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Isaías 29:9-33 y 1 Corintios 12-13

“Porque así ha dicho el Señor Dios, el Santo de Israel: ‘En arrepentimiento y en reposo serán salvos; en quietud y confianza está su poder’. Pero ustedes no quisieron…”
(Isaías 30:15)

Recuerdo cuando un famoso actor cinematográfico sufrió hace años un aparatoso accidente automovilístico mientras competía en una carrera en los Estados Unidos. El actor se estrelló contra una pared lateral del circuito cuando iba a más de 280 kilómetros por hora. Su muerte fue casi inmediata producto de sus graves heridas.

En una entrevista, pocos días antes de su accidente, había dicho que su deseo era correr profesionalmente en las ligas mayores del automovilismo mundial. Aunque conocía los peligros de esa actividad, él no estimaba el peligro como un problema mayor: “Cuando uno mira las estadísticas, yo tengo una mayor oportunidad de salir lastimado en un auto alquilado que en un auto de carrera”.

Sin embargo, su exceso de confianza no iba de la mano con su currículum como conductor. Unos años atrás le suspendieron la licencia de conducir por un año y tuvo que someterse a un programa de rehabilitación alcohólica después de que, en estado de ebriedad, estrelló su auto contra un poste y un auto estacionado. Aunque él no sufrió heridas, la persona que lo acompañaba se rompió un brazo, y su auto quedó totalmente destrozado.

En otra entrevista, él había mencionado bromeando: “Soy un conductor frustrado, y creo tener el record de manejo para probarlo”. Su ansia por la velocidad también lo llevó a estrellar un bote de carrera algunos meses atrás, en donde un miembro de la tripulación sufrió la rotura de varias costillas, aunque él salió ileso. Aunque el joven actor había conocido un par de triunfos automovilísticos, sin embargo, lo que me sorprendía fue la temeridad que se manifiesta en la imprudencia de sus actos.

Entendemos la temeridad como la imprudencia que lleva a algunas personas a desafiar los peligros sin que medie reflexión alguna. De manera sencilla, podríamos decir que la temeridad es pensar o hacer cosas sin medir las consecuencias. Aunque mucha gente considera la temeridad como una virtud, podríamos concluir que sus graves consecuencias la sitúan más en el lado de los defectos que en el de las virtudes. Una cosa es ser intrépido, osado, valiente; otra es ser un imprudente que hace las cosas alocadamente.

La temeridad no solo se manifiesta en los peligrosos caprichos de gente que juega con su vida y la de los demás, sino que también existe lo que denominaremos como “temeridad espiritual”. Esta se manifiesta en la insensatez de ciertas personas que, conociendo el consejo de Dios, se niegan a acatar sus órdenes y confiar en las promesas que Él nos da en su misericordia. Esta testarudez temeraria hace que las vidas se pongan cuesta arriba, en permanente peligro, y en un incesante cuestionamiento del alma que no entiende por qué las cosas no salen como ellos quieren.

¿Cuáles son las características del temerario espiritual?

En primer lugar, nunca está dispuesto a aceptar lo que Dios dice. Siempre tiene que poner algún tipo de objeción, algo que añadir, algo que quitar a la voluntad divina. En los temerarios espirituales existe una permanente duda acerca de la capacidad del Creador para dirigir sus vidas. Isaías, lo explica así: “¿Es acaso el alfarero igual que el barro, para que lo que está hecho diga a su hacedor: ‘Él no me hizo”; o lo que está formado diga al que lo formó: ‘Él no tiene entendimiento?’” (Is. 29:16).

El temerario espiritual pierde de vista el hecho de ser criatura sujeta a las directrices del Creador.

El temerario espiritual pierde de vista el hecho de ser criatura sujeta a las directrices del Creador que lo diseñó con propósito y lo conoce mejor de lo que él mismo se conoce. El temerario espiritual se siente “único” y a la vez piensa que nadie podrá entender lo que está haciendo o pensando. Sin embargo, Isaías hace cerca de tres milenios advirtió del peligro de esa actitud: “¡Ay de los que van muy hondo para esconder sus planes al Señor, y realizan sus obras en tinieblas y dicen: ‘¿Quién nos ve? O ¿quién nos conoce?’” (Is. 29:15).

En segundo lugar, el temerario espiritual siempre será una persona que desafía todo principio o norma, basándose en un cierto “plan especial” que le permitirá, según él imagina, sortear cualquier obstáculo bajo un único y novedoso esquema… el suyo propio. Isaías se enfrentó a los temerarios de su tiempo que desafiaban la voluntad de Dios proponiendo sus propias estrategias y les dijo: «… Se resisten y dicen: ‘Huiremos a caballo’ …» (Is. 30:6a NVI). El temerario siempre nos dirá que no hay nada que temer, porque él siempre sabe cómo hacer las cosas a su pinta. Así, por ejemplo, los temerarios son los únicos que pueden beber alcohol y manejar sin problemas; ellos son los únicos que, sin estudiar lo suficiente, pueden pasar con éxito el examen; ellos son los únicos que, sin tener bien definido el negocio, igual ganarán millones.

Una actitud semejante hace que Dios consienta que ellos “beban de su propio chocolate” con el fin de enseñarles a través de las inesperadas consecuencias de sus actos imprudentes. El Señor le dice a su pueblo, a través de Isaías, que si ellos piensan que pueden huir, entonces: «… ¡Por eso, así tendrán que huir!…» (Is. 30:16b NVI). El plan del temerario está supuestamente tan bien diseñado, que es capaz de suponer que Dios va a aceptarlo a pesar de que se opone a su consejo o al más simple sentido común. Ellos dicen: «… ‘Cabalgaremos sobre caballos veloces’…» (Is. 30:16c NVI), y estas palabras me suenan como si estuviera escuchando decir: «Señor mira mi plan, es perfecto. No te preocupes… entiendo lo que me dices… pero, ¿acaso esto no es mejor?». Al final de cuentas, Dios tendrá que mantenerse a una prudente distancia hasta que la obstinación del temerario caduque, producto de las consecuencias de sus malas decisiones: «Por eso el Señor los espera, para tenerles piedad; por eso se levanta para mostrarles compasión…» (Is. 30:18 NVI). Es lamentable tener que pasar 40 años en el desierto, o cinco meses en el hospital, o dos años en rehabilitación… y solo por testarudo.

El temerario espiritual se equivoca al creer que la Palabra de Dios es una sugerencia y no un mandato del Señor.

En tercer lugar, el temerario espiritual actúa así porque se equivoca al creer que la Palabra de Dios es una sugerencia y no un mandato del Señor. Cuando no vemos la Palabra con carácter normativo e infalible, todo cae en el terreno de las intenciones y, por lo tanto, es plausible de ser mejorado y hasta descartado: «… Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Su adoración no es más que un mandato enseñado por hombres…» (Is. 29:13 NVI). Esta actitud hará difícil el sometimiento a la voluntad de Dios, generando una lucha permanente entre nuestros criterios y los de Él.

Esta suerte de temeridad no solo se manifiesta en los terrenos de las leyes espirituales, sino en todo orden de cosas. El temerario siempre sospechará que la velocidad máxima en la carretera es un absurdo legal; que darse un “gustito” con la tarjeta de crédito (aunque no tenga como pagarlo después) es solo un gustito porque nadie nos quita “lo comido y lo bailado”. Los temerarios prefieren darle la espalda a la realidad, creando un mundo imaginario en donde ellos son los superhéroes capaces de poder violar todas las leyes y doblegar todos los poderes.

Finalmente, la temeridad espiritual es perder de vista la grandeza y la soberanía de Dios; es querer susurrarle al oído cómo deben hacerse las cosas; es olvidar que nosotros somos criaturas y Él es creador; es desconocer nuestra finitud ante su eternidad. Es pasar por alto lo engañoso de nuestro corazón y nuestra necesidad de la guía del Espíritu Santo. Isaías se lo decía así a la gente de su tiempo: “Porque éste es un pueblo rebelde, hijos falsos, hijos que no quieren escuchar la instrucción del Señor; que dicen a los videntes: ‘no vean visiones’; y a los profetas: ‘no nos profeticen lo que es recto, dígannos palabras agradables, profeticen ilusiones. Apártense del camino, desvíense de la senda, no oigamos más acerca del Santo de Israel’” (Is. 30:9-11).

Para no concluir esta reflexión en términos negativos, me atreveré a plantear un par de soluciones contra la equivocada temeridad espiritual. La primera, es cambiar la temeridad por la prudencia, y el desatino por la cordura. En fin, es cambiar todas mis posibilidades humanas por un solo instante en que pueda gustar del poder de Dios: «Porque el Señor es nuestro juez, el Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro rey; Él nos salvará» (Is. 33:22). La base de nuestra confianza no está en nosotros ni en nuestro planes, sino que está en la salvación que solo el Señor ofrece en base a la obra perfecta y eterna de nuestro Señor Jesucristo.

La temeridad espiritual es perder de vista la grandeza y la soberanía de Dios.

¿Tienes un currículum mejor? En lugar de estar luchando con Dios, prefiero escuchar su voz. En lugar de tratar de encontrar un “nuevo” camino, prefiero que Él me muestre el verdadero sendero. Me quedo con la promesa que Isaías profetizó en nombre del Señor: “Tus oídos oirán detrás de ti estas palabras: ‘Este es el camino, anden en él’” (Is. 30:21a).

Otro remedio contra la temeridad espiritual es reconocer dos cosas. La primera es que estamos en proceso de maduración. Hay cosas que ahora tengo, que mañana dejaré; cosas que hoy desconozco, que mañana conoceré. La incertidumbre de mi propio desarrollo debe generar en mí una actitud humilde, prudente, y una profunda disposición a aprender. La segunda es que Dios es quien sabe mejor que nadie cómo soy ahora y cómo puedo llegar a ser. Puedo tener un chispazo, un atisbo de lo que puedo llegar a ser, pero solo Dios tiene claridad total al respecto. Si esto es verdad, Él no puede equivocarse en sus directrices, pues solo Él puede hacer que yo sea conforme a lo que debo ser.

Este sentido de incertidumbre, pero también de crecimiento, es expresado por el apóstol Pablo de la siguiente manera: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño. Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido” (1 Co. 13.11-12).

Alejar la temeridad absurda es símbolo de crecimiento y madurez. Es como el adolescente que deja sus locuras y, poco a poco, va empezando a entender la vida en una dimensión superior a la de su propia imaginación. Isaías señala que una persona madura nunca se pondrá en riesgo innecesario, y mucho menos pondrá en riesgo a los que les rodean. En cambio: “Cada uno será como refugio contra el viento y un abrigo contra la tormenta, como corrientes de agua en tierra seca, como la sombra de una gran peña en tierra árida” (Is. 32:2).

¿No es esto lo opuesto a la absurda temeridad?


Imagen: Lightstock.
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