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Definición

El término “simplicidad” en teología significa que Dios no está formado por partes; no es un ser compuesto. Es sencillo; todo lo que hay en Dios es Dios.

Sumario

Dios no está formado por partes, ni es una mezcla o composición en su naturaleza. Eso significa que no posee atributos, como si sus atributos fueran una cosa y su esencia otra. Más bien, su esencia son sus atributos y sus atributos su esencia. Dios es sus atributos. Eso significa que todo lo que hay en Dios es simplemente Dios. La simplicidad es clave porque distingue entre el Creador infinito, eterno e inmutable y la criatura finita, temporal y mutable. Algunos filósofos y teólogos rechazan la doctrina de la simplicidad divina, pero esta se afirma en la Gran Tradición y las confesiones protestantes. Lo que es más importante, se asume a lo largo de las Escrituras cada vez que Dios se identifica en el sentido más fuerte con sus atributos y se deduce en la afirmación de la Escritura de la inmutabilidad divina, su eternidad y su aseidad.

Introducción

Durante mis días de seminario, nuestra familia vivía en Louisville, Kentucky. Una de las ventajas de vivir en Louisville fue el viaje ocasional a la heladería Homemade Pie and Ice Cream, que tenía los pasteles más deliciosos de la ciudad. Cada año, personas de todo el país, incluso del mundo, viajan a Louisville para la famosa competencia de caballos conocida como Derby de Kentucky. Antes de la carrera, las festividades no solo están marcadas por sombreros extravagantes y julepes de menta (cocteles), sino que la mayoría de las panaderías venderán su pastel Derby, un delicioso pastel de chocolate y nueces que nadie puede resistir. Me gusta un pastel Derby clásico, pero hay un pastel que me gusta aún más: el galardonado pastel de caramelo de manzana holandés. Como puedes ver, me gusta lo holandés; y aquí no habrá escasez de citas en este libro del teólogo reformado holandés Herman Bavinck. No sé si Bavinck comió un pastel de caramelo de manzana holandés en su día, pero (humor) no se me ocurre nada mejor que sentarme junto a un jardín de tulipanes, con la Dogmática Reformada de Bavinck en una mano y un trozo de pastel de caramelo de manzana holandés en la otra. Lo sé, lo sé… las cosas con las que sueñan los teólogos.

A decir verdad, el caramelo del pastel es tan grueso (demasiado grueso para las papilas gustativas de algunos) que necesitas un cuchillo de carnicero para cortarlo. Pero supongamos que has encontrado tu cuchillo y comienzas a dividir el pastel: una pieza bastante grande para mí, gracias, y quizás piezas más pequeñas para todos los demás. Me mata admitirlo, porque un teólogo siempre está buscando una ilustración perspicaz dondequiera que pueda encontrarla, pero el pastel de caramelo de manzana holandés es una mala ilustración de cómo es Dios. Así es uno, muy malo. Sin embargo, es algo así como mucha gente piensa de los atributos de Dios. De hecho, es lo que me pone nervioso cuando escribo un capítulo tras otro sobre diferentes atributos de Dios, como si estuviéramos cortando el pastel llamado “Dios”.

Las perfecciones de Dios no son como un pastel, como si lo cortáramos en trozos diferentes, el amor es diez por ciento, santidad quince por ciento, omnipotencia siete por ciento, etc. Desafortunadamente, así es como muchos cristianos hablan de Dios hoy, como si el amor, la santidad y la omnipotencia fueran partes diferentes de Dios, y Dios se dividiera de manera uniforme entre sus diversos atributos. Algunos incluso van más allá, creyendo que algunos atributos son más importantes que otros. Esto sucede más con el amor divino, que algunos dicen que es el atributo más importante (el pedazo más grande del pastel).

Pero como señalo en mi libro None Greater: The Undomesticated Attributes of God (Ninguno mayor: Los atributos no domesticados de Dios), este enfoque es profundamente problemático, convirtiendo a Dios en una colección de atributos. Incluso suena como si Dios fuera una cosa y sus atributos otra, algo agregado a Él, apegado a quién es. Este enfoque no solo divide la esencia de Dios, sino que corre el riesgo de poner una parte de Dios contra otra (p. ej., ¿podría su amor oponerse alguna vez a su justicia?). A veces este error es comprensible; involuntariamente se desliza en nuestra charla de Dios. Podríamos decir: “Dios tiene amor” o “Dios posee todo el poder”. Todos entendemos lo que se está comunicando, pero el lenguaje puede ser engañoso. Sería mucho mejor decir: “Dios es amor” o “Dios es todopoderoso”. Al ajustar nuestro lenguaje, protegemos la unidad y la esencia de Dios. Esto es proteger la “sencillez” o simplicidad de Dios.

Simplicidad y sabiduría del equipo A

La simplicidad puede ser un nuevo concepto para tu vocabulario teológico, pero este ha sido afirmado por la mayoría de nuestros antepasados cristianos durante los últimos dos mil años de historia de la Iglesia, incluso por algunos de los primeros padres de la Iglesia. Y por una buena razón, también. Consultemos al equipo A: Agustín, Anselmo y Aquino.

Aparentemente, no soy el único que ha apelado a una ilustración para demostrar cómo no es Dios. En el siglo V, el padre de la iglesia Agustín de Hipona hizo lo mismo, aunque no era pastel de caramelo de manzana holandés. En cambio, Agustín apeló al líquido, al cuerpo humano y al sol. La naturaleza de la Trinidad se llama simple, porque “no puede perder ningún atributo que posee” y porque “no hay diferencia entre lo que es y lo que tiene, como existe, por ejemplo, entre un recipiente [taza] y el líquido que contiene, un cuerpo y su color, la atmósfera y su luz o calor, el alma y su sabiduría”. Agustín concluye: “Nada de esto es lo que contiene”. Una taza y el líquido que contiene, un cuerpo y su color, la atmósfera y su luz o calor, el alma y su sabiduría. ¿Qué tienen en común todos estos elementos? Respuesta: división. Sin embargo, no es así con Dios y sus atributos.

Los atributos de Dios no son externos a su esencia, como si le agregaran una cualidad que de otro modo no poseería. No es como si hubiera atributos accidentales para Dios, capaces de ser añadidos o restados, perdidos y luego encontrados, como si no tuvieran que existir en primer lugar. Más bien, Dios es sus atributos. En lugar de añadir y dividir, hay una unidad absoluta. Su esencia son sus atributos, y sus atributos, su esencia. O como dice Agustín, “Dios no tiene propiedades pero es pura esencia… No difieren de su esencia ni difieren materialmente unos de otros”.

Agustín no está solo. Tomemos el ejemplo de Anselmo. Si algo está “compuesto de partes”, comenta, entonces no puede ser “por completo uno”. Siempre que hay una pluralidad de partes, lo que se compone de esas partes es vulnerable a ser disuelto. ¡Qué desastroso sería esto para Dios! Por el contrario, Dios es “un ser verdaderamente unitario”, uno que es “idéntico” a sí mismo e “indivisible”. “La vida y la sabiduría y los otros atributos, entonces, no son partes de Tí, pero todos son uno y cada uno de ellos es totalmente lo que Tú eres y lo que todos los demás son”.

O considera a Tomás de Aquino. Dado que Dios no tiene cuerpo (como nosotros), “no está compuesto por partes extendidas”, como si estuviera compuesto de “forma y materia”. No es como si Dios fuera algo diferente de “su propia naturaleza”. Tampoco ocurre que su naturaleza sea una cosa y su existencia otra cosa. Tampoco deberíamos suponer que Dios es algún tipo de sustancia, una que tiene accidentes, rasgos que se pueden eliminar o dejar de existir. “Dios no es de ninguna manera compuesto. Más bien, es totalmente sencillo”.

Totalmente, totalmente, totalmente es el Señor: Perfección singular

Mientras Aquino usa las palabras “compuesto” (composite) y “composición” (composition) para explicar lo que Dios no es, el padre de la iglesia Ireneo usa la palabra “complejo” (compound) para explicar lo que Dios no es. Si algo es complejo, significa que tiene más de una parte, cada parte está separada de la otra. Por el contrario, Dios, siendo simple, es un “Ser no complejo”, que no tiene “miembros” diferentes. Es totalmente “igual a sí mismo”. Tal vez sea apropiado, entonces, poner la palabra “totalmente” delante de cada uno de sus atributos para enfatizar este mismo punto. “Dios no es como son los hombres”, explica Ireneo. “Porque el Padre de todos está a gran distancia de esos afectos y pasiones que operan entre los hombres. Es un Ser simple, sin compuestos, sin miembros diversos, y totalmente parecidos, e igual a Sí mismo, ya que es totalmente integral, totalmente espíritu, totalmente pensado, totalmente inteligente, completamente razonable… totalmente luz y toda la fuente de todo lo que es bueno”.

Con el equipo A, a nuestro lado, conviene concluir que la simplicidad no es simplemente una declaración negativa —Dios no tiene partes— sino también positiva: Dios es idéntico a todo lo que Él es y de sí mismo. En el sentido más puro, Dios es uno; es una perfección singular.

En las Escrituras, esto no se puede decir de los dioses hechos por humanos, dioses compuestos por partes. Dado lo único que es Dios, entonces, es justo que el pueblo de Dios confiese juntos, al igual que Israel, que “el Señor nuestro Dios, el Señor es uno” (Dt 6:4).

¿Qué tan grave es la negación de simplicidad?

La negación de la simplicidad es grave. Tan grave que un apologista ha dicho que es “equivalente al ateísmo”. Eso suena extremo. Sin embargo, hasta el siglo XIX, la mayoría habría estado de acuerdo.

Desafortunadamente, demasiados cristianos hoy han adoptado el monopoliteísmo, es decir, la creencia de que hay un solo Dios, pero se parece mucho a los dioses de la mitología, que posee atributos humanos, solo en mayor medida. Sin embargo, si el monopoliteísmo fuera cierto, Dios no solo estaría formado por varias partes o propiedades, sino que estaría “dependiente lógicamente de alguna realidad más completa que abrazara tanto a Él como a otros seres”.

Por supuesto, decir que Dios no es personal de la manera en que los dioses finitos del paganismo son personales no es decir que Dios sea impersonal: es infinito, soberano, simple y personal. Este último atributo aparece en muchos textos bíblicos, pero debe protegerse de las suposiciones arrastradas del mundo de los dioses finitos, para que no se ponga en peligro la incomparable simplicidad de Dios.

El punto es que si Dios dependiera de algo o de otra persona, entonces habría renunciado a su deidad por completo, porque cualquier cosa de la que dependiera tendría que ser algo que nada mayor pueda concebirse, algo más comprensivo que Él mismo.

Eso es serio. Al final, la simplicidad es un atributo simplemente demasiado serio para ignorarlo. Las ideas o el contenido de este artículo adaptado de “Ninguno mayor” se han utilizado con el permiso de Baker Books.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sol Acuña Flores.

Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Notas al pie

11Augustine, City of God 11.10.
22Augustine, Trinity 6.7.
33Anselm, Proslogion 18.
44Aquinas, Summa Theologiae, 1a.3.7.
55Irenaeus, Against Heresies 2.13.3; emphasis added.
66David Bentley Hart, Experience of God (New Haven and London: Yale University Press, 2014), 128.
77Ibid.

Lecturas adicionales