¿Cómo fue que “el oscuro y marginal movimiento de Jesús” se convirtió en la fuerza religiosa dominante del mundo occidental en unos pocos siglos?
Ese es el subtítulo de The Rise of Christianity (El ascenso del cristianismo) de Rodney Stark, un libro que explora una serie de factores claves, siendo uno de ellos las plagas. De hecho, para comprender el surgimiento de este “movimiento oscuro y marginal de Jesús”, debemos comprender su admirable respuesta a las plagas.
Aquí mencionaré brevemente cuatro pandemias en la historia y cómo la iglesia respondió a la manera de Cristo. Mientras consideramos sus ejemplos, seamos inspirados por su fe, aún si tuviéramos que hacer algunos ajustes para nuestro propio tiempo y circunstancias. Su impulso de avanzar hacia los necesitados, exhibido en un heroico sacrificio, es enteramente semejante a Cristo; no deberíamos ser menos sacrificados en el amor que buscamos encarnar.
Al mismo tiempo, la sabiduría de hacer tales cosas en nuestros días requiere pensar cuidadosamente, ya que podemos ser portadores de la infección. Mientras observamos estos ejemplos históricos, dejemos que el Espíritu nos guíe en su aplicación a nosotros. Pero dejemos que nuestros propios espíritus sean movidos hacia la fe, la esperanza, y el amor. Y que nosotros, con nuestra propia pandemia, vivamos la sabiduría y la manera de Jesús ante un mundo observador.
Oremos que nosotros, con nuestra propia pandemia, vivamos la sabiduría y la manera de Jesús ante un mundo observador
1. Dionisio, obispo de Alejandría
La Peste de Cipriano (249–262 d.C.) fue una pandemia letal que, en su apogeo, causó más de 5.000 muertes al día en Roma. Mientras que la plaga debilitó severamente al imperio romano, la respuesta de los cristianos ganó admiración y un mayor seguimiento.
Dionisio, obispo de Alejandría, informó:
“La mayoría de nuestros hermanos cristianos mostraron amor y lealtad ilimitada, nunca escatimándose a sí mismos, y solo pensando el uno en el otro. Sin prestar atención al peligro, se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo a todas sus necesidades y ministrándolos en Cristo, y con ellos partieron de esta vida serenamente felices; porque fueron infectados con la enfermedad por otros, llevando sobre sí la enfermedad de sus vecinos, y aceptando alegremente sus dolores. Muchos, al alimentar y curar a otros, transfirieron su muerte a sí mismos y murieron en su lugar”.
La evidente semejanza a Cristo, tomando la muerte para dar vida, contrastaba con los que estaban fuera de la iglesia. Dionisio continúa:
“Pero con los paganos todo era completamente diferente. Abandonaron a los que comenzaron a enfermarse y huyeron de sus amigos más queridos. Rechazaron cualquier participación o compañerismo con la muerte; de la cual, sin embargo, a pesar de todas sus precauciones, no les fue fácil escapar” (Eusebio, Historia de la iglesia, 7.22.7–10).
Las plagas intensifican el curso natural de la vida. Intensifican nuestro propio sentido de mortalidad y fragilidad. También intensifican las oportunidades para mostrar amor contracultural e “incondicional”. La iglesia estuvo a la altura del desafío en el siglo II, ganando admiradores y también conversos. Un siglo después, una dinámica similar estuvo en juego.
2. Cipriano, obispo de Cartago
Stark estima que en el año 251 d.C. la población cristiana apenas había alcanzado los 1.2 millones, es decir, el 1.9 por ciento del imperio. Es un aumento increíble desde el siglo II, aunque la iglesia todavía representaba solo una pequeña minoría dentro del imperio. Sin embargo, en contra de la intuición, otra plaga contribuyó a que la iglesia marchara al frente.
Esta plaga fue diferente (quizás sarampión, aunque no estamos seguros), pero las tasas de mortalidad fueron tan altas como las del siglo anterior. Las ciudades en Italia fueron abandonadas, algunas de ellas para siempre. La infraestructura militar y romana se debilitó enormemente. Sin embargo, una vez más, los cristianos brillaron en medio de la prueba.
Cipriano, obispo de Cartago, lo expresó de la siguiente manera:
“Cuán apropiado, cuán necesario es que esta plaga y peste, que parece horrible y mortal, escudriñe la justicia de cada uno y examine la mente de la raza humana; si los [sanos] cuidan a los enfermos, si los familiares aman a los parientes como deberían… si los médicos no abandonan a los afligidos”.
Las plagas nos “escudriñan”. Ponen al descubierto en nosotros ya sea el camino de la carne (autopreservación) o el camino del Espíritu (entrega sacrificial). La plaga del siglo III encontró en la iglesia un pueblo lleno del Espíritu, dispuesto a seguir el camino de su Maestro.
Las plagas intensifican el curso natural de la vida. Intensifican nuestro propio sentido de mortalidad y fragilidad
Las tasas de mortalidad de los cristianos fueron significativamente más bajas que las de la población general (quizás solo el 10 por ciento, aunque la palabra “solo” es un calificativo terrible). El amor mutuo de los hermanos y hermanas en Cristo significaba que, por un lado, los que brindaban atención tenían un mayor riesgo de infección, pero por el otro, los infectados tenían mejores tasas de supervivencia. A medida que estos cristianos se volvieron vulnerables a la muerte, en realidad encontraron vida. Una vez que la plaga se extendió, los cristianos fueron más fuertes. Eran más fuertes como proporción de la sociedad, ya que más de ellos sobrevivieron. Tenían más capacidad de recuperación porque tenían una gran esperanza frente a la muerte. Y eran más fuertes como comunidad, forjando vínculos aún más cercanos a través de los sufrimientos que enfrentaban.
Si quieres saber cómo el cristianismo pasó de ser un movimiento oscuro y marginal a representar alrededor de 6 millones de creyentes en el año 300 d.C., Rodney Stark te dirá: las plagas fueron un factor muy importante.
3. Martín Lutero, Wittenberg
Desde el siglo XIV en adelante, la Peste Negra poseyó a Europa. En solo cinco años acabó con la mitad de la población, siendo particularmente afectadas las áreas urbanas. En los siguientes siglos, los brotes fueron recurrentes, incluyendo la plaga que afectó a Wittenberg en 1527. Muchos huyeron, pero Lutero y su esposa embarazada, Catalina, se quedaron para cuidar a los enfermos, citando a Mateo 25:41-46 como su guía:
“Debemos respetar la palabra de Cristo: ‘Estaba enfermo y no me visitaron’. De acuerdo a este pasaje, estamos unidos el uno al otro de tal manera que nadie puede abandonar al otro en su angustia, pero está obligado a asistirlo y ayudarlo como a él mismo le gustaría ser ayudado”.
Lutero habló de circunstancias en las que se permitía huir y, siempre consciente de nuestra tendencia a creernos más piadosos, advirtió a los cristianos a no juzgarse por la toma de diferentes decisiones. Sin embargo, al escribir su propio compromiso comentó:
“Estamos aquí solos con los diáconos, pero Cristo también está presente, para que no estemos solos, y Él triunfará en nosotros sobre esa vieja serpiente, asesino, y autor del pecado, por mucho que pueda lastimar el talón de Cristo. Ora por nosotros, y adiós” (Carta fechada el 19 de agosto de 1527).
Observa cómo Satanás y Cristo son importantes en el pensamiento de Lutero. Satanás es un asesino desde el principio (Lutero tenía en mente Génesis 3:15), y él está detrás de la plaga.
Los primeros cristianos fueron más resilientes porque tenían una gran esperanza frente a la muerte
Sin embargo, Cristo es mucho más fuerte y está mucho más involucrado. Él está en aquellos que están cuidando, Él está (según Mt. 25) en el enfermo, y Él está en la victoria que la iglesia va a experimentar sobre Satanás, una victoria que incluye aún la más pequeña “liberación” de ser recuperados de la plaga. Lutero y Catalina sobrevivieron, y el camino de Jesús fue reivindicado en esta intensa prueba.
4. Charles Spurgeon, Londres
En la década de 1850, Londres era la ciudad más poderosa y más rica del mundo, con una población de más de 2 millones. En 1854, un brote de cólera provocó temor en los corazones de los londinenses.
Charles Spurgeon, con solo 20 años en ese momento, vino a la capital para pastorear la Capilla de New Park Street. Él miraría atrás a esta plaga como un momento clave de aprendizaje tanto para sí mismo como para la ciudad.
“Si alguna vez hay un momento en que la mente es sensible, es cuando la muerte está por todos lados. Recuerdo cuando llegué a Londres por primera vez, cuán ansiosamente la gente escuchaba el evangelio porque el cólera estaba arrasando terriblemente. Hubo poca burla en ese entonces”.
Él cuenta la historia de visitar a un hombre moribundo que previamente se le había opuesto:
“Durante su vida, ese hombre solía burlarse de mí. A menudo me había denunciado como hipócrita a través de insultos. Sin embargo, apenas fue golpeado por los dardos de la muerte buscó mi presencia y consejo, sin duda sintiendo en su corazón que yo era un siervo de Dios, aunque no quisiera confesarlo con sus labios”.
La arena movediza de este mundo es una realidad constante, pero a menudo se necesitan las tormentas de esta vida para revelarlas. Spurgeon vio las plagas de su época como una tormenta que llevó a muchos a buscar refugio en Cristo, la Roca.
¿Qué tal hoy?
Hay muchos factores que diferencian nuestra época de las demás. Antes de los hospitales modernos, no había atención médica especializada y profesional. Además, las generaciones anteriores ministraron a los enfermos con poco conocimiento de cómo se transmitían sus enfermedades. Los cuidadores pueden ser portadores, incluso cuando son asintomáticos. En tales escenarios, el autoaislamiento puede ser lo más amoroso que podemos hacer, en vez de infectar a los que buscamos amar. Si bien la materialización del amor puede verse diferente en diferentes épocas, el amor aún debe ser el objetivo: un amor dirigido por el Espíritu Santo, no nuestra carne egocéntrica.
Que nosotros podamos:
Señalar la arena movediza del mundo: la debilidad de nuestra carne, la incertidumbre de los mercados, la mortalidad de todos nosotros.
Predicar y exaltar a Cristo, la Roca: sabiendo que solo Él puede, y solo Él podrá, resistir las tormentas.
Amar a nuestro prójimo: moviéndonos, en Cristo, hacia los necesitados.
Y que Dios se agrade de trabajar nuevamente a través de esta prueba para glorificar el nombre de Cristo y extender su reino.