No sé de dónde salió, pero ahora parece estar en todas partes. La escucho en pódcast y programas de televisión. La he visto en camisetas y gráficos de redes sociales. Una búsqueda rápida en Amazon arroja cientos de resultados, desde libros para niños y adultos hasta pulseras de dijes plateadas, sudaderas de todos los colores, estuches de maquillaje bordados, decoraciones de pared, cojines y calcomanías para colocar en el retrovisor. Me refiero al sencillo y alentador mantra de nuestros tiempos: «Eres suficiente».
Seguramente tú también lo has visto. Pero ¿te has detenido a pensar por qué esta frase, en estos contextos, es tan popular? Yo veo al menos dos implicaciones.
La carga de la insuficiencia
La inseguridad sobre nuestro valor es un problema enorme en nuestra cultura. No me refiero solo a cuán extendido debe ser el problema si esta frase aparece por todas partes. Me refiero a cuán profundo debe llegar. ¿Qué tan baja debe ser mi percepción de mí mismo si recibo ánimo de una declaración hecha por quién sabe quién, dirigida a nadie en particular y producida en masa para venderse en megatiendas de decoración?
La popularidad de esta frase encaja perfectamente con lo que sostiene el sociólogo francés Alain Ehrenberg en The Weariness of the Self [El cansancio de ser uno mismo], su historia de la depresión en el mundo occidental contemporáneo. No es un libro sobre cómo lidiar con la depresión, ni sobre los factores misteriosos que la causan o cómo superarla. Es un libro sobre lo que las personas deprimidas dicen de sí mismas, sobre cómo describen su experiencia.
La justificación es una garantía de nuestra condición justa ante Dios que debemos recordar y en la cual debemos descansar cada día
Allí argumenta que la depresión se ha propagado como lo ha hecho, en el momento y el lugar en que lo ha hecho, debido a la expectativa cultural de que cada persona debe definir por sí misma el sentido y el valor de su vida. El rasgo distintivo de la depresión moderna, según las entrevistas con quienes la padecen, es una sensación asfixiante de insuficiencia. Así lo explica Ehrenberg: «La depresión se manifiesta como una enfermedad de la responsabilidad, en la que el sentimiento dominante es el fracaso. La persona deprimida no logra estar a la altura; está agotada de tener que construirse constantemente a sí misma. […] La persona deprimida es alguien que se ha quedado sin combustible».
«Eres suficiente» expresa un problema profundo y generalizado en nuestra cultura: muchas personas viven con una sensación persistente y desesperanzada de insuficiencia, anhelan algún tipo de alivio.
Deseo de justificación
Los seres humanos tenemos un anhelo inevitable de validación. Deseamos con desesperación estar a la altura. Necesitamos que alguien más nos lo diga.
La categoría teológica para esa validación que tanto anhelamos es la justificación. Piénsalo como un tribunal, donde un juez emite un veredicto sobre tu condición delante de Él. La palabra que usa la Biblia para algo como «eres suficiente» es «eres justo». Ser justo es tener una condición correcta ante la autoridad correspondiente, tener una vida que esté a la altura. Es ser exactamente lo que se supone que debes ser. Cuando eres justo, eres suficiente.
Somos suficientes no por lo que hicimos con nuestra vida, sino por lo que Jesús hizo con la Suya
No está mal anhelar justificación. Se supone que debe importarnos si somos lo suficientemente buenos. Esto es parte esencial de nuestra humanidad. Pero todo depende de dónde busquemos esa validación, sobre qué base y en qué momento.
La única persona autorizada para decirnos que somos suficientes es el Dios que nos dio la vida en primer lugar. En el corazón del evangelio está la promesa de que Dios ya nos ve como justos gracias a la justicia de Jesús, recibida por la fe. Pablo dice en Romanos: «Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro 5:1). Eso significa que «ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8:1). La justificación es algo que ya poseemos si estamos en Cristo: una garantía de nuestra condición justa ante Dios que debemos recordar y en la cual debemos descansar cada día.
No obstante, el evangelio también mira hacia el futuro. «Pues nosotros, por medio del Espíritu, esperamos por la fe la esperanza de justicia» (Gl 5:5), escribe Pablo. Como muchas de las promesas de Dios, la justificación tiene una dimensión de «ya» pero «todavía no». Ya, por la fe, somos justos ante los ojos de Dios gracias a Jesús. Pero también estamos esperando esa justicia.
Todavía no nos vemos como Dios nos ve. Por ahora, caminamos por fe y no por vista. Con dolorosa claridad vemos nuestras fallas, no la justicia perfecta con la que Jesús nos ha revestido.
En el día del juicio, cambiaremos la fe por la vista de una vez por todas. Estaremos delante de Dios y recibiremos, de manera pública, inequívoca e irrevocable, lo que Él ya nos ha prometido: Su declaración de que somos justos en Cristo. Entonces sabremos, por experiencia, que somos suficientes no por lo que hicimos con nuestra vida, sino por lo que Jesús hizo con la Suya. Ese día, y solo ese día, terminará nuestra duda de si estamos a la altura o no.