Todo comenzó cuando mi esposo y yo sentimos el llamado de Dios a alejarnos de donde estábamos viviendo, a una nueva ciudad y a una nueva iglesia. La emoción, la expectativa, y el encanto de algo nuevo eclipsó el miedo a lo desconocido. Esperamos ansiosamente lo que Dios tenía reservado para nosotros como familia. Cuando hubo momentos de duda, nos repetíamos Marcos 10:29-30 el uno al otro:
“En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de Mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna”.
Estas palabras de Jesús nos ayudaron a recordar las promesas de Dios a aquellos que fueron fieles a su llamado.
¿Y qué hay de los amigos?
Entonces, un día, en medio de la emoción de vender nuestra casa, empacar cajas y buscar un nuevo hogar, me di cuenta: no puedo empacar a mis amigas en una caja y llevarlas conmigo. Estaría mintiendo si dijera que no tuve dudas en ese momento. Eran mujeres que cuidaban a mis hijos, mujeres que se sentaban en el parque conmigo durante horas mientras nuestros hijos corrían y jugaban juntos, mujeres que tomaban café y jugaban Scrabble conmigo. ¡Estas mujeres eran mis amigas! ¿Las promesas encontradas en Marcos 10 también se aplican a los amigos? Después de todo, soy una mujer y anhelo amistad. ¿Le importaba a Dios el anhelo en mi corazón de una estrecha compañía femenina?
Toma la iniciativa de ser amigable con alguien incluso antes de que sean amigables contigo.
Honestamente puedo decir que sí, a Dios sí le importa mi necesidad de compañía femenina, pero esas amigas no llegaron de inmediato. Hubo una temporada larga y solitaria después de que nos mudamos. Mi esposo viajaba con frecuencia, las mujeres de nuestra nueva iglesia estaban ocupadas, y me preguntaba si alguna vez volvería a tener amigas cercanas. Recuerdo que le pregunté a Dios si había tan solo una mujer que quisiera tomar una taza de café juntas de vez en cuando. La respuesta parecía ser: “Aún no”.
La espera fue difícil, pero incluso así, valió la pena.
Cuando llegó la llamada
Sentí que fue una espera interminable. Afortunadamente, tuve una querida amiga de nuestra ciudad anterior que, a pesar de la distancia, se mantuvo en contacto conmigo. Ella era un apoyo, un recordatorio siempre presente de que mis amigas no tenían que estar en el mismo lugar. Hasta el día de hoy seguimos siendo amigas, sosteniéndonos la una a la otra en oración, regocijándonos y llorando juntas, incluso bebiendo una taza de café de vez en cuando, y además jugando ese juego de Scrabble. Eso ayudó, pero ciertamente no se sentía como una respuesta a largo plazo a mis oraciones.
Entonces, un día la llamada llegó. “¿Te gustaría ser parte de nuestro grupo de cumpleaños? No nos reunimos a menudo, pero sí celebramos los cumpleaños, y nos preguntamos si te gustaría unirte a nosotros”.
¿Que si me gustaría unirme a ellas? Recuerdo que sostenía el teléfono y sentía que las lágrimas caían por mi mejilla. ¿Quién iba a pensar que este sería el comienzo de un grupo de mujeres que, hasta el día de hoy, tomamos café dos veces al mes? ¡Qué dulce providencia de Dios!
En todo esto, ¿qué he aprendido sobre la amistad? ¿Cómo me ha animado Dios? Aquí hay cinco puntos que junté de mi temporada de espera de amistad, y he descubierto aplican en circunstancias menos dramáticas también.
1. Arriésgate
Muchas veces no he querido entrar a ese café, pero al salir, estaba agradecida de haberlo hecho. Dios trae nuevas personas a nuestras vidas en el momento preciso. Puede ser una amiga de toda la vida con quien descubras nuevas profundidades, o puede ser una cita de café una sola vez. De cualquier manera, Dios elige poner mujeres en nuestras vidas para enriquecernos, para desafiarnos, y para animarnos. Sin tomar ese riesgo, podemos perdernos de una comunión agradable.
2. Olvídate de los límites de la edad
Los amigos multigeneracionales son un gran regalo. Estoy agradecida por todas las mujeres en mi vida, ya sean de mi edad o no. Necesito que la generación más joven comparta sus puntos de vista conmigo, igualmente las mujeres más experimentadas en la vida.
3. Piensa fuera del margen
Todos somos propensos a desarrollar ideas sobre dónde encontraremos a nuestros amigos. Mi desafío para ti es este: mantén tus ojos y tu corazón abiertos. La biblioteca. El colegio. La iglesia. Grupos de escuelas en casa. ¿Qué tal el supermercado, o el parque del vecindario? Estos son solo algunos ejemplos de lugares donde Dios ha sido misericordioso en mi vida al traerme queridas amigas. ¿Dónde podría Él hacer lo mismo por ti?
4. Sé una amiga
Alguien alguna vez me dijo: “¡Tener amigos es un trabajo muy duro!”. Eso podrá ser cierto, pero vale la pena. Por supuesto, el viejo refrán es que para tener un amigo, debes ser uno. A menudo necesitamos tomar la iniciativa de ser amigables con alguien más, antes de que sean amigables con nosotros; alguien tiene que dar el primer paso. Y además, la alegría que proviene de ser amigo de alguien no tiene precio.
A menudo necesitamos tomar la iniciativa de ser amigables con alguien más, antes de que sean amigables con nosotros.
5. Confía en Dios
Confiar en que Dios tiene un plan perfecto y bueno para ti en la amistad es lo que más importa. Él nos ha creado de tal manera que anhelemos comunión, entonces, ¿confiaremos en que Él nos proporcionará la compañía femenina que deseamos? Creo que lo hará, aunque no llegue cuando lo deseemos o como lo deseemos.
Esa amiga que anhelas puede estar orando por ti en este momento, pidiéndole a Dios que traiga una nueva amiga a su vida. No te desesperes. Confía en que Dios trabajará en tu vida al proporcionar la persona o personas adecuadas en el momento perfecto.