No hay un mar más grande que el de los deseos humanos. Moby Dick, la novela clásica de Herman Melville publicada en 1851, nos obliga a navegar las vastas y peligrosas aguas de nuestras más inalcanzables ambiciones. ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Vale la pena seguir persiguiendo eso que anhelamos?
En Moby Dick vemos la trama a través de los ojos de Ishmael, un navegante solitario que busca encontrarle sentido a su existencia. Para escapar de la monotonía de la vida, va a la isla de Nantucket y se une al barco ballenero llamado Pequod, con la ilusión de vivir una gran expedición en el océano. Este individuo poético, curioso y observador lleva al lector a lo largo de una amplia narración en la que hay espacio para reflexionar sobre la sociedad, la economía, la política, la filosofía y mucho más.
Pero mientras Ishmael busca un sentido para su vida, Ahab, el capitán del Pequod, es un hombre que solo vive para cumplir un propósito: cazar a la ballena blanca Moby Dick, un animal mitológico y casi divino que en el pasado le quitó una de sus piernas. Si Ishmael es el retrato de una vida sin sentido, Ahab es la imagen de una vida con un sentido incorrecto; es la imagen de la idolatría.
Con eso en mente, te invito a reflexionar en esta pregunta: ¿Qué puede llegar a abandonar un hombre para conseguir sus más grandes aspiraciones? Las siguientes son tres respuestas reflejadas en el personaje Ahab.
1. La idolatría abandona el propósito de la vida
En el capítulo 109 de la obra,1 Starbuck, el primer oficial del barco y el segundo al mando, le pide a Ahab que detenga de inmediato la navegación para solucionar una filtración en unos barriles de aceite que transportaban. Su argumento es que un barco ballenero como el Pequod existe para cazar ballenas, obtener todo el aceite posible y venderlo una vez se llegue a tierra. Pero Ahab responde negativamente a la petición de Starbuck, diciendo que estaban muy cerca de alcanzar a Moby Dick y que no valía la pena perder el tiempo preocupándose por unos viejos barriles.
Starbuck, consternado por la actitud del capitán, le pregunta con razón: «¿Qué dirán los propietarios, capitán?». Aunque Ahab tenía el mando del Pequod, eran los inversionistas y los compradores del aceite quienes sostenían el negocio. Sin embargo, la respuesta del capitán es irreverente y osada:
Que los propietarios se pongan en la playa de Nantucket a gritar más que los tifones. ¿Qué le importa a Ahab? ¿Propietarios, propietarios? Siempre me estás fastidiando, Starbuck, con esos tacaños de propietarios, como si los propietarios fueran mi conciencia. Pero mira, el único propietario verdadero de algo es su jefe; y escucha, mi conciencia está en la quilla de este barco (p. 650).
En otras palabras, Ahab estaba dispuesto a abandonar la venta de aceite de ballenas con tal de cazar a Moby Dick, yendo en contra de sus órdenes y de la misma razón de la existencia de su barco ballenero.
Cuando nuestras ambiciones personales son un obstáculo para amar a Dios, vivir en santidad y trabajar en el avance de Su reino, se evidencia que estamos viviendo en idolatría
Hablando sobre los siervos fieles y los infieles, Jesús dice: «aquel siervo que sabía la voluntad de su señor, y que no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes» (Lc 12:47). La idolatría del ser humano se evidencia cuando se niega a hacer aquello para lo cual fue diseñado, desobedeciendo expresamente la voluntad de su Amo. Cuando nuestras ambiciones personales —ya sean de tipo económico, familiar, profesional o cualquier otro— son un obstáculo para cumplir con nuestra razón para existir, que es amar a Dios, vivir en santidad y trabajar en el avance de Su reino, entonces se evidencia que estamos viviendo en idolatría.
2. La idolatría abandona a las demás personas
En el capítulo 128 ocurre el famoso encuentro entre los barcos Pequod y Raquel. Gardiner, el capitán del Raquel, pide a Ahab que tuviera misericordia de él y le alquilara su nave y tripulación para encontrar a su hijo que estaba perdido en el mar. El día anterior, mientras cazaban ballenas, se habían topado sin intención con Moby Dick y perdieron una de sus lanchas con su hijo adentro. «No me iré —dijo el visitante— hasta que me diga que sí. Haga conmigo como querría que yo hiciera con usted en caso semejante. Pues usted también tiene un hijo, capitán Ahab» (p. 726).
Pero Ahab, sabiendo que Moby Dick estaba a tan solo un día de distancia, le responde: «capitán Gardiner, no lo haré. Ahora mismo, pierdo tiempo. Adiós, adiós. Dios le proteja, hombre, y ojalá me perdone a mí, pero me tengo que ir» (p. 726). A esta horrible falta de misericordia, se suma la actitud utilitaria que Ahab tiene hacia su propia tripulación a lo largo de la novela, pues demuestra que estaría dispuesto a sacrificar a todos sus hombres con tal de vengarse de Moby Dick.
La idolatría se caracteriza por un interés centrado en nosotros mismos, el cual nos lleva a sacrificar a los demás por amor a nuestros propósitos y ambiciones
La actitud de Cristo es completamente contraria a la de Ahab y los cristianos estamos llamados a seguir Su ejemplo: «No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás» (Fil 2:3-4). La idolatría se caracteriza por un interés centrado en nosotros mismos, el cual nos lleva a sacrificar a los demás por amor a nuestros propósitos y ambiciones.
3. La idolatría abandona la vida en vano
En uno de los últimos capítulos del libro, a mitad de la batalla de tres días con Moby Dick, Starbuck le grita a Ahab con desespero:
…jamás la capturarás, viejo. En nombre de Jesús, basta de esto: es peor que la locura del diablo. Dos días persiguiendo, dos veces desfondado en astillas […]. ¿Hemos de seguir persiguiendo a ese pez asesino hasta que hunda al último hombre? ¿Nos ha de arrastrar al fondo del mar? ¿Nos ha de arrastrar al fondo del mar? ¿Nos ha de remolcar hasta el mundo infernal? (p. 765)
Pero Ahab seguía adelante con su empresa suicida. La ballena Moby Dick lo había derrotado en el pasado y había acabado con todos aquellos que se le habían enfrentado. Este antiguo animal mitológico era conocido por ser «inmortal» y por tener un aspecto terrorífico (p. 268). Si tal era el peligro, ¿por qué Ahab continúa con su propósito de venganza?
Así se ve la idolatría: una pérdida de la vida sin sentido alguno. Pero, mientras que la idolatría nos lleva a gastar nuestros días sin propósito, seguir a Cristo nos lleva, al final, a ganar la vida. Jesús nos enseña a que perdamos la vida por causa de Él con el objetivo de ganar una gran recompensa (Mt 16:24-28).
Esperanza en el evangelio
Entre Ahab y Moby Dick, el primero parece proceder de una forma mucho más animal. Starbuck, la voz más racional a lo largo de la novela, explica bien el proceder del obstinado capitán: «¡Venganza contra un animal estúpido —gritó Starbuck—, que le golpeó simplemente por su instinto más ciego! ¡Locura! Irritarse contra una cosa estúpida, capitán Ahab, parece algo blasfemo» (p. 246). De manera similar, y como Nabucodonosor convertido en bestia (Dn 4), todos parecemos animales cuando perseguimos nuestros ídolos. No obstante, en el evangelio hay esperanza:
Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Ro 8:2-4).