Dios hizo que nuestros corazones ardieran por Él en Cristo. Aunque nuestros afectos suben y bajan, y nuestro celo es más ardiente en algunos días que en otros, la frialdad no es la herencia del cristiano. Somos los que caminamos por el camino de Emaús; nuestras almas arden cuando Cristo, una y otra vez, abre las Escrituras que hablan de Él (Lc 24:32). Pertenecemos a la confraternidad de corazones ardientes.
Sin embargo, también sabemos lo que se siente cuando el fuego se apaga, cuando la frialdad se asienta sobre un corazón que una vez estuvo en llamas. Algunos de nosotros nos sentimos así la mayoría de las mañanas. Como fogatas desatendidas, nuestros corazones se enfrían durante la noche. Nos despertamos en cenizas, necesitados de que el Espíritu vuelva a soplar sobre nosotros.
¿Qué hacemos cuando nuestro corazón se enfría? Muchos cristianos de la antigüedad, siendo ellos mismos lámparas encendidas y ardientes, nos aconsejarían no solo leer la Palabra de Dios, no solo orar la Palabra de Dios, sino también reducir la velocidad, respirar profundo y meditar en la Palabra de Dios.
¿Qué es la meditación?
Las formas comunes de meditación de hoy requieren que las personas se sienten o se arrodillen durante un tiempo determinado, prestando atención a inhalar y exhalar. La mente está involucrada, pero no activa de alguna manera en específico. Sin embargo, la meditación bíblica requiere pensamiento y sentimiento, más que postura y respiración. Aún más importante, la meditación bíblica no se centra en nuestra respiración sino en la de Dios: nos entregamos, con una reflexión rigurosa, a su Palabra exhalada, hasta que nuestros corazones comienzan a calentarse.
Tim Keller, resumiendo a John Owen, ofrece una descripción concisa y útil de la meditación:
«La meditación es procesar una verdad y luego aplicar esa verdad hasta que sus ideas lleguen a ser “grandes” y “dulces”, conmovedoras, y hasta que la realidad de Dios se sienta en el corazón» (La oración, pág.154).
La descripción de Keller encuentra una expresión clásica en el Salmo 1, el pasaje de las Escrituras por excelencia sobre la meditación. Aquí, el salmista procesa la verdad, llenando su mente con «la ley del Señor» en lugar de «el consejo de los impíos» (Sal 1:1-2). Piensa y piensa, en momentos específicos y también «de día y de noche» (Sal 1:2), y concentra sus energías en comprender la verdad revelada de Dios.
También aplica la verdad, haciéndola muy personal en su alma hasta que las Escrituras se convierten en la savia que corre por cada miembro (Sal 1:3). Él no solo comprende la Palabra de Dios, sino que la disfruta: «en la ley del Señor está su deleite» (Sal 1:2). La verdad se ha vuelto grande y dulce para Él, desplazando los placeres alternativos que lo amenazan por todos lados (Sal 1:1).
Finalmente, habiendo procesado la verdad en su mente y aplicándola en su corazón, la verdad se manifiesta en su vida, colocándolo en un camino de prosperidad espiritual que es el preludio de un día del juicio feliz (Sal 1:4-6). No es de extrañar que sea «bienaventurado» (Sal 1:1), feliz en extremo en el Dios que habla palabras tan maravillosas.
¿Por qué meditar?
El Salmo 1 ya nos ha dado varias razones para meditar: la meditación calienta y deleita nuestro corazón (Sal 1:2). La meditación nos protege del destino de los impíos (Sal 1:1, 5). La meditación nos hace fuertes y fructíferos como árboles alimentados por ríos (Sal 1:3). El primer versículo del próximo salmo, sin embargo, ofrece otra razón de peso.
La meditación bíblica requiere pensamiento y sentimiento, más que postura y respiración
El Salmo 2, que registra la furia inútil de los incrédulos contra el rey ungido de Dios, comienza: «¿Por qué se sublevan las naciones, y los pueblos traman cosas vanas?» (Sal 2:1). Como observa Derek Kidner, es sorprendente que la palabra hebrea para tramar aquí es la misma que para meditar en el Salmo 1:2. El hombre bienaventurado medita; también lo hacen las naciones impías y todos los demás. Nosotros meditaremos de una forma u otra. Si no lo hacemos basados en las palabras de Dios, entonces tomaremos las palabras suministradas por nuestra carne, el mundo o el diablo.
En un mundo como el nuestro, la meditación piadosa es una forma de resistencia, una recuperación y renovación de una mente que una vez se rebeló contra Dios. Kidner escribe sobre el Salmo 1: «En el versículo 1, la mente fue el primer bastión a defender y es tratada como la clave del hombre completo… Todo lo que realmente moldea el pensamiento de un hombre moldea su vida» (Salmos 1–72). En otras palabras: cautiva la mente, cautiva al hombre.
¿Cómo meditamos?
Entonces, ¿cómo podemos meditar en la práctica? ¿Qué pasos podríamos tomar, con la ayuda de Dios, para procesar su verdad y aplicarla de tal manera que estemos formados por las palabras de Dios en lugar de las palabras del hombre?
Considera el siguiente abordaje sencillo: prepara tu mente y corazón, haz una pausa y medita, hazlo personal. A estos también pudiéramos agregar la breve (pero necesaria) introducción de elegir un lugar y una hora, como parte de tu lectura diaria de la Biblia. Aunque la meditación no es solamente un acto separado, sino que es un estilo de vida («día y noche»), el estilo de vida se desarrolla a partir de momentos ininterrumpidos regulares (incluso diarios) de meditación enfocada. Algunos pueden encontrar que estos momentos son escasos, pero aquellos que hacen los sacrificios necesarios, aun durante breves períodos de meditación, encontrarán beneficios más que suficientes para compensar sus pérdidas.
Después de haber elegido nuestro lugar y nuestro horario, estamos listos para preparar nuestras mentes y corazones.
1. Prepara tu mente y corazón
John Owen describe una experiencia familiar en la meditación: «Comencé por pensar en Dios, en su amor y gracia en Cristo Jesús, en mi deber para con Él; y en unos minutos, ¿dónde me encuentro ahora? Llegué hasta los confines de la tierra» (Works of John Owen, Vol. 7). Las meditaciones sobre el amor de Dios pueden convertirse de manera rápida en meditaciones sobre el almuerzo, las tareas del hogar o los correos electrónicos. Entonces, parte de nuestra preparación es esperar dificultades.
La meditación requiere resolución espiritual, del tipo que dice: «Meditaré en Tus preceptos, y consideraré Tus caminos» (Sal 119:15). El salmista fijó los ojos de su mente en la Palabra de Dios, negándose a mirar objetos brillantes en la periferia. Capturó su atención, trancó las puertas contra las distracciones y expulsó pensamientos intrusos. Cuando descubrió que su mente divagaba, su mirada se iba, no se rindió ni se dio la vuelta, sino que aprisionó al vagabundo y reajustó su mirada.
Los meditadores maduros aprenden a no desmayar ante la primera tentación de distracción (o en la décima)
Más que eso, él oró. Las experiencias pasadas y presentes revelaron su insuficiencia para la meditación. Así que suplicó: «Abre mis ojos», «Vivifícame», «Hazme entender», «Concédeme», «Ensancharás mi corazón», «Hazme andar», «Inclina mi corazón», «Aparta mis ojos», y así sucesivamente (Sal 119:18, 25, 27, 29, 32, 35-37). Aquellos que intentan la meditación sin oración rechazan no solo la armadura de Saúl, sino también la honda de David: desarmados, luchan solos contra el Goliat de la distracción.
Los meditadores maduros aprenden a no desmayar ante la primera tentación de distracción (o en la décima) y también aprenden a no depender solo en su determinación.
2. Haz una pausa y reflexiona
La meditación y la lectura de la Biblia no son la misma actividad. Si la lectura de la Biblia nos pone bajo las estrellas, la meditación coloca nuestro ojo en el telescopio y nos invita a estudiar a Orión o Sirius. La meditación comienza cuando nos detenemos sobre una gloria en particular y empezamos a reflexionar. Quizás la gloria nos detuvo justo en medio de nuestra lectura de la Biblia, o quizás volvamos a ella una vez que hayamos terminado un pasaje; de cualquier manera, comenzamos a procesar la gloria específica: a buscar, examinar, observar, comprender.
Procesar una verdad puede tomar varias formas. Si acabamos de terminar el Salmo 1 y queremos meditar en la primera parte del versículo 2 («En la ley del Señor está su deleite»), pudiéramos, por ejemplo, escribir el versículo lentamente. Quizás pudiéramos leer el versículo varias veces, cada vez enfatizando una palabra diferente: «En la ley del Señor está su deleite», «En la ley del Señor está su deleite…». También pudiéramos obligarnos a hacer preguntas: ¿Cómo se relaciona «la ley del Señor» con «el consejo de los impíos» en el versículo 1? ¿Por qué dice el salmista que se deleita en la ley del Señor más que en el Señor mismo?
No tengas miedo de hablar en voz alta. La palabra para meditar conlleva la idea de hablar; esta es la razón por la cual los traductores a veces la traducen como hablar, proferir o murmurar (Sal 35:28; 37:30; Is 8:19). Por eso también Dios le dice a Josué: «Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche» (Jos 1:8). Así que también trata de hablar la Palabra de Dios, la cual puede ayudarte a enfocar tu atención.
3. Hazlo muy personal
Algunos pueden sentirse tentados a detenerse aquí. Pero procesar una verdad es solo una parte de la meditación, porque un corazón que comprende la Palabra de Dios puede que todavía se sienta frío ante ella; puede experimentar luz, pero sin calor. Entonces, después de procesar una verdad, la aplicamos, haciéndola personal en nuestros corazones.
«Predicarse a sí mismo» ya puede sonarte como una aplicación muy gastada. Pero a pesar de nuestra familiaridad con la idea, me pregunto si la práctica se ha probado lo suficiente, o si se ha intentado por poco tiempo y luego se ha dejado a un lado. De cualquier manera, uno de los métodos más poderosos de hacer la verdad de Dios algo personal es proclamándola hasta entenderla. Como escribe Richard Baxter: «Imitar al predicador más poderoso que ha escuchado» (En pos de los puritanos y su piedad).
La meditación no es solo para cristianos ardientes y llenos de celo, sino también para aquellos que saben que no lo son
¿Con qué frecuencia te paras en el púlpito de tu alma durante tus devocionales? ¿Con qué frecuencia tomas una verdad en la mano y desempeñas el papel de profeta o salmista, no para otra persona sino para ti mismo? ¿Con qué frecuencia reprendes tu incredulidad, declaras la verdad firme de Dios a tus sentimientos fluctuantes y te esfuerzas por predicar fuego a tu corazón frío?
«Meditaré»
La meditación no es solo para cristianos ardientes y llenos de celo, sino también para aquellos que saben que no lo son. La meditación es para aquellos que, como el autor del Salmo 119, pueden decir: «Me he descarriado como oveja perdida» (Sal 119:176), ya sea por un día, una semana o un mes.
El mismo salmista propenso a divagar le dice cuatro veces a Dios y a sí mismo: «Meditaré» (Sal 119:15, 27, 48, 78). Meditaré porque sé que mi corazón necesita calor. Meditaré porque sé que me desvío con facilidad. Meditaré porque necesito ver su gloria. Meditaré porque solo Él puede reavivar mi deleite.
Bienaventurados —¡felices!— son aquellos que dicen lo mismo (Sal 1:1-2).