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En la más sombría de las ocasiones, buscó consolar a los que gemían. El ataúd adornaba un cuerpo frío, y mientras, los ojos de los familiares y amigos, inflamados por el dolor, contemplaban al orador. Él quería dar todo el consuelo posible. Y entonces, hizo lo que muchos pastores bienintencionados han hecho en esa situación: abandonó la verdad.

Muchos podrán simpatizar con el impulso de hacer algo así. La mujer que estaba frente a él había vivido tan mundanamente como es posible, blasfemando el nombre de Dios y su Palabra siempre que se le presentaba una oportunidad. Con toda su familia y amigos allí reunidos, difícilmente parecía el momento apropiado para contarles lo que Dios ha dicho de verdad. Así que el pastor proclamó que, en el fondo, ella era una buena persona y estaba en el cielo con el Señor.

Fue en ese instante, cuando todos estaban sentados, complacidos con las palabras del pastor, que una joven habló:

¡Es mentira! ¡No le crean! ¡No todos estaremos en un lugar mejor! ¡Esa esperanza es falsa! ¡Solo aquellos que creen en Cristo, el Hijo de Dios, el que murió y fue resucitado, serán salvos! Solo aquellos que se arrepientan y creen, y lo siguen hasta el final, estarán en un lugar mejor. ¡Es ira lo que les espera a todos los que mueren en pecado! ¡Por favor créanlo! ¡Dios está listo para perdonarles!

La gente la miró, horrorizada. Un ujier fúnebre se acercó para invitarla a irse. Otra persona le dijo con furia que cerrase esa boca infernal. Eso intentaba ella: cerrar la boca del infierno, que estaba abierta. Las almas estaban en juego. La verdad de Dios estaba siendo masacrada. Ella intentó, sola, advertir a sus seres queridos, para que salieran del camino de la perdición.

Mi esposa estuvo en ese servicio fúnebre hace una década. Fue testigo de las palabras sentimentales del ministro, vio como el ujier se aproximaba, y escuchó el áspero lenguaje que le dirigían. Ella fue aquella joven que, con voz temblorosa, ofreció a todos los que quisiesen escuchar, la gracia disponible aun a las puertas del infierno.

Pecadores en manos airadas

Desde el mismo momento de la Caída, la boca del infierno ha estado abierta. Muchos serán tragados hoy por ella. Y más lo serán al día siguiente. Y el siguiente. Esta realidad produjo en el apóstol Pablo una pena profunda y una angustia incesante (Ro. 9:2). ¿Lo hace también en el resto de nosotros?

Este mundo es una entrada a la eternidad, y este es un hecho que pocos temen y consideran. Los pecadores se divierten ante el Dios Todopoderoso, atreviéndose a provocarlo en su propia cara. Dios odia a todos los que hacen iniquidad (Sal. 5:5), arde con indignación hacia los que no se arrepienten todos los días (Sal. 7:11), y aun ahora está afilando su espada y tensando su arco en juicio (Sal. 7:11-13), y los que no se arrepienten van por la vida sin tener en cuenta su situación. Duermen sobre un volcán activo.

Los que no se arrepienten van por la vida sin tener en cuenta su situación. Duermen sobre un volcán activo. Confunden a un Dios de ira aplazada con un Dios que no tiene ira en lo absoluto.

Confunden a un Dios de ira aplazada con un Dios que no tiene ira en lo absoluto. Escuchan hablar sobre la bomba nuclear de la eternidad, pero se aseguran a sí mismos que nunca detonará. Se acercan al Dios de la Biblia como algunos lo hacen a los guardias reales británicos: burlándose, dando pequeños empujones, y probando para ver si se moverá, sin darse cuenta de cuando el rifle desciende hasta que es demasiado tarde.

Y les encanta ese dios que han creado. Su dios nunca está enojado con ellos. Su dios, incluso si odiara el pecado, ama al pecador. Su dios es solo misericordioso, solo perdonador, solo compasivo. Su dios no se toma el pecado como algo personal, ni requiere derramamiento de sangre para otorgar perdón. Su dios sirve a la criatura y simplemente derrama amor incondicional cuándo y cómo la criatura lo pide.

Pero este dios es un sueño imposible. Este dios es un demonio. Es un dios ausente en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Incluso ahora, el verdadero Dios sostiene a los impenitentes por la nuca para hacerles un daño inexpresable si no se inclinan ante su gran amor y misericordia, aceptando sus términos de paz y el gozo eterno que se ofrece en la sangre de su propio Hijo.

El día del juicio se acerca

Como cristianos que tienen el Libro, sabemos cuál día es el que se acerca. Un día en el que las nubes se enrollarán, las trompetas sonarán, y el terror de los impenitentes descenderá. Un día en que los impíos rogarán a las montañas que los aplasten para no enfrentarse a la furia del Cordero (Ap. 6:15-17). Un día terrible en el que los inicuos serán incendiados como Sodoma y Gomorra (2 Pe. 2:6). Un día en el que no solo irán a la deriva, sino que serán arrojados al lago de fuego (Ap. 20:14). Un día de segunda muerte. Un día de destierro. Un día de ira, tribulación, y angustia (Ro. 2:8-9). Un día en que no habrá escapatoria, ni descanso, ni alivio del tormento (Ap. 14:9-11).

Mejor cortarse un miembro en esta vida que ir allí para siempre (Mar. 9:43). Mejor ser echado ahora al mar con un ancla amarrada al cuello, que ir allí para siempre (Mar. 9:42). Es mejor no haber nacido que pasar la eternidad en el infierno (Mar. 14:21).

¿Hablaremos con honestidad y oraremos con fervor?

El amor nos invita, nos compele, exige que hablemos. El incrédulo vive, pero se acerca al placer eterno o al dolor eterno, a la gracia asombrosa o a la justicia eterna. ¿Acaso hemos de permanecer callados, o lo murmuraremos como si no fuese cierto?

Quizá hayas oído hablar de Charles Peace, un criminal convicto que, al oír hablar fríamente del infierno por parte del capellán de la prisión que lo acompañó hacia su ejecución, supuestamente respondió diciendo:

“Señor, no comparto su fe. Pero si lo hiciera, si creyera en lo que usted dice que cree, entonces, aunque Inglaterra estuviese cubierta con vidrios rotos de costa a costa, gatearía a lo largo y ancho de ella sobre mis manos y rodillas, y pensaría que el dolor vale la pena, simplemente por salvar una sola alma de este infierno eterno del que usted habla”.

¿Hablaremos honestamente sobre el infierno? ¿Cruzaremos la anchura de la calle para contarle a los perdidos? ¿Aceptaremos el gran temor que le tenemos a la incomodidad social, y actuaremos?

Si los pecadores han de condenarse, al menos que tengan que saltar al infierno sobre nuestros cuerpos muertos.

Terminemos con Charles Spurgeon:

Si los pecadores han de condenarse, al menos que tengan que saltar al infierno sobre nuestros cuerpos muertos. Y si perecen, que lo hagan con nuestros brazos enroscados en sus rodillas, implorándoles que se queden. Si el infierno ha de estar lleno, que no se llene sin que imploremos a la gente, y que nadie vaya allí sin haber sido avisado, y sin que nadie haya orado por esa persona.

Si nuestros vecinos han de perecer, si miembros de nuestras familias han de desaparecer en el camino ancho, si nuestros compañeros de trabajo han de rechazar al Salvador, que lo hagan saltando sobre nuestras serias advertencias, y escapándose de nuestros brazos de oración.

Jesús en manos airadas

De tal manera amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo para morir por los crímenes de su pueblo. Jesús tomó nuestro lugar en la cima del volcán. Voluntariamente pasó a través de la puerta del infierno y se convirtió en nuestra puerta al cielo. Fue atravesado por la reluciente espada del Padre, golpeado por todo su carcaj de flechas. El pelotón de fusilamiento de Dios apuntó hacia Él, y ensordecedores disparos tronaron sobre el Calvario.

Él caminó hacia el horno del juicio de Dios. Él se zambulló en las profundidades del lago de fuego. Fue atormentado. Fue aplastado. Bebió la copa de la ira de Dios derramada a plena potencia. Él no escapó ese Viernes Santo. La boca del infierno se abrió para recibirnos, y Él sin ayuda cerró el infierno por su pueblo.

Y el domingo, se levantó en victoria. La muerte, el pecado, y Satanás yacían temblando bajo sus pies. Consumado es.

Pecadores en brazos crucificados

Así que, no solo les advertimos acerca de la ira de Dios. Los invitamos a abrazar a Cristo y vivir. Tenemos buenas nuevas de gran gozo para todos los seres humanos. Tenemos un evangelio que clama: “¡La maldición no fue lo suficientemente fuerte, Satanás no fue lo suficientemente astuto, el pecado no fue definitivo, el juicio no fue final, el infierno no es lo suficientemente ardiente, la tumba no fue suficientemente profunda, los perdidos no están lo suficientemente distantes, y la muerte no fue lo suficientemente muerte para el Cordero de Dios que fue inmolado!”.

Los miembros de la familia pueden ser adoptados. Los vecinos pueden ser salvados. La ira puede ser aplacada. La vida eterna puede ser recibida. ¡Podemos tener a Dios como nuestro mayor amor, nuestro mayor tesoro y el mayor gozo para siempre!

El evangelio es el poder de Dios para la salvación de la ira bajo la que toda la humanidad está. Así que lo decimos en las calles. Lo decimos alrededor de la mesa en la que cenamos. Lo decimos en las cafeterías. Lo decimos mientras caminamos alrededor del lago. Lo decimos en las funerarias. Golpeamos las puertas del infierno con nuestras palabras. Por supuesto, usamos el discernimiento, pero preferimos excedernos de valientes, en lugar de lo contrario.

Sí, los pecadores están en las manos de un Dios airado, pero pueden descansar en los brazos de un Salvador crucificado. ¿Les contaremos?


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Manuel Bento.
Imagen: Lightstock.
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