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Dios en su gracia nos concede que en algunos momentos ciertos aspectos de su revelación nos cautiven de forma especial. Esto me ocurrió preparándome para unas conferencias esta primavera. En un artículo anterior reflexioné sobre la práctica de la meditación Bíblica. Aquí escribo sobre el contenido de la meditación Bíblica, según Deuteronomio capítulo 6. Pero no como algo académico y seco (¡espero!), sino como algo que me condujo a una nueva experiencia de la belleza de Dios.

“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas”, Deuteronomio 6:4-7

¡Escucha, O Israel! Cuando el pueblo de Dios es despertado para poner atención, lo primero que escuchan es: “Jehová, nuestro Dios, Jehová, es uno”. Es notable que las primeras palabras que debe escuchar el pueblo tienen que ver con Dios. He aquí un gran secreto de la vida espiritual. El conocimiento de uno mismo va de la mano con el conocimiento de Dios. Necesitamos entendernos a nosotros mismos… pero el camino para ello es abrirnos a la revelación que Dios nos da de sí mismo. De paso sea dicho que esta es una de las grandes razones por las que necesitamos el Antiguo Testamento.

El Nuevo Testamento edifica sobre la revelación de Dios dada en el Antiguo. ¡Cuán empobrecida quedaría nuestra comprensión de Dios si no tuviéramos la visión de la santidad de Dios de Isaías capítulo 6! Lo mismo se podría decir en cuanto al poder y la sabiduría creadora de Dios enseñada en Génesis 1, o de su soberanía en la historia demostrada en 2 Reyes 18 y 19. Pero volviendo a Deuteronomio 6, ¿cuáles son las verdades acerca de Dios que deben ocupar nuestra atención? Moisés proclama al pueblo una cualidad de Dios, de Jehovah, del Dios del pacto, que debía estar en el centro de la atención del pueblo de Dios: Dios es Uno. Confieso que siempre me ha sorprendido un poco que se le diera una atención tan especial a esta característica de Dios.

Debemos resistir la tentación de reducir lo que dice Moisés a la afirmación de que Jehová es único, que fuera de Él no hay Dios. En Deuteronomio 4:35 se hace precisamente esta afirmación (Jehová es Dios, ningún otro hay fuera de Él); pero esto demuestra que en el idioma Hebreo era perfectamente posible comunicar la verdad de que no había otro Dios. Lo que nos comunica Deuteronomio 6:4 no tiene que ver con la no-existencia de otros dioses. Es verdad que los Israelitas estaban rodeados de culturas idólatras, pero este texto no está enseñándonos principalmente el error de otras religiones. Estas son consecuencias del hecho de que Dios es uno, pero Uno no significa Único. Volvemos entonces a la pregunta ¿qué significa que Dios sea Uno? Y, ¿qué desea transmitirnos Dios al dirigirnos a meditar sobre esta verdad? Tenemos en este punto que dejar de lado por el momento la verdad adicional que añade el Nuevo Testamento de que dentro de la Unidad de Dios hay también una pluralidad.

Aunque habían destellos anticipados de esta revelación en el Antiguo Testamento, esta verdad no había sido revelada en su plenitud. En todo caso, esta verdad adicional se fundamenta en la que nos ocupa, porque el Nuevo Testamento no enseña que haya tres dioses sino que hay un solo Dios trino. A mí me ayudó en mi propia meditación sobre este texto el acordarme de una petición de David en el Salmo 86:11. Allí el salmista le pide a Dios “afirma mi corazón” según la traducción Reina Valera. La misma petición es traducida “dame integridad de corazón” en la NVI o incluso “unifica mi corazón” en la LBLA. O sea que el escritor está pidiéndole a Dios que haya un solo sentir en su corazón, un solo propósito, un solo deseo predominante. Que no haya tensiones internas ni conflictos en su propósito de amar y servirle a Dios.

Este concepto nos ayuda cuando pensamos sobre el hecho de que Dios es Uno. Vemos ahora que nos transmite la belleza, la entereza, la integridad de Dios. En Él no hay dudas ni fisuras. No hay cambios ni “sombras de variaciones”. No hay lunares. Dicho de otra manera, Dios es de una sola pieza. Como una escultura creada de un solo bloque de mármol. O un hermoso mueble tallado de madera maciza, de un solo tronco de un solo árbol. Esto significa que todo lo que hace Dios lo hace con todo su ser. Es verdad que nos ayuda el ver que en las distintas acciones de Dios van tomando la iniciativa las distintas personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Pero no debemos caer en el error de pensar que actúan de forma independiente sin la concurrencia de las otras personas de la trinidad. Por ejemplo, solemos pensar en la creación como obra de Dios Padre, pero en Juan 1 claramente se establece que Dios Hijo también estuvo involucrado en esa obra, y en Génesis 1:2 también encontramos al Espíritu sobrevolando las aguas. Y con esto llegamos a lo que me maravilló en cuanto a que Dios sea Uno. Si todo lo que hace Dios lo hace con todo su ser, esto significa que cuando Dios ama, ama con toda la grandeza de su ser. Y esto significa que cuando me ama a mí -y a ti- me ama – y te ama- con todo su ser.

Cuando Dios escucha la oración, Él escucha con todo su ser. No escucha como aquel que contesta el teléfono mientras ve la televisión y a la vez lee un correo electrónico. Te escucha con todo su ser. Confieso que sin darme cuenta actuaba y pensaba como si Dios al tener que atender a 7 mil millones de ser humanos a la vez me pudiera atender solo con una pequeña parte de su ser. Como si se dividiera el ser de Dios. Una vez reconocido y descrito, ¡qué idea más vil y despreciable de Dios! ¡Qué maravilla pensar que Dios puede dedicarme su ser entero a la vez que lo hace de forma simultánea con todos los demás!

Resulta que es Dios mismo lo que necesitamos. Cuando Adán ha desatado el caos en el mundo, Dios viene paseando por el huerto. Cuando Elías cayó en el desánimo y la depresión espiritual, Dios se le presenta en ese silbido apacible. Cuando Simón estaba destrozado por la culpa y por su propia traición, Dios encarnado pasea con él por la playa. Cuando Pablo tuvo temor, el Señor se puso a su lado. A Juan, en la soledad de su exilio, se le aparece el Alfa y Omega en su gloria.

En nuestra meditación descubrimos que ante este Dios que es Uno y que es Dios nuestro, hay una sola pregunta que importa. Es verdad que Dios viene en busca de Adán preguntando ¿dónde estás?, y a Elías que ha huido le pregunta ¿qué haces aquí? Pero son preguntas aclaratorias, preparatorias. La pregunta que relativiza a todas las demás es ¿Amas a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser? (Deut 6:5). Ante este Dios que es Uno hay una sola pregunta que debemos hacernos, y es la misma que le hizo Cristo a Pedro en la playa…  ¿me amas?

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