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En gran parte del mundo evangélico, el concepto del “siervo de Dios” ha sido completamente distorsionado. Cuando escuchamos esas palabras nos imaginamos a un predicador famoso, en un enorme escenario lleno de luces. Todo cambia cuando nos encontramos con el siervo más grande de todos: Jesús.

El problema no está en el escenario o en las luces, ni tampoco en la influencia que una persona pueda llegar a tener. El problema está en nuestro corazón que desea esas cosas más de lo que desea ver el nombre de Dios glorificado. Jesús predicó a multitudes desde un monte, pero eso no le impidió tomar la vasija y la toalla para lavar los pies de aquellos que lo abandonarían y traicionarían.

“El Dios creador dejó de lado todos Sus privilegios para dar la vida por rebeldes que necesitaban convertirse en adoradores” (p. 139).

El llamado de la Escritura es que esa misma actitud, un corazón dispuesto a ser humillado para la gloria de Dios y el bien de los demás, nos caracterice cada día. Eso no es fácil; no es natural. Necesitamos que Dios nos transforme desde adentro para poder vivir de esta manera. Necesitamos caminar cada día con nuestros ojos puestos en el Señor y encontrar nuestro valor solo en Él. Como escribe el pastor Miguel Núñez en Siervos para Su gloria: “Una vez que estamos seguros en Dios, se nos hace mucho más fácil desprendernos de aquellas cosas en las cuales habíamos depositado nuestra confianza” (p. 145).

“El siervo que encuentra su valor en las cosas de este mundo temporal no puede servir para la gloria de Dios. Los siervos para Su gloria tienen una sola preocupación: de qué manera lo que hacen refleja el carácter de su amo” (p. 145).

¿Qué es lo que valoramos más? ¿En realidad deseamos ver el nombre de Dios exaltado o estamos solo disfrazando de “servicio” nuestra búsqueda de grandeza?

Paciencia y propósito

El ejemplo de Jesús, uno de mansedumbre y humildad, no es fácil de seguir. Lo vemos una vez y otra vez en la Escritura… y con mucha más frecuencia en nuestras vidas. Nuestro carácter necesita ser trabajado, y eso requiere tiempo y dedicación.

¿Estamos dispuestos a esperar a ser formados? No debemos olvidar que esto no es solo para nuestro propio bien, sino también para el bien de las personas que Dios nos ha llamado a servir. ¿Cuántos no hemos sido lastimados por la falta de integridad de alguna autoridad? ¡Dios nos libre de que nuestro afán por alcanzar una posición nos haga ser piedra de tropiezo para los que nos rodean!

“La formación del carácter es algo que no puede ser tomado a la ligera; necesitamos dedicarnos de manera intencional a formarlo. El talento es un don, pero el carácter es una elección que tú haces. No olvides que tu carácter es formado, para bien o para mal, cada vez que tomas una decisión” (p. 185).

Enfocarnos en el Señor y su obra a nuestro favor nos liberará de la ansiedad que surge de buscar “lograr grandes cosas para Dios”. Aunque es claro que debemos compartir el evangelio y usar nuestros dones para edificar a otros, estas cosas jamás deben convertirse en el centro de nuestra existencia. Nuestro propósito es simplemente que Cristo sea exaltado, estemos donde estemos y nos vea quien nos vea. Y eso empieza en el corazón.

Cuando dejemos de ser el centro de nuestras preocupaciones seremos libres para vivir con gozo y ser los siervos que Dios nos ha llamado a ser.

“Su propósito de vida lo encontrará cuando deje de vivir para sí mismo y comience a vivir para Cristo” (p. 203).

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