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Soy trabajador. Soy obediente. Trabajo fuertemente y me esfuerzo. Yo soy el hermano mayor.

La parábola del hijo pródigo es la historia hermosa, desgarradora del amor de Dios, no solo por su hijo descarriado, sino también por su hijo “justo”. El evento más conocido en la parábola es el dramático regreso del hijo pródigo. Después de despilfarrar todo lo que tiene y perderlo todo, este hijo más joven vuelve a casa a los brazos de un padre amoroso. Es fácil aplaudir por su regreso, asumiendo que la parábola enseña que Dios nos recibe en sus brazos después de que lo hemos desobedecido y que, a diferencia del hermano mayor, debemos hacer lo mismo a los demás. Resumir la parábola no es necesariamente malo; la historia nos enseña estas cosas y hay verdades hermosas allí.

Pero creo que al ajustar una historia tan poderosa dándole una solución corta y simple, se reduce el gran golpe de gracia que tiene.

Aferrarnos a nuestra virtud

Creo que la mayoría de las personas pueden poseer las tendencias tanto del hermano mayor como del hermano menor. Pero creo que puede ser más fácil para los cristianos caer en tendencias del hermano mayor, especialmente para los cristianos que han llegado a ser rígidos y a sentirse “orgullosos” de su fe. Por ejemplo, tengo una idea bastante clara del amor de Dios, sus atributos, y su gracia, como tengo una buena idea de las respuestas en una guía de estudio que he estado repasando toda la noche.

Podemos formar una asociación cooperativa con Dios en la cual nuestras vidas son regidas y juzgadas por lo que hacemos en lugar de una relación que trae la vitalidad de su gracia y amor a nuestras vidas. Esto es lo que impulsa a los hermanos mayores a la esclavitud del éxito y la ley. En la parábola, el hermano mayor tiene que demostrar de alguna manera su valor a su padre. Es pronto para hablar y lento para aprender y cree que se merece al menos una pequeña fiesta por su buen comportamiento. Él es un esclavo de la bondad y la aprobación. En la canción “The Truth is a Cave”, los Oh Hellos cantan unas palabras que describen la naturaleza verdadera del hermano mayor. La lírica traducida diría así:

Estaba atado
Estaba obligado y decidido
A ser el niño
A ser el niño que tú querías
Estaba cegado ante cada señal
Que dejaste para yo encontrar
Y la verdad se convirtió en una herramienta
Que yo tenía en la mano
Y la ejercí mas no la entendí.

La verdad debe ser buscada, pero también puede ser usada como un arma que intimida al hijo descarriado y nos aísla de nuestro padre amoroso. En lo que la parábola llega a un cierre abrupto, la historia se queda sin resolver: el hijo mayor se encuentra afuera de la casa de su padre, indispuesto a entrar sin su justicia también. La alegría del hijo pródigo se ata con la tristeza y el peso que el padre siente por aquellos que se aferran fuertemente a su virtud y se niegan a caminar. Es irónico que se llama “La parábola del hijo perdido”, cuando en realidad es el hermano mayor, no el “pecador”, quien se niega a unirse a la fiesta (ver Tim Keller, El Dios pródigo).

Lo absurdo de la gracia

Para los descarriados y pecadores, la historia es una celebración jubilosa de aceptación. Para los fariseos, es una realización furiosa que están aceptados en la misma categoría que los pecadores. Pero la historia no es en última instancia acerca de ellos, se trata del padre y de la gracia dada por igual, totalmente, y pródigamente a ambos. Con lágrimas de alegría en los ojos, el padre abraza a su hijo porque ha vuelto a casa. Y con aún más lágrimas en los ojos y con anhelo en su voz, le recuerda a su hijo mayor, “Tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Entra, hijo mío”.

La gracia es igual; es extrema, absurda, más allá de todo lo que podemos imaginar.

Aunque la parábola termina así, tengo la esperanza que el hijo mayor llegó a sus sentidos, dejó de abrazar su propia virtud y la abandonó en el campo, y se colapsó en los brazos de su padre. Y que en el mismo triunfo que dio la bienvenida a casa al hijo pródigo, el padre diría: “Bienvenido a casa, hijo mío. Ven y mira a tu hermano. Ambos se habían ido por demasiado tiempo”. El difunto anglicano Robert Capon lo dijo muy bien:

La gracia es la celebración de la vida, persiguiendo sin descanso a todos los no-celebrantes en el mundo. Es un golpe cósmico flotante, gritando su camino por las calles del universo…arrojando la dulzura de sus casaciones a cada ventana, golpeando en cada puerta a una hilaridad más allá de todo gusto y pasando, hasta que los pródigos al fin salen y danzan, y los hermanos mayores, finalmente, se sacan los dedos de los oídos.

Dios está trabajando en llamarnos de nuestras andanzas a casa y en sintonizar nuestros oídos al sonido de la única aprobación que vamos a necesitar. El apóstol Pablo nos insta a retirar nuestras viejas vestiduras y ser vestidos con la justicia de Dios (Ef. 4:22-24). Esas ropas viejas y desechadas son de hecho los harapos de un hijo perdido-empañado, manchado, y maltratado. Pero también lo son las ropas sintéticas, brillantes, de diseñador que le pertenecen al hermano mayor. Ambas deben ser desprendidas por las manos del único que las puede quitar de nuestros cuerpos, sin importar lo pegadas que aparenten estar a nuestra piel, o a nuestros corazones.

Ritmos fáciles y gratuitos

Para aquellos de nosotros que nos identificamos con el hermano mayor, tenemos un Padre que no ha dejado de invitarnos a sus brazos, a pesar de todos los currículos y trofeos que ponemos en alto para demostrar nuestro valor. Él es nuestro valor. Cristo es el que nos sorprende con los ritmos fáciles y gratuitos de la gracia que son posibles a través de la cruz. Él es el que habilita una vida de gracia, una vida que busca confiar cada vez más plenamente en el Padre que llama a sus dos hijos a casa. Como Capon escribió:

Confía en Él. Y cuando hayas hecho esto, estarás viviendo la vida de la gracia. No importa lo que te pase en el transcurso de esa confianza —no importa cuántas dudas, vicios, indisposiciones, y lloriqueos malcriados pueda causarte— simplemente cree que Alguien, por su muerte y resurrección, ha hecho todo bueno, y solo dile gracias y nada más. Todo el repertorio de obras buenas viejas que has hecho (lo cual es lo único que puedes ofrecer) es simplemente tu muerte; tu vida es Jesús.

Soy mas inconstante de lo que pueda pensar. Soy un hijo de la gracia. Yo no me pertenezco a mí mismo.

Soy de Él.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Stephanie Gonzalez.
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