por eso fundamos sociedades pecadoras. Eso se hace visible en muchos aspectos de la vida, pero el de la sexualidad es uno de los más alarmantes. Estas son tres mentiras que la sociedad enseña sobre la sexualidad.

1) “Podemos elegir cómo expresarnos sexualmente”

La idea aquí es tan clara como peligrosa. Se enseña que el ser humano tiene que apropiarse del derecho de expresarse sexualmente como mejor le parezca. Esto significa que cada persona puede elegir cuándo y con quién tener relaciones sexuales, o cómo identificarse sexualmente al vestirse y hablar. Se habla de la expresión sexual como un derecho personal para hacer con nuestra identidad lo que más produzca una aparente seguridad, confianza y felicidad.

Si el ser humano se aparta del diseño establecido por Dios para la sexualidad es por su rebeldía

Esta manera de pensar representa un grave peligro porque pone el corazón humano en el centro para que tome decisiones de relevancia e impacto. Sin embargo, Dios nos advierte que Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer 17:9, RV60). Las Escrituras enseñan que la expresión más clara del ser humano es estar enemistado con Dios y rebelde al diseño que el Señor estableció (Gn 6:5; Ec 8:11; Col 1:21; Ro 3:12). Ese es el verdadero problema de la criatura, pero la Biblia también enseña que es exclusivamente a través de Jesucristo que podemos tener tener acceso al Padre y tener en ellos nuestra identidad y plenitud perdida en el Edén.

Es lamentable que el ser humano busque la estabilidad donde nunca se halló. El desenfreno sexual es solo una vertiente más que desemboca en el océano de rebeldía humana. El problema no es que podamos elegir cómo expresarnos sexualmente, sino que separados de Dios no podemos elegir hacer lo correcto, incluyendo nuestra expresión sexual.

2) “Podemos elegir nuestra orientación sexual”

Podemos elegir a quién “amar” y con quién “vivir”. Sobre esto, nuestra sociedad está en lo correcto. Sin embargo, cuando la sociedad enseña que la orientación sexual es una elección individual, está ignorando que sin el evangelio de nuestro Señor Jesús se incrementan las posibilidades de elegir ideologías sexuales contrarias al diseño de Dios.

Las Escrituras y la Creación testifican que la voluntad de Dios es que “el hombre deje a su padre y a su madre y se una a su mujer, y serán una sola carne” (Gn 2:24). La criatura florece cuando actúa bajo los parámetros que Dios estableció para nuestro bien y nuestra protección.

La orientación sexual no es algo que el ser humano pueda decidir. Es algo que Dios establece desde el vientre de la madre. En su poder y soberanía, Dios nunca comete errores. Si el ser humano se aparta del diseño establecido por Dios, es por su rebeldía y no porque Dios se aleje de sus propios lineamientos.

3) “Podemos elegir nuestro pensamiento sexual”

Cada vez más personas piensan que a “lo largo de la historia, hombres y mujeres o feminidades y masculinidades, expresan su sexualidad asumiendo un papel asignado socialmente, que estereotipa comportamientos, ahondando las desigualdades de derechos entre ambos”.

En otras palabras, ellos insinúan que las desigualdades sociales e injusticias de género no se deben al pecado humano —como sí creemos los cristianos—, sino precisamente a “asumir papeles asignados por la sociedad”. Desde luego que, con afirmaciones así, ellos interpretan que la posición bíblica de la sexualidad consiste en imponer roles.

Sin el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, se incrementan las posibilidades de elegir ideologías sexuales que son contrarias a lo que Dios diseñó

La cultura de nuestra sociedad busca estigmatizar cualquier enseñanza bíblica como intolerante, anticuada e incluso dañina para el “bien social”. El punto es claro: con tal de vivir una vida librada a sus propios deseos, el ser humano no quiere ser parte del reino de Dios. El ser humano quiere su propio reino. Eso es precisamente lo que ocurrió aquel fatídico día en el jardín del Edén. Satanás tentó a Adán y Eva con promesas de autonomía e independencia de Dios. Satanás les dijo: “Ciertamente no morirán. Pues Dios sabe que el día que de él coman, se les abrirán los ojos y ustedes serán como Dios, conociendo el bien y el mal” (Gn 3:4, 5).

Miles de años más tarde, podemos confirmar que Satanás mintió totalmente. No somos “como Dios”. Más bien, en nuestra naturaleza buscamos ser todo lo opuesto a Dios y la sexualidad vivida de manera contraria a la voluntad de Dios es una brecha más que descubre la rebeldía del corazón humano.

Aún con todo esto, levantamos las manos y cantamos junto con Pablo: “Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor” (Ro 8:25). El ser humano necesita con urgencia de un Redentor que restaure todas las cosas. En Cristo, encontramos un Salvador que sacrificialmente dio su vida por todo aquél que cree en Él (Jn 3:16). Cristo es nuestro Redentor y su evangelio nuestra esperanza.

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