Antes de tener hijos, mi cónyuge y yo dábamos por sentado que nuestros hijos irían a la escuela pública igual que nosotros. En los lugares donde crecimos, casi todo el mundo —incluso en nuestras iglesias— iba a la escuela pública. Pero cuando nuestro hijo mayor estaba a punto de entrar en el preescolar, la educación de los hijos se había convertido en un tema candente en círculos cristianos.
En ese momento, nuestra iglesia tenía tres pastores. Uno enviaba a sus hijos a la escuela pública, otro a una escuela cristiana privada, y los hijos del tercer pastor recibían educación en casa. Teníamos claro que la educación es un área de libertad cristiana, pero no teníamos claro qué debíamos hacer.
Lo que intentamos
Estudiamos las Escrituras, oramos al respecto, leímos libros como Perspectives on Your Child’s Education [Perspectivas sobre la educación de los hijos] y hablamos con padres mayores de nuestra iglesia que eligieron diferentes opciones de escuelas. ¿Mencioné que había enseñado tanto en escuelas públicas como en privadas cristianas? Seguramente mi experiencia serviría de algo. Pero al final, seguíamos sin tener una convicción clara sobre cómo educar a nuestros hijos.
Así que intentamos aplicar principios sabios de toma de decisiones y nos decidimos por una escuela pública para la inmersión lingüística en español. Pero al cabo de un par de años, el COVID llegó y todo cambió en nuestra experiencia escolar. Ante los nuevos retos, decidimos educar a nuestros hijos en casa mientras considerábamos nuestras opciones.
Después de un maravilloso año de educación en casa, inscribimos a nuestros dos hijos mayores en una escuela cristiana privada donde su hermano menor se unirá a ellos el próximo año. Si el Señor quiere, nuestros hijos continuarán allí hasta la secundaria. Pero si nuestro viaje escolar hasta ahora nos ha enseñado algo, es que podemos investigar y planear, pero el Señor establece nuestros pasos (Pr 16:9).
Lo que he aprendido
No sé cómo será finalmente nuestra experiencia escolar, pero aquí van algunas cosas que estoy aprendiendo en el camino.
1. La escuela no es una decisión correcta o incorrecta.
Cuando inicialmente consideramos las opciones de escuela, sentimos la presión de tomar la decisión «correcta» para que nuestros hijos estuvieran bien educados y preparados para el éxito profesional, asegurándonos al mismo tiempo de que la cosmovisión cristiana que estamos tratando de inculcar no se corrompiera. Sin mencionar que los niños necesitan oportunidades sanas para socializar, acceso al deporte y las artes, y suficiente integración de la tecnología para que puedan mantenerse al día en la fuerza de trabajo moderna, pero no tanto tiempo frente a la pantalla para que sus cerebros no se vuelvan papilla. Parecía que si tomábamos la decisión «equivocada» perjudicaríamos a nuestros hijos de por vida, tanto en la vida terrenal como en la eterna.
No existe un entorno escolar perfecto, así que podemos liberarnos de la presión. Dios es soberano sobre la vida de nuestros hijos
Por supuesto, decidir cómo educar a nuestros hijos es una responsabilidad que los padres debemos considerar cuidadosamente. Pero debemos recordar que es un área de sabiduría y convicción, no de «correcto» o «incorrecto». Como nuestra familia ha descubierto probando casi todo, no existe un entorno escolar perfecto, así que podemos liberarnos de la presión. Dios es soberano sobre la vida de nuestros hijos y Él obra todas las cosas para su bien, sin importar a qué escuela vayan. Podemos pedir al Señor que nos dé sabiduría y luego tomar una decisión. Y si nuestra decisión es diferente de la de otra familia cristiana, no significa que uno de nosotros tenga razón y que el otro esté equivocado.
2. La escuela no es necesariamente una decisión de una sola vez y para siempre.
Mirando atrás, parte de la razón por la que la elección de escuela me parecía tan importante era que la veía como una decisión de una sola vez. Parecía que una vez que habíamos puesto a nuestro hijo mayor en un camino educativo, el curso estaba trazado para todos nuestros hijos para toda su educación desde el jardín de infancia hasta el último año de secundaria. Sin duda, puede ser ventajoso para los niños empezar en un tipo de escuela y ser consistentes hasta el final. Pero no tiene por qué ser así. La razón por la que la elección de escuela es una elección es porque tenemos la bendición de múltiples opciones. Además, como descubrió nuestra familia, hay flexibilidad para reevaluar y tomar una decisión diferente sobre la marcha.
Por mucho que investiguemos y planifiquemos la escuela, hay factores que siguen siendo desconocidos. Puede que descubramos que uno de nuestros hijos tiene necesidades educativas especiales que no pueden ser atendidas en el centro que habíamos elegido en un principio. Los problemas de salud de un padre o de un hijo pueden hacer inviable la educación en casa. Los cambios en el liderazgo de un centro educativo o en su filosofía pueden plantear nuevos problemas. Así que tomamos la mejor decisión que podemos en el momento y confiamos en que el Señor proveerá si necesitamos hacer un cambio más adelante.
3. La escuela no es una decisión enteramente nuestra.
Cuando mi cónyuge y yo tomamos nuestra primera decisión sobre la escuela, pronto nos dimos cuenta de que la elección de escuela no depende totalmente de los padres. Nuestras opciones pueden verse limitadas por diversos factores que escapan a nuestro control. Puede que queramos enviar a nuestros hijos a una escuela pública, pero si las de nuestra zona son físicamente inseguras o filosóficamente poco sólidas, puede que no sea una opción viable. O puede que prefiramos la escuela privada, pero si no podemos pagar la matrícula o no aceptan a nuestros hijos en la escuela que queremos, tendremos que elegir otra opción.
El lugar al que enviemos a nuestros hijos a la escuela no determinará dónde pasarán la eternidad
El lugar donde vivimos, las necesidades de nuestros hijos, nuestros recursos económicos y nuestras propias capacidades limitan nuestra elección. Pero eso no es necesariamente malo. Dios ha ordenado providencialmente todos estos aspectos de nuestras vidas y puede utilizar esos mismos límites para guiar nuestra toma de decisiones. Si nos damos cuenta de que la opción que queremos no está a nuestro alcance, podemos recibir esto como de parte del Señor y confiar en Su cuidado soberano.
4. La escuela no es una decisión salvadora.
Como padres cristianos, la elección de escuela no se trata solo de preparar a nuestros hijos para que ingresen a una universidad de primer nivel o para que sean buenos en sus actividades extracurriculares. Uno de nuestros deseos más profundos es que nuestros hijos amen y sirvan al Señor. Por lo tanto, debemos considerar correctamente cómo los diversos entornos e influencias apoyarán o desafiarán la cosmovisión bíblica que estamos tratando de transmitirles.
Pero si no somos cuidadosos, podemos dar demasiada importancia a esas influencias. Cada vez que hemos reevaluado nuestra elección de escuela, he tenido que recordarme a mí misma que el lugar al que enviemos a nuestros hijos a la escuela no determinará dónde pasarán la eternidad. La escuela cristiana no salvará a nuestros hijos. La educación en casa no salvará a nuestros hijos. La escuela pública no separará a nuestros hijos del amor de Dios. «La salvación es del SEÑOR» (Sal 3:8), y Él escogió a Su pueblo antes de la fundación del mundo (Ef 1:4). Él está salvando a personas de toda tribu, lengua, nación —y escuela. Que nuestros hijos caminen con el Señor es, en última instancia, Su elección, no la nuestra.
Nuestro hijo mayor está a punto de terminar tercero de primaria y ya ha ido a tres tipos de escuela diferentes. Muy pocas cosas de nuestro viaje escolar han salido como habíamos planeado. A veces miro hacia atrás y desearía que hubiéramos elegido la escuela cristiana a la que nuestros hijos asisten ahora desde el principio. Pero si lo hubiéramos hecho, habríamos perdido la oportunidad de experimentar la bondad y la provisión del Señor para nuestra familia a través de todos los giros y vueltas. Hemos aprendido mucho al navegar por la elección de la escuela: sobre la educación, sobre nuestros hijos y sobre el Señor que es soberano sobre todo.