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Definición

La teología luterana se entiende mejor a partir de los escritos del propio Martín Lutero, también de los aportes de Felipe Melanchthon y un grupo de sus alumnos en El libro de la concordia (1580); las características de la teología luterana incluyen el énfasis en la gracia soberana de Dios y la omnipotencia absoluta, una distinción entre la ley (mandato) y el evangelio (promesa) en la Palabra de Dios, una teología de la justificación centrada en Cristo y una definición de la fe que va más allá de la simple fe histórica.

Sumario

La teología de Lutero, aunque desde el siglo XVI ha tomado muchas direcciones diferentes, se entiende mejor a partir de los escritos del propio Lutero, Felipe Melanchthon y un grupo de sus alumnos en El libro de la concordia (1580). El desarrollo de la propia teología de Lutero estuvo influenciado tanto por sus instructores ockhamistas como por Agustín de Hipona. Continuó con sus respectivos énfasis en la omnipotencia de Dios y la soberanía de la gracia de Dios. La Palabra de Dios, y la distinción luterana entre la ley y el evangelio, fueron también fundamentales para la teología de Lutero sobre la iglesia y la vida cristiana. La promesa de salvación de Dios en el evangelio se basaba totalmente en la persona de Jesucristo y en la naturaleza de la fe cristiana; para Lutero, la fe no era simplemente un acuerdo con los hechos históricos, sino una confianza que define a la persona humana en su totalidad y recibe la justicia gratuita de Cristo. La vida cristiana de obediencia fluye de la convicción de que uno es hecho justo por el pronunciamiento de Dios de que la justicia de Cristo es ahora suya. Lutero también enfatizó mucho el papel de la iglesia en la vida cristiana y el papel de la Palabra y los sacramentos dentro de esa iglesia.

La teología, tal como la practican los que se declaran luteranos, ha adoptado muchas formas al interactuar con la cultura europea y con las muchas otras culturas en las que surgieron iglesias luteranas en todo el mundo. En el siglo XVII, los teólogos luteranos «ortodoxos» se apartaron de la práctica de Lutero; se ajustaron a los modelos escolásticos que permitían el intercambio teológico a través de las líneas confesionales. La piedad popular de esa época se apropió de ciertas formas medievales, utilizando la alegoría en la predicación y adaptando otros énfasis espirituales de Johannes Tauler y otros. En la Ilustración, algunos teólogos alemanes y nórdicos adoptaron a Lutero como símbolo del discurso racional y la libertad personal, pero sus obras fueron poco leídas y tuvieron escasa o nula repercusión en la discusión teológica. En el siglo XIX, el romanticismo fomentó un resurgimiento del pensamiento luterano primitivo, mientras que los esfuerzos positivistas contemporáneos por construir el reino de Dios en la tierra volvieron a utilizar a Lutero como poco más que un símbolo. En los siglos XX y XXI, los pensadores luteranos han utilizado a Lutero para promover la teología dalit en la India y la teología del dolor de Dios en Japón (Kazoh Kitamori [1916-1998]). Sin embargo, la teología luterana se entiende mejor a partir de los escritos del propio Lutero y de los documentos redactados por él, Felipe Melanchthon y un grupo de sus alumnos en El libro de la concordia (1580).

Fuentes de la teología de Lutero

La teología de Lutero experimentó un proceso de desarrollo desde el comienzo de sus estudios teológicos (1508/1509) hasta aproximadamente 1520/1521, anclado en su reconocimiento de que una visión bíblica de la realidad se basa en las relaciones, en particular la relación del Creador con todas las criaturas, como algo fundamental para entender la vida humana. Lutero expuso una visión intensamente personal de Dios como Creador, que creó todo lo que existe ex nihilo (de la nada) al hablar (Gn 1). Dios es un Dios de diálogo y comunidad, que hizo a sus criaturas humanas a su imagen y semejanza y desea tener comunión con ellas. Lutero absorbió la insistencia de Agustín en la gracia incondicional e inmerecida de Dios unos años después, reflejando su creencia de origen ockhamista de que la omnipotencia de Dios es absoluta. Esta gracia no era un habitus como en la teología escolástica, sino una actitud de Dios de favor, amor firme y misericordia.

Lutero sobre el pecado

Lutero a menudo se apropió de la terminología escolástica medieval y luego profundizó en sus definiciones de términos. Su propia experiencia de incapacidad para cumplir la ley de Dios a la perfección había creado su percepción de la pecaminosidad personal. Le llevó a definir el pecado original no solo como la alienación heredada de Dios transmitida desde Adán y Eva, sino también como la razón por la que el pueblo elegido por Dios sigue pecando después de que este le devuelva la relación establecida por su promesa en el bautismo. La duda de la Palabra de Dios y el consiguiente desafío a su señorío constituyeron el pecado original en el Edén y la fuente de las desviaciones de la obediencia a su ley en la vida cotidiana. Esta comprensión radical del pecado como todo lo que se deriva de no «temer, amar y confiar en Dios sobre todas las cosas» (la explicación de Lutero del primer mandamiento en su Catecismo Menor [1529]) apoyaba su enseñanza de la dependencia absoluta de los pecadores a la gracia gratuita de Dios.

Lutero sobre las Escrituras

Dios se dirige a los pecadores por medio de su Palabra, ya que revela quién es Él y cuál es su voluntad para la humanidad en la Sagrada Escritura. Lutero creía que el Espíritu Santo estaba presente con los autores proféticos y apostólicos de la Biblia cuando escribieron la Palabra de Dios y que está presente con los cristianos cuando leen y utilizan las Escrituras en todas las épocas posteriores. Dios habla a su pueblo de dos maneras distintas: mandato y promesa, o ley y evangelio. La distinción de estos dos modos —el primero, establece la voluntad de Dios sobre lo que los seres humanos deben hacer, su diseño para la vida humana; el segundo, que establece las acciones de Dios en Jesucristo a favor de los pecadores— sirvió a Lutero, a su colega Felipe Melanchthon (quien enfatizó particularmente el uso de la distinción en la predicación y la enseñanza) y a sus seguidores, como una clave hermenéutica para la correcta comprensión y aplicación de la Palabra de Dios.

Los mandatos de Dios ayudan a preservar el orden social, aunque al hacerlo —señaló Lutero— pueden provocar una rebelión más profunda en quienes sienten una amenaza contra sus ídolos y puede animar a la gente a confiar en sus obras para justificarse a los ojos de Dios en lugar de limitarse a servir al prójimo. El «uso de la ley» más importante (un término que Lutero no empleó extensamente) es el que aplasta las pretensiones pecaminosas y deja claro a los pecadores que están bajo el juicio de Dios. En esta capacidad, llama a los creyentes al arrepentimiento. Lutero no habló de un tercer uso de la ley, pero sí la utilizó para instruir a los arrepentidos que buscaban orientación para tomar decisiones que agradaran a Dios.

Lutero sobre la salvación

La promesa de salvación de Dios y de escapar del pecado se basa únicamente en la obra de Cristo. Lutero predicó toda la historia de la obra salvadora de Cristo, desde la encarnación, pasando por su vida de enseñanza y realización de milagros en perfecta obediencia a la ley divina, hasta su sufrimiento, muerte y resurrección, y más allá, hasta su ascensión y su prometido regreso al final de los tiempos. Al hablar de la expiación de Cristo y de la consiguiente justificación de los pecadores, el reformador hizo hincapié en su muerte para quitar el pecado y en su resurrección para restaurar la justicia (Ro 4:25). Su proclamación de la muerte y resurrección de Cristo adoptó diversas formas. Ciertamente, vio la muerte de Cristo como una satisfacción vicaria de la demanda de la ley de Dios por la muerte del pecador (Ro 6:23). Cristo ocupó el lugar de los pecadores y sufrió la condena a muerte que ellos merecían. Sus sermones y conferencias también contienen muchas referencias a la re-creación que los creyentes experimentan con la palabra de perdón, los hace renacer como miembros de la familia de Dios, reconciliados con el Padre por medio de Cristo (2 Co 5:17). Su tratado más importante sobre la justificación lleva el título de Sobre la libertad del cristiano (1520); anticipa el enfoque de su explicación del segundo artículo del Credo de los apóstoles sobre la liberación por parte de Cristo de los pecadores del cautiverio del diablo, del mundo y de sus propios deseos egocéntricos mediante su resurrección. El perdón, el nuevo nacimiento y la liberación por parte de Cristo convierten a los creyentes en su propio pueblo, dedicado a vivir con Él y para Él.

Justificación

La palabra justificadora de Dios, el perdón, afecta a la realidad de la existencia e identidad del pecador. Esa palabra es más de lo que lo que los lingüistas modernos describen como «discurso performativo». Es la Palabra creadora que dio forma al universo, y que ahora invade el reino de Satanás para reclamar y rehacer a los que dudan y le desafían para convertirlos en hijos confiados. Por lo tanto, la comprensión de Lutero de la justificación «forense» no funciona como una ficción legal, considerando a los pecadores «como si» fueran justos. La consideración o forma de ver las cosas de Dios imputa (da cuenta, acredita; Ro 4:3, 6) su juicio divino sobre los pecadores; el hecho de que los declare justos los hace verdadera y realmente justos porque su Palabra determina lo que es real.

Fe

Los pecadores llegan a ser justos a los ojos de Dios por medio de la fe, que Lutero definió como algo distinto de la fe «histórica» (fides) de la teología medieval, que consideraba la fe como el reconocimiento de la veracidad del relato del sacrificio de Cristo por la humanidad, aunque la engloba. De Erasmo y Melanchthon, Lutero aprendió que la palabra «fe» (gr. pistis) de Pablo iba más allá, aunque ciertamente incluía, esa fe histórica; es la confianza (fiducia) que constituye la persona y la personalidad humanas. La confianza, escribió en su Gran catecismo, establece y mantiene la relación entre Dios y las criaturas humanas; está más allá de la capacidad humana pecaminosa y es creada en los corazones y mentes humanas por el Espíritu Santo, actuando por medio de las formas orales, escritas y sacramentales del mensaje evangélico de la obra de Cristo. A partir de sus presupuestos como alumno de instructores de influencia ockhamista, Lutero no dudó en creer que Dios puede ejercer realmente su poder por medio de la proclamación del evangelio (Ro 1:17) y que su Palabra efectúa su voluntad salvadora (Is 55:11). Por lo tanto, consideraba que la promesa de Dios en las Escrituras, la proclamación del mensaje bíblico y el otorgamiento de la promesa en relación con los signos externos en los sacramentos, eran las herramientas del Espíritu Santo para crear y mantener la confianza en Cristo que otorga la justicia.

Justicia

La confianza es la expresión humana del núcleo de la justicia a los ojos de Dios, porque cree y se apoya en la promesa del perdón, la liberación y la recreación sobre la base de la muerte y la resurrección de Cristo. El pronunciamiento de Dios de que una persona es justa convence a los creyentes de que son justos, y por ello se esfuerzan por actuar con rectitud. Lutero distinguió dos «clases» de justicia, considerando que la forma «correcta» de ser humano tiene dos aspectos o vertientes. Denominó a la justicia central o fundacional, es decir, a la vista de Dios, «justicia de fuera de nosotros» (iustitia aliena) y más tarde «justicia pasiva» (iustitia passiva). Esta justicia constituye la identidad central del creyente como hijo de Dios, inmerecida y otorgada solo por su gracia mediante la fe en Cristo. Esa justicia produce entonces «nuestra propia justicia» (iustitia propria) o justicia activa (iustitia activa). Expresado en términos de las tesis centrales avanzadas en la obra Sobre la libertad del cristiano, los cristianos son señores de todos los males porque Cristo ha vencido esos males en su nombre, y son los servidores de las personas, vinculados y atados a la comunidad de la humanidad por el mandato de Dios de servir y amar al prójimo.

Lutero sobre la vida cristiana

La concepción de Lutero sobre la vida cristiana se centraba en estar motivado por la confianza en Cristo y su pronunciamiento de justicia que produce la voluntad de servir a Dios y a los demás. Creía que la toma de decisiones de los cristianos debía estar guiada por los mandatos de Dios y sus llamados a puestos y funciones dentro de las estructuras de la sociedad. Transformó el término medieval «vocación» de la designación de la colocación por parte de Dios de aquellos en el servicio religioso —sacerdotes, monjes, monjas— en sus asignaciones divinas a un término que especifica el origen del servicio de todos los cristianos en los roles y actividades de la vida en los «estados» medievales: el hogar (incluyendo tanto la vida familiar como la ocupacional), la sociedad, especialmente las estructuras políticas, y la iglesia. Cumplir los mandatos de Dios dentro de los llamados de Dios (e incluso más allá de ellos cuando es necesario) es el fruto de la fe.

Lutero instó y amonestó a sus oyentes y lectores a vivir esta vida de nueva obediencia a Dios, independientemente de la condición social. Los campesinos sintieron su crítica por hacer trampa en el mercado, al igual que los comerciantes y artesanos. Los cortesanos y los príncipes recibieron la ira de Dios por su explotación de los súbditos y su perversión de la justicia.

Sin embargo, su conciencia de la lucha de todo cristiano contra la tentación informaba toda su presentación de la Palabra de Dios. Cristo había ordenado que los creyentes predicaran el arrepentimiento y el perdón de los pecados (Lc 24:47), lo que Lutero entendía como la aplicación de la condena del pecado por la ley de Dios y el pronunciamiento del perdón por su evangelio. La vida cristiana debe vivirse a ese ritmo diario, ya que cada día los creyentes descubren que no han temido, amado y confiado en Dios por encima de todo. En la primera de sus Noventa y cinco tesis (1517), Lutero escribió que toda la vida del cristiano es una vida de arrepentimiento (al. Buße sein soll). Su concepción de la confesión del pecado y de la recepción de la promesa de Dios estaba anclada en la acción bautismal de Dios, en la que su promesa otorga la vida. Su Catecismo menor explicaba el impacto continuo de esa promesa bautismal: que «fuimos sepultados con Cristo mediante el bautismo en la muerte para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos… que también nosotros vivamos una vida nueva» (Ro 6:4). Significa que el viejo Adán que hay en nosotros, con todos los pecados y malos deseos, debe ser ahogado y morir mediante la contrición y el arrepentimiento diarios y, por otro lado, que cada día debe surgir y levantarse una nueva persona para vivir ante Dios en justicia y pureza para siempre». Esta lucha escatológica continúa mientras Dios y Satanás continúan el conflicto que la resurrección de Cristo ya ha resuelto, pero que sigue asolando a los creyentes. La continuación del pecado y del mal en sus vidas sigue siendo un misterio; Lutero evitó tratar de responder a las preguntas sobre la naturaleza y la existencia del mal con cualquier otra respuesta que no fuera la cruz de Cristo (Ro 3:26).

Lutero sobre la iglesia

Aunque a veces se le acusa de ser excesivamente individualista, Lutero concedía gran importancia a la vida del cristiano en la comunión de los santos, la iglesia, experimentada en la congregación local, pero entretejida con los creyentes de todos los tiempos y lugares por el Espíritu Santo, quien «llama, reúne, ilumina y santifica a toda la iglesia cristiana en la tierra» (Catecismo menor, Credo de los apóstoles). Aunque Lutero no desarrolló el término «marcas de la iglesia» hasta convertirlo en una categoría dogmática, lo utilizó para describir la iglesia. En concordancia con la Confesión de Augsburgo de Melanchthon, que definía a la iglesia en su esencia como «la asamblea de todos los creyentes entre los cuales se predica puramente el evangelio y se administran los santos sacramentos según el evangelio» (Artículo VII), Lutero ancló la iglesia en el uso de la Palabra de Dios por parte de la comunidad de creyentes. En 1539 enumeró ocho marcas, las cinco primeras tenían que ver con la entrega de la promesa del evangelio: la predicación de la Palabra de Dios; la entrega de la promesa en las formas del bautismo, la Cena del Señor y la confesión formal de los pecados y la absolución; el oficio del ministerio de la Palabra; luego el culto y la instrucción de la congregación; la cruz o el sufrimiento y la persecución; y la demostración del amor a los demás. Esto último no era una marca distintiva de la iglesia, ya que los que están fuera de la fe también realizan obras de amor que se ajustan exteriormente a la ley de Dios, pero sí pertenece a la naturaleza de la vida en común de la comunidad cristiana.

La teología luterana después de Lutero

En la Confesión de Augsburgo (1530) y su defensa o Apología de la confesión (1531), Melanchthon expresó la enseñanza que él, Lutero y sus colegas estaban promoviendo en documentos que se convirtieron en claves hermenéuticas —autoridades secundarias— de las Escrituras para sus seguidores. Con la Fórmula de la concordia (1577) se completó la interpretación autorizada de la teología luterana como una articulación formal de la enseñanza de esta teología y la aplicación de la Biblia para la vida de la iglesia.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.