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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de El Catecismo de la Nueva Ciudad: La verdad de Dios para nuestras mentes y nuestros corazones (Poiema Publicaciones, 2018), editado por Collin Hansen. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

¿Qué exige la ley de Dios?

Obediencia personal, perfecta, y perpetua; que amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, y con todas nuestras fuerzas; y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Nunca debemos hacer lo que Dios prohíbe, y siempre debemos hacer lo que Él ordena.

Mateo 22:37-40: “‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente’, le respondió Jesús. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (NVI).

Cuando preguntas: “¿Qué exige la ley de Dios?”, la respuesta corta es obediencia perfecta. Ahora, eso suena desalentador, pero debemos entender el contexto en el que la ley fue dada. Fue dada en el contexto de la gracia, la iniciativa salvadora de Dios. Cuando Dios rescató a Israel de Egipto y los condujo al Sinaí, declaró: “Si ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen Mi pacto”, después les dijo entonces que Él sería su Dios y ellos Su pueblo. Así que el contexto de la ley es la iniciativa salvadora de Dios. La obediencia perfecta que la ley demanda es una respuesta a la iniciativa salvadora de Dios, y se trata de una devoción incondicional.

La forma en que el Antiguo Testamento lo declara es: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:5). El contexto de la gracia nos motiva a responder con devoción incondicional al Dios que salva. Es una respuesta de fe llamada amor. Y ese amor también se manifiesta en nuestro amor al prójimo. Solo que hay un problema. No podemos obedecer perfectamente. Pero hay buenas noticias. En Jeremías 31, Dios dice que escribirá la ley en el corazón de Su pueblo. En Ezequiel 36, Dios explica: “Les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré Mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan Mis preceptos y obedezcan Mis leyes” (v. 26-27). Estas promesas están ligadas a un nuevo pacto que Dios iniciaría a través de un rey prometido que sería descendiente de David. El Nuevo Testamento revela que el Rey prometido que inaugura este nuevo pacto es Jesús.

La obediencia perfecta que la ley demanda es una respuesta a la iniciativa salvadora de Dios, y se trata de una devoción incondicional

Jesús vino a hacer lo que nosotros no podíamos hacer. Sin dejar de ser Dios, Jesús descendió del cielo y tomó nuestra humanidad para poder salvarnos (Heb. 2:14-18). Como nuestro representante humano, Jesús cumplió la ley de Dios de dos formas: obedeciendo perfectamente los mandamientos de Dios y sufriendo el castigo—la muerte—que todos los quebrantadores de la ley merecían. El evangelio anuncia que todos los que se confiesen culpables de quebrantar la ley de Dios, se aparten de sus pecados, y confíen en Jesús recibirán el perdón de sus pecados, y la obediencia perfecta de Jesús será contada a su favor.

Por medio de Su vida, muerte, sepultura, y resurrección, Jesús inauguró ese nuevo pacto y Sus promesas de un nuevo  corazón (Jer. 31) y de la presencia del Espíritu de Dios en nuestro interior (Ez. 36). Nuestra única esperanza de cumplir con lo que la ley exige es el nuevo nacimiento prometido en el nuevo pacto. A aquellos que han nacido a una nueva vida en Cristo se les ha otorgado un nuevo corazón, y el Espíritu de Dios mora en su interior, capacitándolos para obedecer.

La buena noticia es que bajo este nuevo pacto, el pueblo de Dios ahora puede obedecer la ley de Dios. Una vez más, vemos que los mandamientos de Dios no establecen una relación con Dios. La obediencia es nuestra respuesta a la obra salvadora de Dios. Es una respuesta de fe en amor. Dios nos ha salvado en Jesucristo y respondemos obedeciendo en amor, confiando en Él.

Oración: Gran Dador de la ley, Tu ley es perfecta, y mereces una obediencia perfecta. No permitas que nos limitemos a pensar que Tu ley exige una mera sumisión externa; requiere toda la atención de nuestras mentes y de nuestros corazones. ¿Quién está a la altura de semejante tarea? Confesamos que no somos capaces de cumplir Tu ley. Amén.


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