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Definición

Un “milagro” en el sentido más completo es un acontecimiento de la providencia de Dios, en el que el resultado va más allá de lo que las propiedades naturales de las cosas creadas implicadas podrían haber producido.

Sumario

Este ensayo presenta un resumen sobre la descripción cristiana tradicional de la naturaleza y el milagro, mostrando cómo es que entenderlos ayuda a leer la Biblia, vivir fielmente y enfrentar los desafíos de los escépticos que apelan a la ciencia.

La mayoría de los cristianos son conscientes de que los “milagros” juegan un papel importante en la historia bíblica: desde la creación al rescate de Israel de la esclavitud en Egipto, hasta llegar a la encarnación, el ministerio y la resurrección de Jesús, hasta mencionar su regreso final para llevarnos a todos al juicio. También nos preguntamos si los milagros en la Biblia son los únicos que Dios ha hecho. ¿Hay algo que está sucediendo hoy? Puedes hacer una búsqueda en Internet escribiendo “milagros a nuestro alrededor” y encontrarás que un montón de gente habla de milagros hoy en día. Los excesos de tal charla pueden hacernos esquivos del tema como respuesta de nuestra parte; y esa actitud esquiva se ve aún más reforzada por el escepticismo que viene con la llamada “perspectiva científica moderna”.

¿Podemos entender qué son los milagros? ¿Debemos dejar toda pretensión de integridad intelectual si creemos que alguno de ellos ha sucedido, incluso si son solo los que aparecen en la Biblia?

Definición de términos

Casi cada palabra en todo idioma tiene más de un significado, y debemos estar seguros de que estamos hablando de lo mismo; por lo tanto, las definiciones son cruciales para el buen pensamiento. De lo contrario, tendremos que enfrentar la desaprobación de Íñigo Montoya registrada en “La princesa prometida”, la cual afirma: “Sigues usando esa palabra. No creo que signifique lo que tú crees que significa”.

Usamos la palabra “milagro” de una variedad de formas. Podemos hablar del milagro de la tecnología moderna, lo que significa —supongamos— que estamos impresionados con el poder de la cirugía y la medicación para curar enfermedades que habrían cobrado la vida de nuestros antepasados. Podemos llamar “milagro” a una curación repentina del cáncer, dando a entender que no sabemos cómo sucedió. En los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980, el equipo estadounidense de hockey sobre hielo —contra todo pronóstico— derrotó al equipo soviético que era superior, lo que llevó al comentarista deportivo de ABC, Al Michaels, a preguntar a los espectadores: “¿Crees en los milagros?”.

En “La princesa comprometida”, Íñigo y su amigo Fezzik van a ver a un hombre llamado Milagro Max, porque Westley, el Hombre de Negro, está “casi” muerto y lo necesitan resucitar. Quieren que Max haga un “milagro”. Lo que sí les da es una píldora recubierta de chocolate que revivirá a Westley, pero su trabajo está más en la categoría de tecnología médica misteriosa. Esto queda claro cuando Íñigo y Fezzik llevan al Hombre de Negro para darle la píldora, y Max y su esposa Valerie les desean suerte al entrar en el castillo. Valerie dice: “¿Crees que funcionará?” Max responde: “Se necesitaría un milagro”, lo que podríamos llamar un milagro en el sentido más completo, que va más allá de su tecnología médica misteriosa.

Algunos filósofos y teólogos han propuesto que un “milagro” es todo lo que impresiona a su audiencia con la presencia y el poder de Dios. Algunos de ellos han sugerido que estamos equivocados al suponer que las cosas creadas tienen algún poder causal propio; todo sucede por la acción directa de Dios. Esto ha sido llamado “ocasionalismo”, ya que lo que llamamos “eventos” son realmente solo las “ocasiones” para que Dios ejerza su poder. Otros sugieren que los efectos naturales de las cosas creadas son toda la historia en el mundo de Dios, incluso si no sabemos cómo ha funcionado todo; por ejemplo, el cruce del mar Rojo fue el resultado fortuito de varias fuerzas como el viento, justo en el momento adecuado para Israel. Este punto de vista puede llamarse “providencialismo”, ya que afirma que todo sucede como resultado del orden providencial de Dios en los procesos naturales. Ambas perspectivas dirían entonces que lo que hace que un evento sea “especial” es la forma en que hace que se conozca la presencia de Dios; pero efectivamente, están diciendo que todo (al menos en principio) es un evento especial que, como Dash (de “Los increíbles”) murmuró, es solo otra manera de decir que nada lo es.

Sin embargo, si seguimos lo que los teólogos cristianos (y judíos) han propuesto, tendremos una manera más sólida de pensar sobre estas cosas.

Natural y sobrenatural

Primero, resumiré la comprensión tradicional cristiana (y judía) de cómo Dios obra en su creación y luego mostraré cómo esa obra de Dios captura bien lo que hacen los textos bíblicos. Los teólogos tradicionales han descrito las cosas de esta manera:

  • Creación, por la cual Dios hizo todas las cosas de la nada e impartía propiedades naturales a las cosas que hizo;
  • preservación y concurrencia, mediante la cual Dios mantiene en existencia a sus criaturas y confirma la interacción de sus propiedades;
  • gobierno, por el cual Dios ordena todas las cosas en su mundo conforme a sus propósitos; y
  • ocurrencias sobrenaturales, en las que el resultado va más allá de las propiedades naturales de los componentes involucrados; estos son “milagros” en el sentido propio.

La presentación bíblica de la naturaleza se basa en percepciones ordinarias del mundo, tales como la manera en que las plantas y los animales se reproducen según sus propias clases; nadie en Israel hubiera sembrado cebada con la esperanza de cosechar trigo (p. ej., Mt 13:24-30). ¡Nadie trató de obtener camellos de sus cabras! La Biblia afirma esta percepción de las propiedades naturales con sus poderes causales y la ubica junto con la fiabilidad y bondad del mundo que Dios hizo (Gn 1).

Esta perspectiva también muestra cómo Dios es directamente activo en cada evento, ya sea de manera natural o sobrenatural. Génesis 30 habla de Dios dando o reteniendo hijos, también de Jacob y sus esposas pasando la noche juntos. Incluso en pasajes que enfatizan la actividad generalizada de Dios, como en los Salmos, Dios hace crecer la hierba para que alimente al ganado (Sal 104:14); podemos decir que Dios alimenta a los animales. La acción de Dios y la acción sobre las criaturas no son un juego de ganadores y perdedores.

La idea de que Dios ordena todos los eventos para que cumplan sus propósitos corre a través de la Biblia, pero no de manera que pueda abolir la responsabilidad de la criatura (Is 10:5-7, 15-16). Los autores bíblicos no tratan de resolver esta tensión, sino que nos invitan a abrazarla y a confiar en que no son contradictorias.

Además, esta imagen bíblica nos permite ver el mundo como una red de causa y efecto, sin caer en la trampa de pensar que la red está cerrada. Es decir, Dios es libre de hacer con su creación lo que quiera; y Dios quiere seguir teniendo relación con los seres humanos. Si Dios —el creador y gobernante benévolo— escoge infundir nuevas energías en su mundo en la búsqueda de estas relaciones, ¿por qué debería sorprender eso a alguien? Esto es exactamente lo que son acontecimientos tales como la inspiración profética, la concepción virginal y la resurrección de Jesús, el derramamiento del Espíritu Santo y la conversión de tantos pueblos diversos, el regreso de Jesús y el juicio general será un ejercicio adicional de la libertad de Dios para gobernar su mundo, ilimitado por las propiedades que Él hizo que este tuviera.

Finalmente, esta perspectiva ilumina la práctica de la oración. Cuando los cristianos oran por algo, se enfocan adecuadamente en el resultado y esperan que Dios decida cuál mezcla de “providencia ordinaria” y “milagro” usará. ¡Una sanidad no es menos don de Dios por haber llegado a través de la habilidad de un médico (1 Ti 5:23)!

Providencias especiales

En este marco, todas las providencias son “especiales”; porque reflejan el interés particular de Dios en cada una de sus criaturas, pero algunas dejan especialmente claro el gobierno de Dios y algunas de ellas son innegablemente sobrenaturales (como la resurrección de Jesús). Es cierto que muchas de las representaciones bíblicas de las “grandes obras” de Dios no distinguen entre las expresiones visibles de la presencia del poder de Dios que emplean la “providencia ordinaria” y aquellas que incluyen un componente “sobrenatural”. Sin embargo, algunas otras de estas representaciones sí la distinguen. Muchos piensan que las plagas en Egipto hicieron uso de fenómenos naturales asociados con el río Nilo. El texto de Éxodo permite interpretarlo así y también permite un escenario más “milagroso”; en todo caso, ¡Dios se aseguró de que el momento fuera justo para Israel! Además, la muerte de tantos primogénitos debe haber implicado más que factores naturales. De la misma manera, el fuerte viento oriental que separó el mar Rojo era justo lo correcto (Éx 14:21).

Es natural y correcto pedir confianza a Dios por medio de providencias especiales visibles, cuando el mundo parece oscuro. Esto es justo lo que hacen los salmos de lamento. Al mismo tiempo, estos salmos preparan a los fieles para la posibilidad de que Dios escoja retener tales signos visibles de su gobierno y aun así equiparlos para aferrarse a su fe.

Milagros como signos

Mientras que estos eventos especiales en la Biblia a menudo abordan crisis de necesidad humana, principalmente juegan dos papeles: primero, autentican a los mensajeros aprobados por la divinidad, como profetas y apóstoles (Dt 18:21-22; 2 Co 12:12); y segundo, hacen que Dios se interese en el bienestar corporativo de su pueblo —Israel y la Iglesia— de una manera muy clara (Éx 14:30-31). Un papel adicional es el de testificar acerca del interés de Dios a aquellos que están fuera de su propio pueblo, con miras a conducirlos a la fe (p. ej., Éx 15:14-16).

Los milagros de Jesús en los Evangelios ciertamente muestran su bondad hacia la necesidad humana y el sufrimiento (p. ej., Mr 1:41), construyendo la confianza de los lectores en el Salvador que aman y siguen. También acreditan a Jesús como un portavoz divinamente autorizado de Dios, a quien todas las personas deben escuchar (Hch 2:22). También revelan su persona única, con poder divino sobre toda la creación (Mr 4:41) e incluso sobre los demonios (Mr 1:27), construyendo la confianza de los lectores en la victoria final de los propósitos del Señor en el mundo. La resurrección sirve como la vindicación de Jesús ante el mundo (1 Ti 3:16). Por lo tanto, los milagros de Jesús son inseparables de su obra.

Los cristianos no se ponen de acuerdo sobre si debemos esperar milagros hoy o no. Donde deberían estar de acuerdo, sin embargo, es que los milagros, digamos —de curación— no pueden ser la medida de nuestra espiritualidad. Después de todo, ¡todos finalmente mueren, incluso los más fieles y, por lo tanto, al menos un milagro de sanación es negado a todos! Además, no esperamos que ninguna revelación canónica se agregue a la Biblia y se aplique a todos los cristianos de todas partes y, por lo tanto, no consideramos los milagros como mensajeros apostólicos autenticadores.

Un tipo más importante de evento sobrenatural está en la forma como el Espíritu Santo cambia el corazón de las personas para prestar atención al mensaje bíblico, fortaleciéndolas para vivir con fidelidad (Ez 36:25-27). ¡Esto seguirá y estará abierto a todo tipo de personas!

Milagros, ciencia y Dios de contrastes

Además, este enfoque convencional apunta el camino hacia criterios por los que podemos discernir algunos acontecimientos como realmente sobrenaturales. Un ejemplo de este discernimiento sería la resurrección de Jesús: los cuerpos que están “todos muertos” (para usar la taxonomía de Milagro Max) no se levantan, a menos que algún gran poder sea infundido en los procesos naturales ordinarios. Para eso, sería necesario un milagro en el sentido más amplio. Sin duda, el evento en sí no responde a la pregunta de quién suministró ese poder, pero ciertamente establece un límite inferior en el nivel de potencia necesario. ¡La mayoría de nosotros pensamos que debe ser el Poder que creó la vida para empezar!

A veces se nos dice que la ciencia ha hecho obsoleta la noción de milagro; que ha demostrado que la red de causa y efecto está cerrada. Pero no ha hecho tal cosa, ni puede hacerlo. Ese tipo fuerte de negación es una perspectiva de cosmovisión y no el resultado de un estudio empírico.

Sin embargo, el avance de la ciencia puede ayudarnos a enmarcar nuestra comprensión del milagro para que no cometamos lo que se llama el “dios de las falacias”. Es decir, habíamos llamado milagro a algo cuando no entendíamos cómo sucedió, y ahora una explicación científica ha mostrado un camino natural. Simplemente habíamos usado las palabras “Dios lo hizo” para llenar un vacío en nuestro entendimiento. Un acontecimiento natural no es menos la providencia de Dios, ya que todos los procesos naturales son procesos de Dios; pero si nuestra fe en Dios hubiera dependido de que el acontecimiento fuera genuinamente milagroso, nuestra confianza está ahora deshecha.

Tomamos por fe que la mayoría de los acontecimientos en nuestras vidas expresan los propósitos sabios y benevolentes de Dios; porque no podemos ver cómo todas las cosas están trabajando juntas para bien. A veces, sin embargo, el Señor hace más visibles sus propósitos. La mayoría de los acontecimientos podrían haber resultado de otra manera de lo que hicieron (Israel podría haber permanecido en servidumbre egipcia). En algunos casos teníamos derecho a esperar que el evento hubiera sido de otra manera (Egipto era una potencia militar fuerte, e Israel era esclavo de ladrillos). Es aquí donde comenzamos a encontrar tranquilidad, si ya creemos en Dios. Además, algunos de esos acontecimientos notables deberían haber resultado de otra manera, en vista de lo que sabemos sobre las cosas involucradas. Estos son los “milagros” en el sentido propio, y nuestro discernimiento de ellos depende, no de nuestra ignorancia, sino de nuestro conocimiento. Como lo expresó tan bien C. S. Lewis: “Sin duda, un ginecólogo moderno sabe varias cosas sobre el nacimiento y la procreación que san José no sabía. Pero esas cosas no se refieren al punto principal que un nacimiento virginal es contrario al curso de la naturaleza. Y san José obviamente lo sabía” (Lewis, Milagros, cap. 7). Por otro lado, una recuperación asombrosa de una enfermedad mortal es sin duda una provisión bienvenida de Dios; sin embargo, no lo llamamos un milagro apropiado, cuando todo lo que queremos decir es que no sabemos cómo sucedió. ¡No debemos confundir lo milagroso con lo misterioso, ni despreciar a ninguno de ellos!

Los cristianos no están de acuerdo sobre si los milagros sirven en nuestra evangelización. Los escritores bíblicos, a veces, los presentan como que tienen un papel que desempeñar en alertar a la gente sobre la presencia del gran poder (p. ej., Éx 8:19; 14:22; Jos 2:10-11; Jn 10:25,37-38; 14:11; 20:29). Ciertamente, la resurrección de Jesús se ofrece como un evento público, con un reto virtual a cualquiera que desee refutarla (1 Co 15:6). Los acontecimientos por sí solos no son autoexplicativos; pero estos eventos encajan y apoyan las explicaciones bíblicas y deben ser encomendados a todos para su creencia.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sergio Paz.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Lecturas adicionales

Por supuesto, la posición cristiana clásica se defiende en C.S. Lewis, Miracles: A Preliminary Study (Nueva York: Macmillan, 1960 [2ª edición]; puedes ver el resumen del libro en inglés aquí). Un esfuerzo para ofrecer un fundamento más exegético, así como una respuesta más completa a los desafíos, es C. John Collins, The God of Miracles: An Exegetical Examination of God’s Action in the World (Wheaton: Crossway, 2000; puedes ver una entrevista del autor aquí y un resumen del libro aquí); mira también el libro de Collins, Reading Genesis Well: Navegando por la historia, la poesía, la ciencia y la verdad en Génesis 1–11 (Grand Rapids: Zondervan, 2018), cap. 10. Un tratamiento filosófico de gran prestigio es el de Alvin Plantinga, Where the Conflict Really Lies: Science, religion, and naturalism (Oxford University Press, 2011).

Las teologías sistemáticas tradicionales expondrán esta posición; mira, por ejemplo, Herman Bavinck, Our Reasonable Faith (Grand Rapids: Eerdmans, 1956), cap. 11. Para resúmenes ver Heinrich Schmid, Teología Doctrinal de la Iglesia Evangélica Luterana, Charles Hay y Henry Jacobs, trad. (Minneapolis: Augsburg, 1961 [1875]), 170-194; Heinrich Heppe (1820-1879), Dogmática reformada, G.T. Thomson, trad. (Grand Rapids: Baker, 1978 [1950]), 251-280; J. I. Packer, Concise Theology (Wheaton: Tyndale House, 1993), 54–58. Para conocer la perspectiva de la inescrutabilidad de la providencia divina, véase J. I. Packer, Knowing God (Downers Grove: InterVarsity, 1973), cap. 10 (basado en Eclesiastés).

Dos eruditos que apoyan este entendimiento y también abogan por la importancia de los milagros en la actualidad son el exégeta Craig Keener, Miracles: The Credibility of the New Testament Accounts (Grand Rapids: Baker, 2011) y el filósofo Robert Larmer, The Legitimacy of Miracle (Lanham, Maryland: Lexington, 2014). Para un enfoque útil de las dudas críticas acerca de las historias de milagros en la Biblia, y especialmente en los Evangelios, consulte F. F. Bruce, The New Testament Documents: Are They Reliable? (Downers Grove: InterVarsity, 1960); y C. S. Lewis, “Teología moderna y crítica bíblica”, en Lewis, Reflexiones cristianas, Walter Hooper, ed. (Grand Rapids: Eerdmans, 1967), 152–66.