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El mito de un mundo “no religioso”

Durante la última década, he enseñado cursos de Introducción a la Teología Cristiana a estudiantes de pregrado en la Universidad de Edimburgo. Mis alumnos provienen de todos los continentes. Aunque algunos llegan con un compromiso profundo con sus tradiciones religiosas, la mayoría, año tras año, son jóvenes británicos que no se identifican con ninguna religión en particular. Intelectual y socialmente, estos estudiantes brillantes están en pleno proceso de independizarse. Cursos como el mío son lugares donde aterrizan para comenzar a formar sus puntos de vista sobre las diferentes religiones.

En cada uno de estos grupos tan diversos, he aprendido a esperar una reacción común de algunos estudiantes que crecieron en culturas occidentales: la idea de que, al tomar una clase de teología, están estudiando una pieza de museo. Por más fascinante que les parezca el cristianismo, llegan con la presuposición de que su contenido intelectual es una reliquia del pasado y no desempeña ningún papel en el presente o el futuro del mundo.

Al inicio de cada curso, con la precisión de un reloj, un puñado de estudiantes suele expresar ideas como: «El mundo ya no es religioso», «El mundo se ha vuelto secular» o «La religión está desapareciendo en todo el planeta». (A lo largo de los años, solo unos pocos estudiantes han manifestado este punto de vista con hostilidad; la mayoría simplemente lo considera un hecho consumado, tan evidente como decir que el pasto es verde o el agua moja).

Nunca he escuchado esa opinión de un estudiante que no sea de Europa occidental. Cuando un estudiante con ese trasfondo cultural hace tal afirmación sobre «el mundo», sus compañeros de otras partes del planeta —África, Asia, Medio Oriente, América del Norte y del Sur— suelen reaccionar con desconcierto. En ese momento, invariablemente, intervengo: «Cuando dices mundo», pregunto, «¿te refieres al planeta entero, a toda la población humana, a gente de todas las culturas… o te refieres solo a Occidente?». Con frecuencia, esto provoca un instante de revelación. El vocabulario de los estudiantes incorpora un nuevo término, «excepcionalismo occidental», y su concepción del «mundo» se reduce considerablemente. De repente, la secularidad deja de ser universal para volverse parroquial; deja de ser global para ser local.

¿En qué parte del mundo está disminuyendo la religión?

Hace poco se publicaron los resultados de un importante estudio —la Iniciativa Patmos— sobre las actitudes globales hacia la Biblia. Dicho estudio, divulgado por la Foreign Bible Society (Sociedad Bíblica Extranjera) y basado en datos de la encuestadora Gallup, midió la creencia en Dios o en un poder superior, así como las tasas de acceso global a la Biblia y el interés por aprender más sobre ella. Los resultados son un clavo más en el ataúd de la narrativa que habla de un «mundo no religioso».

América Latina y África subsahariana registran tasas excepcionalmente altas de uso de la Biblia, junto con un interés generalizado por profundizar en el conocimiento de la Escritura. Asia Oriental es sumamente religiosa, aunque predominan otras religiones, y la mayor parte de su población no conoce la Biblia. La religión impregna la vida cotidiana en todo el mundo musulmán. Únicamente un país de Europa occidental, Portugal, muestra una pérdida demostrable de interés en la religión en general.

La encuesta sugiere un cambio generacional en otras zonas de Occidente: los occidentales de mayor edad tienden a mostrar menos interés por la fe, mientras que los más jóvenes parecen sentirse cada vez más atraídos por ella. (En este sentido, el estudio reflejó las conclusiones del informe Quiet Revival [Avivamiento silencioso] de la Sociedad Bíblica en el Reino Unido). Aparte de Portugal, los países que evidencian un aumento de la irreligiosidad se encuentran primero en Europa central y oriental (Polonia, Rumania, Serbia, Albania, Ucrania), y luego se extienden por la Federación Rusa. Quizás para sorpresa de algunos, Occidente (Portugal aparte) no es la región del mundo donde la religión enfrenta el pronóstico inmediato más sombrío.

¿Qué deberían pensar los cristianos de Occidente ante este tipo de encuestas globales, especialmente cuando la narrativa del «mundo no religioso» pierde fuerza día a día?

Una explicación teológica para un mundo religioso

En términos teológicos, los resultados de encuestas como la del Quiet Revival y la Iniciativa Patmos no deberían sorprendernos en lo más mínimo. Uno de los postulados fundamentales de la teología reformada es que todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios (Gn 1:26-27) y que, por mucho que la caída de la humanidad en el pecado haya corrompido esa imagen, seguimos siendo portadores de Su imagen, aunque deteriorada (Gn 9:6). No podemos eludir la realidad de que, como criaturas, existimos para conocernos a nosotros mismos y a nuestro Creador.

Mediante un acto de revelación general, Dios comparte constantemente un conocimiento de Sí mismo en el mundo que nos rodea (Sal 19) y en nuestra vida interior (Ro 1:21). Juan Calvino describió ese conocimiento interno implantado como el sentido de la divinidad (sensus divinitatis), que Dios comparte con cada ser humano. No obstante, en un mundo caído, suprimimos activamente ese sentido de una forma tan automática e inconsciente como el acto de respirar (Ro 1:18). Después de la caída, esta es una característica auto(des)reguladora de nuestra desordenada vida interior.

Con todo, por más que lo suprimamos, nunca podremos deshacernos verdaderamente de él. Al igual que Sísifo en la mitología griega —condenado a empujar en vano una y otra vez una roca cuesta arriba—, pasamos cada instante de nuestra vida reprimiendo lo irreprimible. Desde esta perspectiva, el neocalvinista holandés J. H. Bavinck explicó cómo la configuración de cada vida humana sigue los contornos de nuestro sentido reprimido de lo divino, lo cual deja como secuela un sentido igualmente vago y poderoso de lo nouménico. Es precisamente porque suprimimos nuestro sentido de lo divino que, aun así, sabemos que hay algo más allá, algo superior, algo que trasciende este mundo.

Es precisamente porque suprimimos nuestro sentido de lo divino que, aun así, sabemos que hay algo más allá, algo superior, algo que trasciende este mundo

Para ilustrar cómo se manifiesta esto en la vida humana, Bavinck recurrió a la paradoja que Agustín describe en sus Confesiones. Agustín contrasta la incesante búsqueda de Dios por él, con sus propios esfuerzos como alguien que, simultáneamente, buscaba a Dios y se escondía de Él. Haciéndose eco de esta idea, Bavinck escribe: «Podemos afirmar que toda persona busca a Dios, y también podemos afirmar que no hay nadie que busque a Dios». Dondequiera que miremos, deberíamos esperar encontrar lo mismo: seres humanos que, de algún modo, corren hacia Dios y huyen de Él al mismo tiempo.

Lo ineludible de la religión

A lo largo de la historia del cristianismo, los teólogos se apoyaron en este tipo de antropología para explicar la asombrosa omnipresencia de la religión en todas las culturas humanas. Sin embargo, en la era moderna, este argumento tradicional se ha topado con un problema nuevo: la secularización, que otorga la libertad de no identificarse con ninguna religión (o incluso de declararse antirreligioso). ¿Acaso el momento histórico que vivimos demuestra que la religión no es tan omnipresente como se pensaba?

La respuesta de Bavinck a mediados del siglo XX consistió en distinguir entre religión y «conciencia religiosa». Sostenía que un occidental cuya vida no tenga conexión con una religión particular puede, sin embargo, verse impulsado por un conjunto de intuiciones que lo llevan continuamente de vuelta a cuestiones religiosas: ¿Cómo se interconecta todo? ¿Según qué norma debo vivir? ¿Cómo afronto mis fracasos? ¿Está mi vida regida por un destino inalterable o soy libre de trazar mi propio camino? ¿Qué hay, si es que hay algo, más allá de esta vida? Toda vida, afirmaba Bavinck, está moldeada por un conjunto de respuestas asumidas a estas preguntas (que son, en última instancia, religiosas).

Podríamos establecer un paralelismo similar con la diferencia entre quienes son miembros de un partido político y quienes poseen una «conciencia política». En el Reino Unido, aproximadamente el 1,5 % de la población pertenece a un partido. Sería un error deducir de esto que la política no ejerce ninguna influencia sobre el 98,5 % restante. Cada pocos años, las elecciones devuelven a muchas personas a su órbita por un instante. Pero en la vida cotidiana, al margen de la política organizada, cada individuo está moldeado por una conciencia política que lo orienta en toda clase de asuntos: el precio de los alimentos, la inmigración, la educación, y así sucesivamente. Con la religión ocurre lo mismo.

El psicólogo Justin Barrett ha arrojado una luz diferente sobre las culturas mayoritariamente no religiosas, lo cual también nos ayuda a reflexionar sobre ellas desde la afirmación cristiana de que los seres humanos son, por naturaleza, incorregiblemente religiosos. En sus estudios sobre el desarrollo infantil en diversos contextos globales, Barrett ha demostrado que una sociedad predominantemente no religiosa (o antirreligiosa) solo puede mantenerse mediante la supresión proactiva y constante de la religión. Una sociedad atea solo tiene futuro en la medida en que logre reprimir la religiosidad que, por defecto, se encuentra en la vida interior de cada niño que nace en ella. (Considerando que cada niño sigue portando la imagen de Dios, nace en un mundo que es en sí mismo una revelación general de Dios, y recibe constantemente el sentido de lo divino en su fuero interno, las sociedades con tal aspiración se enfrentan a una tarea comparable a la de Sísifo: interminable, frustrante y condenada al fracaso).

Aférrate al sentido de lo divino

Ante la naturaleza irreprimible de la religiosidad humana, la teología reformada ofrece una explicación de por qué los seres humanos buscan a Dios y, al mismo tiempo, no lo buscan. Al reflexionar sobre esto, sería ingenuo de nuestra parte confundir el evangelio con la religiosidad en general; hacerlo demostraría que hemos confundido el sentido reprimido de lo divino con su expresión distorsionada, el sentido de lo nouménico. No obstante, la teología reformada también nos impulsa a trazar conexiones entre lo nouménico y lo divino, para así comprender por qué a los seres humanos —tanto a nivel individual como social— les resulta tan difícil abandonar la religión para siempre.

Nuestra teología nos provee un discurso frente a las estadísticas globales o los cambios generacionales en alguna parte del mundo. Nos transporta al Areópago, donde Pablo observó que los atenienses eran «muy religiosos» y, acto seguido, les proclamó al «Dios no conocido» (Hch 17:22-23). Al señalar la fijación de ellos con la religión, sus palabras estaban cargadas de un doble sentido, afirmaba la religiosidad del pueblo para confrontarla al mismo tiempo. Dos milenios después, abundan las oportunidades para que hagamos lo mismo. Por razones teológicas, nuestro mundo sigue siendo un lugar profundamente religioso.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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