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Recuerdo muy claramente las palabras con las que muchos me advertían cuando les hablaba de mis planes de casarme. “No desaproveches tu juventud”; “No cometas ese suicidio”; “Te queda aún muchas cosas por vivir antes de dar ese paso”. Recuerdo observar las miradas de esos ojos escépticos al conocer la ilusión que me hacia declararle amor eterno a mi novia. ¡Que equivocados estaban!

Vivimos en una cultura individualista. Los que nacimos en los ochentas y los noventas somos hijos de una generación que experimentó un cambio social radical y fugaz. Los valores conservadores empezaron a morir lentamente en la década de los sesenta y setenta. La sociedad estaba cansada de ver racismo, machismo y clasismo.

Nuestras abuelas, a las que solían obligar a casarse –muchas veces hasta sin amor–, sutilmente transmitieron a nuestras madres un sentimiento de superación para que no sean las víctimas de hombres machistas. Lo lograron. Hoy en día las mujeres tienen más libertades que nunca: tienen carreras por explotar, viajes por vivir y hombres apuestos por conocer. Sin embargo, esto vino con muchas contraindicaciones. Los hombres dejaron de luchar y de sacar la garra por una mujer. Intercambiaron la pasión de conquistar el corazón de una doncella por la pasión propia del ocio. Tan inútiles nos volvimos, hombres y mujeres, que huimos despavoridos del compromiso.

¿Quién tiene la razón? ¿Nuestros antepasados conservadores o nuestra sociedad relativista posmoderna? Pues, ninguna de las dos. La primera dice que seguir los patrones conservadores tradicionales es lo correcto. La segunda presume de ser híper-tolerante, pero no tolera lo conservador, así que está en contradicción. La verdadera pregunta es, entonces: ¿qué dice Dios?

Dios ha sido fiel

Ya tengo más de un año de estar casado con mi esposa. Han sido los días más felices, variados, aventureros, interesantes, increíbles, paradójicos y emocionales que he tenido en toda mi vida. Nos casamos de la manera menos ortodoxa posible:

  • Edad: Ella tenía 22 y yo 25.
  • Economía: Ella no tenía empleo, y yo estaba trabajando como trabajador de aseo en un concesionario de automóviles.
  • Experiencia: Ella no había tenido otro novio, y yo no conocía a otra mujer (era virgen).

Decía nuestra sociedad que cometíamos el peor de los suicidios. Estábamos desaprovechando viajes, encuentros sexuales, oportunidades, galardones, placeres, lujos, y acortando la juventud alargada de los “jóvenes adultos” de hoy. Pero un año después puedo decir que no fue así. Hoy puedo decir más seguro que nunca que la sociedad está cegada por su egoísmo. Algunos creerán que hoy soy más esclavo, pero realmente soy más libre. Solamente hay que leer lo que nos dice la Biblia:

“Sea bendita tu fuente,
Y regocíjate con la mujer de tu juventud,
Amante cierva y graciosa gacela;
Que sus senos te satisfagan en todo tiempo,
Su amor te embriague para siempre”, Proverbios 5:18-19

“El que halla esposa halla algo bueno
Y alcanza el favor del Señor”, Proverbios 18:22

Hoy el favor de Dios, la satisfacción, y el deleite que tengo en Él se manifiestan en el amor que tengo por mi esposa. Los obstáculos que observé, es decir, la edad, la economía y la experiencia, fueron completamente anulados por lo que iba a suceder. En cuanto a la edad, en este año he aprendido a madurar y a ser un hombre de verdad. He conocido límites de estrés que no conocía. He experimentado lo que se siente vivir con la incertidumbre de no saber si tienes el dinero del próximo mes. He enfrentado lo que se siente sacar fuerzas donde no las hay, y también sonrisas en medio de un duelo de muerte. He aprendido lo que se siente estar desnudo y saber que me aman hasta lo más íntimo.

En cuanto a la economía, este año aprendí a respetar más a mi abuelo y a mi padre. ¡Esos sí que son hombres! No fueron egoístas, sino que dieron el todo por el todo por sus hijos y esposas, y me enseñaron a hacer lo mismo en fe por la mía. El Dios que camina delante de mí nunca nos ha abandonado.

En cuanto a la experiencia, para eso mismo me casé. He lavado concesionarios, he llegado sucio a mi apartamento sin muebles, he trabajado haciendo huecos en el pasto, he ganado un sueldo diseñando juegos de video, he trabajado en cafeterías y ahora traduzco en un seminario. He conocido una mujer apasionante, fuerte y segura. La he amado con lágrimas y la he amado con sonrisas. He probado sus comidas. Me ha hecho muchas cosquillas. Hemos peleado como nunca. Nos hemos reconciliado como nunca. Hemos fallado, pero con certeza podemos decir que “el justo cae siete veces; y vuelve a levantarse” (Pr. 24:16).

Gracias a Dios que me casé. Gracias a Él que no cometí el error de escuchar a la sociedad, pero sí a un Dios que no me defrauda. Ese mismo Dios que nos enseña a ser hombres verdaderos. Sí, imperfectos, ¡pero con todas las ganas de amarle! Ese Dios que no hace mujeres aburridas y esclavas al hombre, sino mujeres de hogar, luchadoras, y llenas de coraje en sus rodillas.

Gracias Dios porque el cielo y la tierra pasarán, pero tu Palabra jamás pasará. Gracias por nuestras esposas, porque en ellas podemos entender el amor de Cristo por su Iglesia, por nosotros. Gracias, esposa, porque me has dado el mejor año de mi vida.

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