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Los amigos vienen y van: Reflexionando bíblicamente en nuestras limitaciones en las amistades

«Fue un placer conocerte».

Las palabras no salieron de la boca de un supervillano despectivo, ni contenían rastro alguno de sarcasmo. Hasta ese momento, solo había oído esa frase en películas de acción y sketches cómicos. Pero allí estaba yo, frente a una persona real, una amiga de toda la vida, de ochenta años. Ella estaba sonriendo, con los brazos abiertos para darme un abrazo y me dijo con la mayor sinceridad: «Fue un placer conocerte».

Le devolví su cálida expresión y su abrazo, pero mi voz se quebró. ¿Fue un placer conocerme? Me estaba cambiando de iglesia, no de país. Claro, nuestra familia tenía pensado mudarse del vecindario en algún momento, pero no ahora. ¿No nos veríamos por ahí? Como mínimo, podríamos mantenernos en contacto por mensajes de texto e intercambiar tarjetas de Navidad. Seguíamos siendo amigas, ¿no?

Sí, éramos amigas, pero también humanas. Criaturas limitadas con recursos limitados. A veces se necesitan ancianos santos para devolver con delicadeza a la realidad a los eruditos de las redes sociales: en un mundo caído, finito y temporal, las amistades van y vienen.

Cada amigo es una semilla

Considera también el consejo del rey Salomón, a quien Dios concedió gran sabiduría y una larga vida dedicada a reflexionar sobre «todas las obras que se han hecho bajo el sol» (Ec 1:14). En Eclesiastés 3:1, pronuncia el equivalente poético de las palabras de mi amiga anciana: «Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo». Me imagino a Mark Zuckerberg frunciendo el ceño. Facebook prospera gracias a las solicitudes de amistad que se aceptan de forma casual e interminable, no por las personas que saben que las relaciones, al igual que un huerto, requieren un cuidado cuidadoso y selectivo.

En cualquier huerto, las semillas producen cosechas porque el agricultor presta atención a las estaciones. Se siembra en primavera, se riega en verano, se cosecha en otoño y, luego, en invierno, se hace un plan para volver a empezar. Hay un «tiempo de nacer, y tiempo de morir; / Tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado» (v. 2). Parte de crear y sustentar una nueva vida es saber cuándo dejar atrás una anterior, y el agricultor que esparce mil semillas sin observarlas ni regarlas no es realmente un agricultor.

Solo hay un Hombre cuya capacidad de amar y ser amigo no tiene restricciones, y eso es porque también es Dios

Lo mismo pasa con los amigos. Ya sea por un cambio de iglesia, ciudad o país, un nuevo trabajo, un matrimonio o un hijo, a medida que nuestras vidas avanzan y mutan de forma natural, nuestras relaciones deben cambiar con ellas. Pero ¿a quién le gusta renunciar a las cosas buenas, especialmente cuando se trata de personas que amamos, quizá desde hace años? Por muy difícil que sea incluso pensarlo, es aún más difícil intentar lo imposible. Las raíces relacionales profundas, las cuales son más maduras para dar un abundante fruto del evangelio, no se pueden mantener entre mil personas (aunque un perfil de Internet pueda tratar de presumir lo contrario).

Para que se pueda desarrollar una amistad verdadera y profunda, necesitamos tiempo y sabiduría para saber en quién invertirlo. En este lado de la eternidad, nuestro tiempo es limitado. ¿Qué hacemos cuando los teléfonos celulares, el wifi y las aerolíneas económicas se confabulan para que el número de amistades con las que podemos «mantenernos al tanto» se sienta virtualmente ilimitado?

Cada agricultor es una criatura

Por un lado, reconocemos que la fe que se manifiesta a través del amor (Gá 5:6), y no por los emojis que se envían por mensaje, es la trama y la urdimbre de la amistad cristiana. «En todo tiempo ama el amigo», dice Proverbios 17:17, «Y el hermano nace para tiempo de angustia». Mientras más atemos realidades como el amor, el tiempo, la hermandad y la adversidad con la amistad, más refinaremos nuestro concepto de lo que constituye la verdadera amistad, y más veremos a los amigos como personas con las que nos comprometemos y en las que invertimos regularmente. Compartir publicaciones no nos afila; el hierro, sí (Pr 27:17).

Por otro lado, recordamos que cada día solo tiene 24 horas y, con humildad, dormimos aproximadamente un tercio de ese tiempo. Solo hay un Hombre cuya capacidad de amar y ser amigo no tiene restricciones (Ef 3:18-19), y eso es porque también es Dios. Entonces, en lugar de intentar lo imposible, alabamos Su suficiencia, confesamos nuestras limitaciones (incluyendo nuestra ceguera ante ellas) y le pedimos sabiduría en nuestras relaciones.

¿Qué amistades debemos seguir cultivando? Quizá algunas amistades más antiguas no hayan florecido desde hace tiempo, ya que se encuentran demasiado alejadas del alcance habitual de nuestra vida. ¿No sería mejor dedicar nuestro amor y nuestro tiempo a las personas que Dios ha plantado recientemente en nuestras vidas, especialmente las que están a nuestro lado en las bancas de la iglesia y del parque? Quizás deberíamos pasar algún tiempo, como hace el agricultor en invierno, poniendo nuestra vida ante el Señor de la cosecha y preguntándole: «Oh, Dios, ¿dónde debo trabajar?».

Y no solo dónde, sino cómo. No hay dos plantas que sean exactamente iguales. No hay dos personas que tengan exactamente las mismas necesidades, deseos, capacidad y personalidad. ¿Necesitan sopa esta noche o unas horas para desahogarse? Con el tiempo, algunas amistades se vuelven como los pinos: las raíces son profundas y las necesidades son pocas. Los árboles de hoja perenne en nuestras vidas, algunos dispersos a miles de kilómetros de distancia, nos ayudan a hacer espacio para cuidar las rosas que tenemos delante. «Padre, ¡dame la sabiduría para saber qué amigos son qué en este momento!».

Cuando se trata del Hijo, ninguna temporada de sufrimiento es tan desoladora, ningún corazón tan estéril, como para que Su voz no avive un campo de amistad eterna

Al hacernos y responder este tipo de preguntas sobre los demás, también sería bueno que consideráramos las condiciones climáticas de nuestras propias vidas. ¿Nuestro espíritu se siente seco? ¿El matrimonio está pasando por un momento difícil? ¿Qué tan oscuras y densas son las nubes del sufrimiento? Quizás ahora no sea el momento de buscar nuevos amigos en el vecindario, sino de buscar el apoyo de los antiguos. Cuando la tormenta cayó sobre los doce discípulos, se volvieron unos a otros y, especialmente, a su Señor (Mt 8:23-27). Pero en otras estaciones, es posible que nos sintamos más como José, en medio de siete años de sol, paz y abundancia. Con las manos más libres y el sueño más profundo, probablemente sea el momento de trabajar en el arado de las relaciones.

Cristo, el Amigo

Más que en cualquier otro santo, vemos esta dinámica presente de manera perfecta en nuestro Salvador. Obsérvalo en los evangelios. Jesús recibe a las personas tanto individualmente como en masas. En un momento, llama a cuatro pescadores (Mt 4:18-22); al siguiente, está ministrando a «grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán» (4:25). Él enseña a los amigos que se sientan a Sus pies (5:1) y sana a los extraños que se arrodillan ante Él (8:2-3). En pleno apogeo de Su ministerio público, se podía oír a Jesús decir: «Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a Mí, porque de los que son como estos es el reino de los cielos» (19:14).

Pero a medida que el odio hacia Él se intensifica, el círculo que lo rodea se hace cada vez más pequeño. La noche antes de Su crucifixión, Jesús no cena con los recaudadores de impuestos, sino con los doce (26:20). Luego, en Getsemaní, podemos contar con los dedos de una mano los amigos en los que confía: «Dijo a Sus discípulos: “Siéntense aquí mientras Yo voy allá y oro”. Y tomando con Él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse» (26:36-37). Mientras más difícil era la situación, mayor era la necesidad de estar con Sus amigos más cercanos.

Aun en ese momento, mientras uno tras otro de los discípulos lo abandonan, el Calvario no impide que Cristo convierta a los rebeldes en amigos. (¡De hecho, sabemos que es todo lo contrario!). Con la cruz sobre Su espalda y la sangre derramándose por Su cuerpo, Jesús dedica el poco tiempo y energía que le quedan en la tierra para recibir a un ladrón en el paraíso (Lc 23:42-43). Cuando se trata del Hijo, ninguna temporada de sufrimiento es tan desoladora, ningún corazón tan estéril, como para que Su voz no avive un campo de amistad eterna (Is 55:10-11).

Si Jesús nunca perdió de vista la inmensa necesidad de una profunda amistad humana, nosotros tampoco deberíamos hacerlo

¡Y el Espíritu de este Amigo de los pecadores de otro mundo habita entre nosotros, vive dentro de nosotros y anhela usarnos! Cualquiera que sea la etapa de la vida en la que nos encontremos, por muy poco hábiles que nos sintamos para cultivar relaciones, el Cristo resucitado y reinante puede y va a utilizar nuestras vidas para Su gloria y el bien de los demás. Donde somos amigos débiles, Él es fuerte y el que todo lo satisface.

Permanece, invierte… y espera

Hay una razón por la que, en Su vida terrenal, Jesús no llamó a mil doscientos discípulos. Llamó a doce. Luego, de entre esos doce, se acercó aún más a tres. ¡Oh, Él derramaba compasión, conversación y enseñanza sobre cualquiera que estuviera cerca y dispuesto a recibirlo! Sin embargo, permanecía en la relación que más atesoraba (con Su Padre) e invertía en las relaciones que consideraba más aptas para dar fruto (con Sus discípulos).

Por muy poco hábiles que nos sintamos para cultivar relaciones, el Cristo resucitado y reinante puede y va a utilizar nuestras vidas para Su gloria y el bien de los demás

Si Jesús nunca perdió de vista la inmensa necesidad de una profunda amistad humana, nosotros tampoco deberíamos hacerlo. Cuando mi amiga sonrió y me dijo: «Fue un placer conocerte», mi reacción instintiva fue sentirme sorprendida, incluso insultada. Pero lejos de ser indiferente o pesimista, ella estaba siendo humilde y sabia… y semejante a Cristo.

Si combinamos una visión bíblica de la amistad con una visión clara de nuestras limitaciones como criaturas, veremos que las amistades no duran para siempre. A veces, las amistades se van con oración y bondad. Contrario a las veces que he intentado mantener todas mis viejas amistades, ahora me pregunto si el agricultor más fiel a su modesta parcela de tierra es el que termina más satisfecho con ella.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por María del Carmen Atiaga.
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