×

¿Por qué es tan difícil poner la mira en las cosas de arriba?

Pablo nos manda a poner la mira en las cosas de arriba (Col 3:1-4), y una de las razones de esta instrucción es que resulta mucho más fácil no hacerlo. Toda clase de distracciones surgen con más naturalidad. No tengo que decirles a mis hijos que se terminen el helado; pero sí debo ordenarles que se coman cinco cucharadas de su sopa de coliflor.

Poner la mira en el cielo se parece más a comer verduras que a saborear un helado. Es mejor para nosotros, es más nutritivo y aumenta nuestra resistencia a todo tipo de infecciones. Pero a veces resulta menos atractivo que otras opciones que compiten por nuestra atención y afecto. Sin la obra del Espíritu de Dios en nosotros, los afectos de nuestro corazón y los atractivos de nuestro entorno pondrán constantemente nuestra mira en las cosas de la tierra.

Tenemos una predisposición implacable hacia falsas esperanzas que podemos ver, tocar y controlar; esperanzas que no pueden satisfacernos ni salvarnos, y que es imposible que nos sobrevivan. Esta fue la historia de Adán y Eva en el huerto. Fue la historia de Israel vagando por el desierto. Fue la historia de Israel forzado al exilio. Esa es también nuestra historia. ¿Cómo puedes mantenerte enfocado en lo invisible y eterno cuando lo visible y temporal es tan presente y poderoso?

Richard Baxter y la mente celestial

Esta es la inquietud detrás de uno de los libros más importantes que jamás se hayan escrito sobre el cielo: The Saints’ Everlasting Rest [El descanso eterno de los santos], de Richard Baxter. Baxter fue un pastor en la Inglaterra del siglo XVII, durante los sangrientos años de la guerra civil inglesa. Rodeado de esa matanza y tras una experiencia cercana a la muerte, desarrolló un proceso para meditar en el cielo como una disciplina espiritual.

Sin la obra del Espíritu de Dios en nosotros, los afectos de nuestro corazón y los atractivos de nuestro entorno pondrán constantemente nuestra mira en las cosas de la tierra

Baxter estaba asombrado de lo poco que su rebaño parecía preocuparse por la vida venidera, a pesar de las evidentes dificultades de su vida aquí y ahora. El problema, según él lo veía, no era que los cristianos negaran la existencia del cielo o que dudaran de que algún día pudieran estar allí. El problema era la brecha entre la cabeza y el corazón: «Cuando la verdad se percibe solo como verdad, se trata de una percepción insípida y vaga; cuando se percibe como buena además de verdadera, se trata de una percepción sólida y deleitosa».

Necesitamos sentir en el corazón la bondad del cielo para que la verdad que profesamos moldee nuestras vidas. Por naturaleza, no tenemos problemas para ver lo bueno del poder, el sexo, la fama o el dinero (y lo que este puede comprar). Pero se necesita disciplina para ver la bondad en lo que todavía no se ve; para ver la promesa de Dios para nuestro futuro como algo tanto bueno como verdadero.

Meditar en el cielo, argumenta Baxter, es la manera en que usamos nuestro entendimiento para encender nuestros afectos. Esto abre «la puerta entre la cabeza y el corazón». La meditación que él intenta modelar consiste en «simplemente leer y repetir las razones de Dios a nuestro corazón y así debatir con nosotros mismos sobre Sus argumentos y términos». Implica usar nuestro juicio para comparar los atractivos del mundo con las promesas del cielo, hasta que la balanza se incline a favor de estas últimas.

Mi objetivo es hacer por los amigos a quienes pastoreo en el siglo XXI algo parecido a lo que Baxter hizo por sus lectores en el siglo XVII. Sin embargo, para meditar en el cielo, hoy nos enfrentamos a barreras que Baxter no podría haber imaginado hace cuatrocientos años.

Estamos más aislados de la muerte

Nuestras vidas, en promedio, están mucho más aisladas de la miseria que la del inglés promedio en 1650, con muchas más oportunidades de riqueza y comodidad. A partir de finales del siglo XVIII, y de forma acelerada desde entonces, la esperanza de vida, el patrimonio y la calidad de vida se han disparado en todo el mundo occidental. No me quejo. No me cambiaría por nadie del siglo XVII. Pero nuestra prosperidad sin precedentes puede distorsionar radicalmente nuestra perspectiva de este mundo.

En los tiempos de Baxter, la muerte acechaba en cada resfriado. La esperanza de vida era de aproximadamente treinta y cinco años. Ahora es más del doble. Las medicinas modernas, los médicos competentes y las tecnologías extraordinarias hacen que parezca que siempre hay algo más por hacer, alguna otra forma de retrasar la muerte un día más.

En la época de Baxter, la mayoría de las personas morían en casa, en los mismos pocos metros cuadrados donde sus familias pasaban la vida. Caminaban a la iglesia entre las tumbas de sus seres queridos. La omnipresencia de la muerte ofrecía un incentivo constante para mirar hacia arriba, más allá de las sombras de esta vida terrenal.

Necesitamos sentir en el corazón la bondad del cielo para que la verdad que profesamos moldee nuestras vidas

Ahora, cuando alguien va a morir, la mayoría de las veces ocurre en un centro médico desinfectado, completamente aislado de los lugares donde transcurre nuestra vida. Cada vez es más fácil vivir como si la muerte fuera el problema de otro. Sin una conciencia urgente de que la vida es apenas un suspiro, tiene sentido que pongamos la mira en exprimir al máximo este mundo aquí y ahora.

Somos más seculares

En comparación con la época y el lugar de Baxter, vivimos en lo que algunos filósofos han llamado una «era secular». No me refiero a que todos neguemos la existencia de Dios. Me refiero a que, en nuestra vida cotidiana, no tenemos que dar por sentada Su existencia como se hacía entonces. No nos sentimos tan vulnerables a fuerzas que escapan a nuestro control ni reconocemos nuestra dependencia radical de una realidad que está más allá de nosotros mismos.

Vivimos rodeados de asombrosos logros humanos, desde rascacielos hasta cohetes espaciales y una inteligencia artificial que creamos para superar la nuestra. Nuestras vidas están mediadas por todo tipo de tecnologías que filtran nuestro trabajo, nuestro ocio e incluso nuestras relaciones. En comparación con el mundo preindustrial de Baxter, disfrutamos de un grado de control inimaginable, dirigido directamente a nuestro placer y comodidad. Si quiero, puedo pedir que me traigan arándanos a la puerta de mi casa y recibirlos en un par de horas, en pleno febrero.

En un mundo como el nuestro, incluso los cristianos pueden perder de vista fácilmente que cada comida, al igual que cada aliento, viene de arriba. Requiere esfuerzo recordar que dependemos por completo de Dios, que respondemos ante Él por estas vidas que nos ha dado y que, por lo tanto, debemos acudir a Él en todo.

Estamos más distraídos

Quizá ninguna barrera para tener una mente celestial sea más influyente en el día a día o más típica de nuestro contexto moderno que los teléfonos inteligentes que llevamos en los bolsillos, dejamos en nuestros escritorios mientras trabajamos y luego conectamos junto a nuestras almohadas mientras dormimos. Hace poco vi una caricatura de The New Yorker en la que aparecía una lápida con la imagen de un teléfono inteligente grabada cerca de la parte superior. El epitafio solo tenía dos líneas:

50 % mirando el teléfono

50 % buscando el teléfono

Según algunas estimaciones, los adultos pasan de cuatro a seis horas diarias navegando en sus teléfonos. Si tenemos en cuenta que gran parte de ese tiempo de uso se produce en ráfagas esporádicas, repartidas aquí y allá mientras se supone que hacemos otras cosas, resulta que pasamos todos nuestros momentos despiertos atraídos por nuestros teléfonos. Eso hace que sea difícil poner la mira en cualquier cosa, y mucho menos en las cosas de arriba y en las venideras.

La forma en que pasamos nuestros momentos es la forma en que pasamos nuestra vida. ¿Quieres que tu vida se mida por el número de títulos de fútbol de fantasía que ganaste? ¿O por el número de ofertas por tiempo limitado que aprovechaste? ¿O por la cantidad de «me gusta» que recibió esa foto familiar? ¿O por el número de días seguidos que acertaste el reto de Wordle?

En una ocasión, John Stott predicó ante una multitud de jóvenes estudiantes deseosos de entregar su vida a las misiones internacionales. Les recordó quiénes eran, como ciudadanos del cielo y peregrinos en la tierra, y que tuvieran cuidado con la rapidez con que podemos fijar nuestros ojos aquí abajo:

Leí hace algunos años sobre un joven que encontró un billete de cinco dólares en la calle y que «a partir de ese momento nunca levantó la vista al caminar. En el transcurso de los años acumuló 29 516 botones, 54 172 alfileres, 12 centavos, una espalda encorvada y una disposición miserable». Pero piensa en lo que perdió. No podía ver el resplandor de la luz del sol, el brillo de las estrellas, la sonrisa en el rostro de sus amigos, ni las flores de la primavera, porque tenía los ojos en la alcantarilla. Hay demasiados cristianos así. Tenemos deberes importantes en la tierra, pero nunca debemos permitir que nos preocupen de tal manera que olvidemos quiénes somos o a dónde vamos.

Estoy seguro de que nunca ha sido más difícil fijar nuestras mentes en las cosas de arriba como lo es hoy. Pero lo que está en juego es demasiado importante. Es mucho lo que podemos perder si no lo hacemos y es muchísimo lo que podemos ganar si lo hacemos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
Nota del editor: 

Contenido adaptado de Remember Heaven [Recuerda el cielo], por Matthew McCullough, ©2025. Usado con permiso de Crossway, un ministerio editorial de Good News Publishers.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando