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Durante un curso sobre trastornos alimenticios que tomé, un profesor compartió un testimonio que ilustra la influencia que los padres tenemos sobre nuestros hijos.

El relato trataba de una niña de diez años quien, al celebrar su cumpleaños, experimentó profunda tristeza y enojo al recibir una porción de pastel. No la quería porque «la haría engordar». ¡Sí, una niña de diez años preocupada por su peso! Pero luego se descubrió que los temores provenían principalmente de su madre, quien vivía preocupada por las calorías y se sometía constantemente a dietas severas para bajar de peso. Sin darse cuenta, estaba influyendo negativamente en la percepción de la comida para su hija.

En contraste con la preocupación y confusión que a menudo rodean a la alimentación en la sociedad actual, recuerdo cómo mi mamá me enseñaba sobre la importancia de los alimentos nutritivos. Me explicaba que las frutas, verduras, carnes y legumbres no solo eran deliciosas, sino también necesarias para mi crecimiento y bienestar. Su estilo de vida me enseñó que no había nada malo en disfrutar de un dulce o unas papas fritas de vez en cuando, siempre que fuera con moderación. Gracias a ella, como hija, pude desarrollar una comprensión saludable de la comida.

La responsabilidad de los padres

Si eres padre, madre, o estás esperando un bebé, siéntete privilegiado porque Dios te ha confiado un regalo especial: hijos o hijas para instruirlos, formarlos y (por fe) enviarlos al mundo para que por medio del evangelio que transforma puedan ser luz en donde quiera que estén.

La Biblia nos dice que los hijos son «como flechas en manos de un guerrero» (Sal 127:3-5). En contextos bélicos de la Antigüedad, las flechas eran armas de combate muy valoradas. Recaía en cada guerrero la responsabilidad de mantenerlas en óptimas condiciones y preparadas para su lanzamiento en el instante preciso. De forma similar, los padres y futuros padres tenemos la responsabilidad de preparar a nuestros hijos para todas las batallas que enfrentarán en esta vida.

Entonces, ¿cómo estás preparando a tu pequeño o pequeña en el área de la alimentación? Te doy tres ideas que te invito a considerar.

1. Enseña reconociendo tus propios pecados con la alimentación

Papá o mamá, ¿batallas con la falta de dominio propio al comer o con la idolatría a tu cuerpo? Necesitas reconocer esa lucha delante de Dios y de tus hijos.

Tus hijos no necesitan ver padres perfectos, sino padres que luchan contra su pecado y acuden constantemente a Dios en arrepentimiento y fe

Muchas veces tratamos de mostrar perfección ante nuestros hijos, pensando que de esa manera los niños aprenderán a hacer lo bueno. Pero no hay nada más alejado del evangelio que eso. La Palabra de Dios es clara al respecto: «Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso y Su palabra no está en nosotros» (1 Jn 1:10).

Tus hijos no necesitan ver padres perfectos, necesitan ver padres que luchan contra su pecado y acuden constantemente a Dios en arrepentimiento y fe para alcanzar misericordia, pues: «El que encubre sus pecados no prosperará, / Pero el que los confiesa y los abandona hallará misericordia» (Pr 28:13).

Es importante reconocer nuestras luchas con la alimentación, y en otras áreas de nuestra vida, delante de nuestros hijos, para que puedan admirar y contemplar al maravilloso Dios perdonador que seguimos.

2. Enseña a comer con sabiduría

Sabemos que el arrepentimiento es una parte esencial en la vida del creyente, pero para que sea un arrepentimiento genuino generalmente no basta con hacer una oración de confesión. Necesitamos tomar cartas en el asunto. Practicar la sabiduría y aplicarla a nuestras luchas nos ayudará a abandonar el pecado. En el área de la alimentación, podemos enseñar a nuestros hijos a tomar decisiones sabias basándonos en el temor reverente al Señor (Pr 1:7).

¿A qué me refiero con esto? A que debemos enseñar a nuestros hijos a comer con moderación (Pr 23:2), a orar agradeciendo a Dios por los alimentos (1 Ti 4:4-5) y a priorizar consumir alimentos que nos ayuden a cuidar el cuerpo que Dios nos dio, porque nuestros cuerpos le pertenecen a Él (1 Co 6:19).

Esto no significa que tus hijos jamás podrán comer dulces o sus botanas favoritas.  Podemos disfrutar de esta clase de alimentos con moderación y con gratitud a Dios, pues es una forma de tener un balance motivado por el temor reverente a Dios.

3. Enseña involucrando a tus hijos en su propia alimentación

Si los hijos son herencia del Señor, es importante tratarlos como un obsequio de nuestro Padre celestial y no como mascotas a las que les servimos sus croquetas sin considerar su opinión. Con esto no estoy afirmando que los niños deban dictar sus elecciones alimentarias en todo momento, pero tampoco debemos caer en el otro extremo de ignorar su perspectiva.

Nuestros hijos deben ver nuestra fe, aun en lo cotidiano de la vida como lo es el acto de comer

Una forma de hacerlos partícipes de su propia alimentación es dejarlos elegir algún tiempo de comida o involucrarlos en la preparación de los alimentos. Mientras hacen esto, puedes iniciar conversaciones espirituales con tus hijos con algunas preguntas como «¿Qué pensará Dios sobre lo que comemos?», «¿Por qué elegimos estos alimentos y no otros?» o «¿Por qué crees que Dios puso papilas gustativas en nuestra lengua?». Estas preguntas te pueden ayudar a iniciar una conversación más profunda para que tus hijos vean la comida a través de los ojos del Dios revelado en las Escrituras (cp. Dt 6:7).

Testigos del evangelio para nuestros hijos

Nuestros hijos deben ver nuestra fe, aun en lo cotidiano de la vida como lo es el acto de comer. Deben ver nuestra dependencia a Dios aún en nuestros momentos de debilidad; como cuando corremos a Cristo con arrepentimiento y fe, luego de haber comido con desorden y sin temor a Dios. Nuestros hijos también deben ser testigos de nuestra gratitud, cuando consumimos un postre, un dulce o un helado y le damos gracias a Dios.

Recordemos que si el evangelio impacta cada área de nuestra vida, también puede impactar cada área de la vida de nuestros niños. ¡Qué el Señor nos llene de Su sabiduría para guiar y enseñar a nuestros hijos a vivir y comer para Su gloria!

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