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Dios nos salvó con la intención de hacernos parte de una familia, un pueblo, un cuerpo, un rebaño, un edificio. Todas esas imágenes juntas —sobre las cuales leemos en Biblia— nos aportan una mirada más completa sobre cómo debe ser la iglesia y tienen en común que destacan un sentido de unidad.

Como cristianos, debemos estar unidos a otros creyentes para poder cumplir con el propósito para el cual Dios nos salvó, para obedecer Sus mandamientos y para crecer en la imagen de Jesús. Nos necesitamos unos a otros.

Sin embargo, compartir tiempo con los demás no siempre resulta atractivo. Nuestro pecado vuelve las relaciones difíciles, incluso entre hijos de Dios. Es por esto que necesitamos crecer en la manera en que nos relacionamos con nuestros hermanos en la fe, incluyendo nuestros familiares y amigos.

Melissa Kruger, en su libro Creciendo juntas: Una guía para profundizar las conversaciones entre mentoras y discípulas (Editorial Portavoz, 2021), nos habla sobre este tema. Estas son veinte frases sobre la relación entre cristianos:


No sé cómo la gente sobrevive sin pertenecer a una iglesia. Y no hablo solo de los momentos difíciles de la vida. Necesito personas que me recuerden la verdad y me ayuden a andar en ella (p. 62).

No somos miembros individuales, sino que nos pertenecemos unos a otros. Al amarnos unos a otros, proclamamos el gran amor de Dios (p. 64).

A Dios le importa mucho que seas parte de una iglesia. Es parte de su buena providencia y plan para ti (p. 64).

No somos salvos por nuestra asistencia a la iglesia, pero la iglesia es una parte vital de la vida de alguien que ha sido salvo. Mientras permanecemos en Cristo estamos unidos unos con otros (p. 65)

No trabajamos en la edificación de la iglesia para ganarnos el favor de Dios, sino porque somos favorecidas. La gracia de Dios sobre nuestras vidas nos permite conceder gracia a los demás (p. 66)

La iglesia es tu hogar lejos de casa. Necesitas a la iglesia y la iglesia te necesita a ti (p. 66).

A menudo son las personas más cercanas las más difíciles de amar con fidelidad. Nuestra actitud hacia ellos refleja lo que sucede en nuestro propio corazón (p. 98).

Arraigadas en Cristo, somos libres para amar al prójimo con humildad, y compasión, y considerar las necesidades de los demás antes que las nuestras (p. 100).

Reconocer cuánto nos ha dado Dios nos permite gozarnos por el bien de nuestro prójimo, porque su bien nos trae gozo (p. 101).

La mansedumbre nos hace ser valientes en nuestra obediencia a Dios mientras cedemos con devoción en nuestras preferencias por el bien de los demás (p. 101).

Perdonar significa que confiamos en las manos de Dios el mal que cometieron contra nosotros (p. 103).

La falta de perdón hace que el pecado se infecte y engendre ira y descontento en nuestros corazones. Confía a Dios las heridas del pasado y vive en la libertad del perdón (p. 103).

Cuando la Palabra mora en abundancia en nosotros, nuestro hogar es diferente a otros hogares (p. 104).

Cuando permitimos que nuestro mal día afecte negativamente a los demás, la respuesta correcta es arrepentirnos y pedir perdón, y reconocer que nuestra irritabilidad no es amorosa ni amable (p. 106).

Las relaciones pueden ser difíciles, pero están destinadas a ser una bendición. Nos necesitamos unas a otras. Compartimos alegrías y tristezas y ofrecemos consuelo en tiempos de prueba (p. 109).

Fuimos creados y dotados para ser parte de algo más grande que nosotros mismos. Debemos usar nuestros dones para servir a los demás y ser una bendición para el mundo que nos rodea (p. 140).

En lugar de usar tu tiempo para edificar tu propio reino que no durará para siempre, usa tu tiempo para abundar en la obra del Señor. No es una vida en vano (p. 143).

La presencia de Dios en nuestras vidas asegura nuestra santificación de una manera que el dinero nunca podría (p. 145).

Esta es la realidad: el servicio a los demás tiene un costo para nosotras (p. 146).

Tu servicio puede parecer oculto o insignificante, pero Dios ve tus esfuerzos y conoce las obras que haces con humildad (p. 147).

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